"Más cachonda que Satán": la novela gráfica que irritará a machistas y feministas
'Que alguien se acueste conmigo, por favor', el debut gráfico -y autobiográfico- de la irreverente Gina Wynbrandt, reúne parábolas cómicas de una mujer gorda, hilarante y obsesionada con el sexo que pelea situaciones imposibles hasta alcanzar la madurez.
6 marzo, 2017 19:16Noticias relacionadas
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Que alguien se acueste conmigo, por favor (Reservoir Books) es un bofetón ilustrado a la corrección política. Una novela gráfica descacharrante, grotesca, pornográfica, a ratos hiriente de tan aberrante. Es un insulto a todo: a las mujeres, a los hombres, a la belleza, al fanatismo, al sexo. Son parábolas vitales pero podrían ser un escupitajo resbalando lento y caliente por la cara.
Gina Wynbrandt -ilustradora de Chicago- ha bautizado a su vástago con su propio nombre, para hacer ver cuánto hay de autobiografía, de autoparodia y de autosabotaje en su debut. La protagonista es una mujer gorda, hilarante y feroz en su búsqueda del romance. ¿Y si no hay aquí historia de amor? Oigan, que al menos haya revolución sexual. Como dice Isa Hanawalt, autora de éxitos como My Dirty Dumb Eyes o Hot Dog Taste Test, "ella explora como nadie lo que significa en verdad estar más cachonda que el mismísimo Satán". Esta definición es un traje. El libro derriba todas las vergüenzas de una sociedad mojigata.
En la primera aventura, Gina se prenda de Justin Bieber y le rinde culto a su figura: calcetines, puzzles, revistas, cepillos de dientes con su cara. Hasta le exige al póster que le desee un buen día de clase. El mito es la experiencia previa al sexo. La obsesión, el pensamiento circular, la fantasía con el cantante que maquilla una tierna verdad: "¿Por qué no sé relacionarme con chicos?". Gina cree, en el fondo de su ser, que si Justin la conociera se enamoraría de ella, sabría ver más allá de las carnes y del acné, de la niña torpe y brusca que es.
La web de citas
La vida es menos plácida que los sueños -donde pasa de todo-, y nuestra protagonista se registra en una página de citas. Ahí los comentarios son atroces: "Dónde vives, mamita", "Puedo ser tu trasero obediente", "¿Te gustaría un viejo con pasta?" o "Vaya culo". Sin medias tintas. No le interesan esos tipos, así que se pinta como una puerta y se embute en un vestido para ligar en la vida real.
"Genial. Oficialmente nadie me quiere. Creo que me coseré la vagina. Quizá así el cuerpo retenga mejor el calor. No sé si podré usar hilo normal o...". A ratos la vida sonríe. Justin Bieber le ha contestado a un tuit en el que ella se insinuaba: "Te voy a follar vivo cuando cumplas 18". "Lol", reacciona él.
La de Gina es la historia del fracaso, de la crueldad de la adolescencia, de la búsqueda del placer y de la asunción del propio cuerpo porque, total, es el que hay
La de Gina es la historia del fracaso, de la crueldad de la adolescencia, de la búsqueda del placer y de la asunción del propio cuerpo porque, total, es el que hay. Es un cuento sobre el deseo, sobre la pérdida de la dignidad, sobre las relaciones humanas, sobre la servidumbre amorosa. Y sobre la esclavitud más innoble, que, como decía Jaime Gil de Biedma, es la de amarse a uno mismo. Gina se va haciendo mayor y sigue irrumpiendo allá por donde va totalmente desbocada, como las maracas de Machín. Su hada madrina es Kim Kardashian "la novia de América". "¿Y sé que es una sorpresa, pero ¿sabes por qué tengo el culo tan grande? Porque está relleno de MAGIA", le cuenta, en su repentina aparición.
Arranca entonces un trepidante Pretty Woman, un maqueo loco en el que la protagonista acaba pareciendo una verdadera prostituta de lujo. Acude a los Teen Choice -presentados por One direction-, huele y observa a hombres de verdad y, vaya, se excita: "Es como si quisiera mear, pero no quiero mear, ¡ayuda!". Al final, casi por intervención divina, se sube a la moto de Justin y parten a una nueva vida hacia Jamaica. "Me dejaré bigote", promete él. "Sólo mi música, mi moto acuática y mi marihuana de la buena". Kardashian sonríe desde el cielo, como Dios. O como el Rey León.
O sexo oral, o despido
La trama púber avanza y Que alguien se acueste conmigo, por favor, empieza a delirar sin pudores. Revistas sexuales, friend zone, comer, comer, comer, rollos con fotógrafos -que no llegan al coito-, intento de jugueteo en los vestuarios del gimnasio y chicos manteniendo relaciones homosexuales en los vestuarios, para disgusto de Gina. Todo es un despropósito. Más tarde, ya empresaria reconocida, Gina chantajea a uno de sus empleados: o le practica sexo oral, o lo despide.
Lo mágico de este libro, amén de su humor tosco y sin límites, es que consigue chirriar igual a feministas que a machistas: es importante que no sea tomado en serio en ningún momento
Lo mágico de este libro, amén de su humor tosco y sin límites, es que consigue chirriar igual a feministas que a machistas de pura locura. Es importante que no sea tomado en serio en ningún momento: al movimiento feminista le molestará porque rebaja a la mujer hasta el ridículo, porque la humilla por su peso y por su físico y porque la retrata como a una desesperada que se echa la copa encima "por si a alguien le apetece abusar" de ella.
Al colectivo machista -tan rancio y furioso- también le crispará y tratarán de usarlo, de nuevo, para dilapidar la lucha por la igualdad: "Pues aquí es la mujer la que abusa del hombre", "Esta chica acosa a los tipos durante toda la trama", "También nos trata mal: en uno de los episodios llega incluso a cortar unos testículos". Y así.
No hay que tomárselo a pecho. Todas las viñetas buscan el exceso, defecan en lo plausible. Hay un consolador con forma de Pikachu, cientos de ligues fallidos, cibersexo y profesiones de dudosa corrección moral, como "la cazahombres". Después de mucho sufrir y verse denigrada, Gina coge la sartén por el mango y se vuelve una tirana que utiliza a los hombres a su antojo. La novela gráfica, con todo, no es tremendista: acaba en el punto medio entre la idealización y la sórdida realidad. "Por un momento, dejé de creer en el amor", confiesa Gina, volviendo a ver al hombre que la dejó en la cuneta. "Pero el amor siguió creyendo en mí", dice, con pose de gatita. "No", susurra una voz en off. En fin: la aventura de vivir en el hundimiento pero poder burlarse de ello.