Eduardo Arroyo: “En España, las antológicas son necrológicas”
El pintor cumple 80 años. Prepara una gran retrospectiva para Francia, con más de 150 piezas desde 1965 a 2017. En su estudio descubre su último gran lienzo: una alegoría de este país, agotado.
9 marzo, 2017 04:07“Ya bajo”, parece decir. Estira la cabeza todo lo que puede, como tratando de imponer su delicado hilo de voz a la ruidosa calle del centro de Madrid. Un grupo de flamenco ha parado en la calle de único sentido para meter los instrumentos en la sala de conciertos, donde tocan esta noche. Es el primer día de primavera del invierno y Eduardo Arroyo viste un traje gris azulado impecable, fresco. Siempre ha sido un artista elegante, afrancesado, de pañuelo en cuello y aforismo en la punta de la lengua. Esta vez deja asomar rayas blancas sobre fondo azul del bolsillo de su chaqueta, como minutos antes lo hacía su cabeza de la fachada del estudio en el que trabaja desde hace 25 años.
Nací pequeño burgués, soy un medio burgués y aspiro a ser un gran burgués
Estos días el pintor cumple 80 años, aunque prefiere no enterarse. Reniega en silencio, menospreciando al paso del tiempo mientras ultima el transporte de más de 150 piezas, entre escultura y pintura, que le dedica la Fundación Maeght, en Saint-Paul (Francia), el próximo julio. Es una gran revisión antológica de su trayectoria, con obra de este creador incansable desde el año 1965 a 2017. Francia. ¿Y España? “En España, las antológicas son necrológicas. Aquí no ha ocurrido y quizá no ocurra”, y lo dice sin resentimiento, ni aspavientos, a pesar de su vehemencia, que no puede contener ni unas cuerdas vocales dañadas.
¿Cuántos pintores caben en esas cinco décadas? ¿Cuántos Eduardo Arroyo podemos ver en uno solo? “No puedo contestar. Ni siquiera sé quién soy”. ¿Y la historia del arte qué dirá de usted? “Ni idea, no lo voy a ver. Soy un pintor viejo y desubicado. Nada más que un pintor que hace cosas, que escribe”, cuenta con más molestia que modestia, porque su época ha pasado, porque creía en un futuro diferente. Otra cosa. “Esperaba del arte otra cosa. No me interesan los museos, ni las ferias, ni el mercado”.
Una excepción de pintor
Se revuelve en el sofá. Pone sobre la mesa baja sus zapatos encarnados. “Si naciera ahora no sería artista, sería bibliotecario. Esperaba una continuidad marcada por los principios del siglo XX, pero nada. Sólo hay burócratas, consejeros y directores de museos… La gente de mi generación no representa nada, yo sigo pintado porque es lo que tengo que hacer y me gusta”. Es hora de recordar a Eduardo Arroyo que no ha dejado de vender un cuadro nunca, en seis décadas, que es una excepción en un oficio que sólo da de comer al 15% de los artistas. “¡¿El 15%?! ¡Muchos me parecen, no me lo creo!”, suelta.
Tengo la desgracia de pintar al óleo. El óleo no gusta, porque huele. Pintar está mal visto, dicen que hay que dejar de pintar
Reconoce su fortuna, su carrera anormal, siempre ha vivido de su arte. No le ha tocado poner copas. “Nací pequeño burgués, soy un medio burgués y aspiro a ser un gran burgués”. ¿Y cómo va, cuánto falta? “Falta poco”.
Se encierra en su biblioteca y en su pintura. De hecho, huele a óleo y aguarrás. Es el lienzo del otro lado del inmenso salón, una alegoría de la muerte de Van Gogh, con un fondo rojo que grita y levanta la mesa de billar en la que está tendido el cuerpo del pintor holandés. “Tengo la desgracia de pintar al óleo. El óleo no gusta, porque huele. Pintar está mal visto, dicen que hay que dejar de pintar. Porque para pintar hay que saber pintar, es complicado y eso tampoco gusta”, cuenta en su versión más enrabietada.
