A Miguel Zugaza no le gusta perder. Su ambición ha hecho grande, muy grande, al Museo del Prado. Tanto, que ha desbordado los límites físicos y cronológicos con los que nació la pinacoteca hace casi dos siglos. Ahora que anuncia su retirada de la dirección de la institución cultural española más importante, deja un legado difícil de superar. Ejecutó una disparatada ampliación impuesta, colocó al museo en el siglo XXI, supo manejar las tormentas políticas y los chaparrones internos, aguó las goteras de los egos que desangraban al Prado, introdujo las vanguardias históricas y el arte contemporáneo para que se reflejaran en los maestros antiguos y logró que todos -desde el Congreso de los Diputados a los medios de comunicación- remaran a favor de los intereses del museo.
Gracias a su gestión, el Prado ha perdido caspa y solera. Entendió la dimensión digital del museo como la mejor estrategia de difusión internacional, para la captación de los clientes que necesitaban las cuentas maltratadas de la pinacoteca. La crisis le enseñó a trabajar sin presupuesto, sin garantías y supo esquivar el déficit, a pesar de haber sido un privilegiado por las vacas gordas desde su llegada en 2002. Con los recortes llegó el barro y la pelea a brazo partido con el ministro de Hacienda, primero, y luego para salvarlas con el presidente del Gobierno.
“Hacienda no cedía hasta. El único que puede retorcer el brazo al ministro es el presidente”, cuenta a este periódico el antiguo gerente del Prado, Carlos Fernández de Henestrosa. “No ha habido otro director en la historia del museo como él y dudo mucho que vaya a haber otro a su altura. No conozco a nadie más listo que Zugaza: ha sido independiente, ha tenido margen de maniobra, ha sabido gestionar a todos los ministros de Cultura y le han dejado hacer”, señala. Aunque alguno en época de Zapatero le apretó las tuercas al advertirle que su puesto no fue otorgado bajo el criterio establecido en el Código de Buenas Prácticas.
Una negociación durísima
Pero la negociación más difícil fue con los sindicatos para abrir los lunes y que el museo tuviera abiertas sus puertas todos los días de la semana. “Fue una negociación durísima, pero ha modificado por completo el museo”, recuerda el ex gerente aquellos días. “Hoy los sindicatos no tienen la fuerza que tenían antes como para condicionar un cierre del museo y eso también es un logro de Miguel. Hubo momentos en los que los vigilantes tenían tanta fuerza que podrían hacerlo cerrado cuando quisieran y eso hoy, después de la crisis, ya no es posible”, añade.
Dice que es un director impecable, que ha sabido “tener en un puño” el museo: “Lo controlaba todo. Y a todos los que pretendían sacarle algo al museo, también. A aquel que ha querido sacar beneficio de asociarse con el Prado los ha mantenido a distancia. Hay muchas presiones en el Prado”, dice Fernández de Henestrosa. Quizá por eso el ministro de Educación, Cultura y Deporte se ha referido al director dimitido como “fichaje galáctico”, que regresará al Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Ha conseguido que todo estuviera a su favor. La relación que mantuvo con Plácido Arango, ex presidente del Patronato, también es ejemplar. El coleccionista le considera, ante todo, un amigo y destaca entre sus virtudes la capacidad para hablar la lengua de la ciencia y la de la gestión. La comunión con su sustituto no parece haber evolucionado favorablemente. José Pedro Pérez Llorca llegó con el cargo desde Moncloa, es un verdadero mago de las relaciones políticas y un genio en las negociaciones en las alturas.
Harto de pelear
El enfrentamiento con Patrimonio Nacional por las cuatro pinturas cedidas durante la guerra civil ha debilitado la complicidad. Tal y como asegura a este periódico Francisco Calvo Serraller, ex director del Prado y colaborador íntimo de Zugaza, “no hay buenas relaciones con el actual presidente”. “Ha aguantado hasta donde ha podido, pero es un disparate. La palabra es “harto”. En vez de 15 años podría haber estado 30 dirigiendo el Prado, pero al proponerle el museo de Bilbao, con la familia en Durango, no lo ha dudado. Es una tragedia que no continúe”, explica a EL ESPAÑOL.
