Barbie nunca ha sido acosada, ni maltratada, ni violada, ni ofendida. Barbie nunca, nada, jamás, en los casi sesenta años de vida, ha tenido un problema, ni un disgusto, ni un trauma. Ni siquiera ha tenido un cuerpo. Barbie es la muerte de la anatomía y el homenaje al deseo. No interesa su realismo, ni su veracidad, sólo su atractivo. ¿Qué fue antes: Melania Trump o Barbie? La muñeca y sus adoradoras infantiles han sido sometidas al modelo del éxito: siempre guapas, siempre sonrientes, siempre bien vestidas, siempre bien peinadas, siempre vistas para ser deseadas.
Es una representación tan irreal de la mujer, que parece perfecta: pechos duros sin pezones, asexuada, censurada y prototipada. Mattel borró el cuerpo de la mujer para dominarlo y hacerlo a la imagen y semejanza de un tópico masculino, que se ha reproducido durante todos estos años, en un elogio a la vida plástica y fantástica. Pero hace años que en casa Barbie las cosas van mal y lanzaron una campaña de lavado de imagen para resucitar en el mercado.
Eso es Barbie: más allá de la muñeca, una exposición de 438 muñecas, que se ampara desde la Comunidad de Madrid, en la Fundación Canal, como si el famoso juguete rosa fuera el colmo del feminismo. “Durante décadas Barbie ha transmitido valores de igualdad de género, de integración racial, de respeto por la diversidad, familiares, de fomento de la cultura, de amistad… Y todo ello sin dejar de lado su condición de muñeca, de referente de la moda y de baluarte de la feminidad”.
Era feminismo, no sexismo
Así es la máquina de propaganda del producto juguetero -que se ampara en un espacio público bajo responsabilidad de Cristina Cifuentes (PP)- para transformar una figura sexista en otra activista. Porque no nos habíamos dado cuenta hasta ahora, tal y como indican las cartelas: la exposición “descubre facetas desconocidas y sorprendentes de la primera muñeca con aspecto de mujer”.
No hay ni rastro de aquel modelo comercializado, que marcaba en la báscula menos de 50 kilos, y que animaba a las niñas a reproducir las pautas alimenticias trastornadas para alcanzar las medidas imposibles. Ya saben, si Barbie fuera humana tendría 100-45-80, pesaría 49 kilos y mediría 1,80. Es decir, no podría caminar porque su espalda no soportaría el peso, tal y como dio a conocer en 1966 el Centro de rehabilitación para jóvenes con anorexia Rehabs. Su cuerpo, demasiado largo y delgado, se rompería por el peso de la cabeza (dos veces más grande de lo normal), tendría sólo la mitad de sus órganos vitales en un abdomen enano y sus débiles tobillos no le permitirían ir siempre de puntillas.
En 2006, la revista Developmental Psycology, de la Asociación Americana de Psicología, descubrió los efectos negativos que Barbie ejercía sobre las niñas. Entre otras cosas, presentaban una menor autoestima y el deseo de estar más delgadas. No hay juguetes que representen una vida doliente y sufridora, están creados para creer en un mundo mejor. Muy rosa. Sin embargo, Mattel ahora reivindica el filón de las 150 profesiones con la que han disfrazado a Barbie desde su nacimiento para vestirla del único prototipo que nunca han tocado: el de feminista.
Cebando estereotipos
Porque la peor de las traiciones de Barbie a la mujer real es la creación de un prototipo de ser humano inofensivo. En la exposición, aparece la Barbie elegancia, Barbie glamour, Barbie rizos mágicos, Barbie besos de ensueño, Barbie colores mágicos, Barbie pieles fabulosas, Barbie baila y baila, Barbie fragancia, Barbie novia del milenio, Barbie brillantina, Barbie elegancia urbana… casi 500 figuras cebando estereotipos. Rosa, aria, delgada, pura y de clase media alta, sin necesidad de reivindicar su posición.
Sí, está la Barbie trabajadora, pero no la Barbie con pancarta. Tampoco está la Barbie Femen, porque en el mundo Mattel, Barbie cobra lo mismo que Kent y no es necesario ni romper el techo de cristal que la impide escalar y tomar el poder -tenga los años que tenga, pese lo que pese o vista como vista. En ese planeta plástico tampoco es necesario protestar contra el estereotipo, que la convierte en un ser humano dispuesto a la satisfacción del hombre.
¿Qué ha hecho Barbie por las trabajadoras? Absolutamente, nada aunque las haya vestido de candidata a la presidencia, piloto de Náscar, piloto de avión, diseñadora de moda, camarera, bombero, astronauta, paleontóloga, soldado, cirujana, bailarina… “Ha lanzado a las niñas un mensaje fundamental: que su limite son ellas mismas, que pueden llegar a ser lo que quieran y hacer sus sueños realidad”.
Una guerra diaria
Queridas niñas: vuestro límite no está en vosotras mismas, sino en la opresión que impide que los conquistéis. La ensayista Rebecca Solnit, en Los hombres me explican cosas (Capitán Swing), apela a su propia experiencia para declarar que asistimos a “una guerra a la que se enfrentan las mujeres cada día”. Una guerra que invita al silencio de ellas: el hombre pontifica, la mujer calla y traga. Lo más escandaloso de la narración expositiva es el descaro de la propaganda a favor de la marca juguetera: “Aquel era un mensaje revolucionario en 1959”.
Esa falsa autonomía económica con la que ha disfrazado Barbie los sueños de las niñas, exige a las mujeres a ser sujetos activos en un campo laboral que, como escribe Marta Sanz, en el ensayo Éramos mujeres jóvenes. Una educación sentimental de la Transición española, “nos discrimina, nos explota y nos convierte en víctimas de la precariedad”. Las mujeres no han ganado porque la diferencia sigue siendo una desventaja.
Barbie lo tolera todo y nunca pone mala cara. Es la representación de todas las ficciones y frustraciones femeninas, la figura que no tuvo derecho en los sesenta, setenta y ochenta a sentirse insatisfecha por un ideal romántico que nunca se hizo realidad; la figura que desde los noventa a esta parte tampoco tiene derecho a sentirse insatisfecha por una expectativa erótica que las recauchutas las violenta quirúrgicamente y las obliga a consumir a todas horas y a follar como actrices porno. “Agotador”, como señala Marta Sanz.
“No hay ideal al que no se pueda aspirar”, reza en las paredes de la muestra de Fundación Canal, como si los ideales los construyera Barbie, la muñeca que ha tenido siete caballos, tres ponis, cinco perros y dos gatos, además de un Ferrari, una amiga en silla de ruedas rosa y un ex novio que nunca usa calcetines y sonríe tanto como ella. Barbie tampoco ha ayudado a erradicar la violencia contra las mujeres, algo que las feministas sí han logrado denunciar y exponer como lacra.
No, Barbie no es un “baluarte de la feminidad”, como insiste en colar el discurso de la muestra. Sí es una máquina del silencio y del eufemismo que -para romper con la normalización de la anorexia que el producto mismo ha instaurado- crea en 2016 una mujer con “curvas”, para no decir “mujer sin dieta”.