Imaginen lo que piensa de ARCO… “Sólo sirve para que el gobierno y el rey puedan festejar. La obra que se expone es mediocre y de baja calidad. No hay más que un famoseo insoportable y gente absurda que visita la feria con las muchachas que les sirven la mesa, vestidas de secretarias”.
El arte político
Otro gran lienzo tiene el protagonismo del estudio estos días. Es una visión de España: un picador destartalado, avanza como puede, a lomos de un jamelgo en los huesos. “Eso es este país, un país agotado”. Pura Marca España. El fondo de estas dos figuras miserables, 58 vistas castellanas. Siempre España. Primero combatió el franquismo desde París, se mofó de todos los símbolos, de todos los estereotipos en los que se cocía la identidad española y de los que la dictadura trataba de imponer.
La pintura política no existe. La pintura política es la que te llevaba a Carabanchel
Luchó contra los emblemas del repertorio político y cultural español más rancio. Aquella serie de toreros orondos ocultaban los rasgos del General Franco. Con la serie Veinticinco años de Paz fue beligerante e incendiario. Por derribar no le ha quedado nada, incluso ha fulminado el mito del caballero español. “El arte político no existe. Ahora veo pinturas sobre refugiados y no me la creo. La pintura política no existe. La pintura política es la que te llevaba a Carabanchel”, cuenta.
“Mi generación ha vivido convulsiones políticas que han modificado nuestras vidas y ahí es donde me inscribo. He participado en luchas para imponer un modo de pensar y de pintar, un modo nuestro”. Tenía 22 años y combatían la escuela de París, abstracta, “una auténtica dictadura”. “Todo era abstracto y nosotros luchábamos por otro criterio, que más tarde se llamó 'nueva figuración'. Apareció el Pop Art americano, pero no teníamos nada que ver con ellos. Y desde luego yo no tengo nada que ver con eso que llaman Pop español, que no sé qué es”.
De todas maneras, aclara que aquellos maravillosos años insolentes los recuerda entre tinieblas: “Queríamos imponer una pintura que interviniera. El otro bando decía que la pintura sólo debía ser pintura”. ¿Y el arte, qué es? "Menuda pregunta. Es todo y no sé qué es. Una batalla en la que siempre salgo perdedor".
Sólo presente, nada de pasado
Una muestra de su trabajo más reciente puede verse hasta final de mes en la galería Tiempos Modernos. Dice que es un pintor de la calle, que se interesa por lo que le preocupa a “la gente”. Por eso vive atado a los periódicos, por eso su arte es pura actualidad. “El pasado no me interesa y del futuro no conozco nada. Sólo vivo el presente”. Sólo vive en sus cuadros y, sobre todo, en sus lecturas. Las paredes de su estudio tienen más libros que obras de arte. Su vida se resume al cuadro en el que trabaja, con el que respira. Hace tiempo se propuso pintar un cuadro al día y así estuvo dos años y medio.
No vivo con mi pintura, sólo con mis libros. Tengo cuadros en mis almacenes, empaquetados de una exposición de hace treinta años
No es posesivo con lo que produce, lo deja marchar en cuanto está acabado. Se desentiende de ellos. Vuelan de su lado. Desaparecen y no trata de retenerlos, ni de seguir su rastro. “No vivo con mi pintura, sólo con mis libros. Tengo cuadros en mis almacenes, empaquetados de una exposición de hace treinta años, que no abriré y no volveré a ver nunca más. Mi pintura no me interesa. Me la encuentro en las exposiciones, en los préstamos de colecciones. De repente, aparecen”, asegura. Sin embargo, estos días su estudio anda tomado por su yo: una gran escultura, que recuerda a un triceratops, un retrato de Balzac divertidísimo, los lienzos mencionados…
Por eso le impresiona que Picasso conservara lo que creía más importante de su obra. “Pero, ¿quién es capaz de saber eso? Hay cuadros míos a los que esperaba ver crecer y nada. Otros, sin embargo, parecían llegar solos a museos y colecciones”.
El artista es el que menos sabe de su obra. “Absolutamente”.