La tensión entre director y presidente del máximo órgano de gestión del museo se hizo patente en el último acto público del Prado, la reforma del Salón de Reinos y su integración como espacio expositivo al complejo de edificios. Zugaza ha insistido en los últimos días en hacer desembarco de Picasso en el Prado, incluyendo el Guernica, un viejo sueño que no podrá ver cumplido. “No vamos a desvestir un santo para vestir otro”, dijo Pérez Llorca ese día e insistió en que no estaba dispuesto a iniciar una nueva guerra con otro museo por la captación de más obras capitales.
Este periódico ha tratado de hablar con Pérez Llorca al respecto, pero ha preferido declinar el ofrecimiento. “No quiere hacer ninguna valoración por tratarse de una decisión personal que respeta”, señala el presidente a través del gabinete de comunicación. En nota de prensa, asegura que “nunca podrá el Museo del Prado agradecer bastante a Miguel Zugaza la inteligencia, la sabiduría, la imaginación y el tesón con los que ha dirigido la institución”. Una fría declaración comparada con la de Plácido Arango: “Por encima de todo está que construimos una gran amistad personal”.
La gestión en cifras del periodo Zugaza es muy llamativa: en 2002, el museo sumó 1,7 millones de visitas. En 2015, la cifra ha llegado a 2,7 millones de personas y es muy probable que 2016 se cierre con una más cercana a los 3 millones. El beneficio en las cuentas: ingresos por entradas el primer año de Zugaza, 2,6 millones de euros; ingresos por entradas en 2015, 16,3 millones de entradas. Hay que recordar que también se ha destacado por disparar el precio de las entradas hasta dejarlo en 15 euros (dos días antes de la inauguración de la exposición de El Bosco).
Un gerente excelente
En 2002, recibió 16,3 millones de euros en subvenciones, y en 2015, 12,4 millones. El presupuesto de gastos hace 14 años era de 20,1 millones y el último indica 39,9 millones de euros. La gestión Zugaza ha dejado el porcentaje de ingresos propios respecto a los ingresos totales en un 67,8%. Las aportaciones del Estado son el 32,2% de los ingresos. Además, se apunta un récord absoluto en la sostenibilidad del museo: 70% de la autofinanciación del museo, en 2014.
Entre las manchas de la gestión, además de la subida disparada del precio de la entrada, quedará la polémica con Patrimonio Nacional (por la custodia de El jardín de las delicias y La mesa de los siete pecados capitales, del Bosco, así como El descendimiento de la cruz, de Van der Weyden, y El lavatorio, de Tintoretto) y la negación de El Coloso como obra de Goya, que Manuela Mena orquestó desde el seno del museo y en contra de toda la comunidad de expertos en la obra del pintor aragonés.
La fiscalización del Tribunal de Cuentas del pasado año tampoco queda en la casilla de logros. Entre las acusaciones más graves del organismo responsable de juzgar las cuentas públicas, señalaba la “debilidad” en la “gestión de los bienes artísticos” por “ausencia de un organigrama” y de “normas internas que regulen las actividades”. Además, revelaba debilidades en el control del museo por parte del órgano competente (Real Patronato), que tomó nota y cartas en el asunto.
La marcha de Zugaza deja abierta la plaza a un nuevo perfil, que debería estar capitaneado por una mujer. Sería la primera en llevar las riendas del museo y coincidiría con la celebración del bicentenario. Varias fuentes consultadas por este periódico apuntan a Dolores Jiménez Blanco (Granada, 1959), profesora de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid y sin experiencia en la dirección y gestión cultural, como la candidata con más posibilidades. Los fuertes lazos que unen a su padre con José Pedro Pérez Llorca parece que respaldan su posición de salida.
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