Barack Obama consiguió enamorar a la gente desde su campaña electoral. Casi nadie le conocía, pero de repente era el hombre al que todos admiraban. Sus asesores habían hecho un trabajo mediático preciso y perfecto, colocando al futuro presidente como la persona que todos necesitaban. De todas sus labores destacó aquel cartel que convertía en pop art su rostro con un lema: 'Yes we can (sí, se puede)'. Aquella imagen se convirtió en un símbolo y llenó chapas y hasta merchandising. Una sola foto había convencido al electorado más que cualquier discurso.
Este es uno de los miles de ejemplos de cómo el poder utiliza el arte para engañar y convencer a la gente. Olvídense de la inocencia, cada decisión que toman nuestros gobernantes relacionada con su representación pública tiene una intención muy concreta. Eso es lo que nos enseña la exposición del Museo del Louvre, Théâtre de Pouvoir, que en una de las salas más escondidas del museo francés analiza estas relaciones desde sus inicios. “El arte y el poder político siempre han formado lazos estrechos”, dice la presentación de la muestra que se centra en los códigos de representación del poder político, desde la Antigüedad hasta la actualidad. Con obras del Louvre y de las principales instituciones culturales francesas, la exposición presenta figuras del príncipe "guerrero", "constructor" o "héroe", los diferentes modelos que se vendían al pueblo para convencerle y que adoraran a su rey, así como a objetos que simbolizan el poder.
Théâtre de Pouvoir muestra de forma casi didáctica cómo se usan las imágenes para legitimar el poder, particularmente a través de la figura de Enrique IV o de algunos retratos famosos de monarcas y emperadores como Luis XVI. o Napoleon. Todos ellos presentados como elegidos de dios en la tierra, sólo por debajo de la autoridad divina, pero dejando claro que ellos son el auténtico poder. Durante siglos los cuadros que representaban a los monarcas siguieron las mismas pautas. Una posición erguida, pero dando un paso adelante en señal de ofrecimiento al pueblo; un cetro en una mano, una espada colgada, y alguien dispuesto a colocarle una corona de laurel (puede ser su hijo, un súbdito o un mismísimo ángel muestra de que ellos son elegidos por los dioses), símbolo de su victoria. Influye también la puesta en escena, durante siglos se elige el palacio, las cortinas rojas, el trono… pero los tiempos cambian.
Lo que muestra la exposición ya lo contaba Richard Sennet, que analizó cómo “cierto orden visual era inseparable del orden imperial, hace casi 2000 años”. “El barroco trató de 'mover el ánimo de los súbditos aplicando la idea de Horacio según la cual lo visual, que entra por los ojos, tiene más poder de conmover al espíritu que el lenguaje, que entra por los oídos, y así se desarrolló una muy diversificada tecnología de la imagen al servicio de la representación teatral del poder”, explica Gonzalo Abril en su artículo Cultura visual y espacio público-político, un texto que entronca con la exposición del Louvre que también dedica un tiempo a la evolución de esa representación del poder.
En un marco digital, van pasando los cuadros de los monarcas franceses en los que se ve la evolución de su representación, hasta llegar a las fotografías de los presidentes de la república. En la puesta en escena de estas imágenes también se ven cambios dependiendo del mensaje que el poder quiera mandar a sus súbditos. Miterrand posa con las constitución en la mano, mientras que Chirac sale mostrando la ostentosidad del Elíseo. Es el único que cometió ese error. Desde entonces ningún presidente lo hace, pero cada uno va incorporando a su puesta en escena detalles que también hablan de su política y de sus promesas.
Antes se mostraba a los monarcas y políticos “conforme a reglas simbólicas de distancia y decoro institucional”, ahora se destacan el talante o la espontaneidad
El último, Macron, aparece en un primer plano que muestra su juventud y una bandera de Francia al lado izquierdo (algo habitual). Al lado derecho una novedad histórica: una bandera de Europa con un reloj abajo. Frente a Le Pen y los que querían dejar la comunidad, Macron se erige como el ‘monarca’ que les mantendrá unidos en un momento único. Europa como símbolo. En su texto Gonzalo Abril también hablaba de cómo las fotografías políticas habían cambiado. Si antes se mostraba a los monarcas y políticos “conforme a reglas simbólicas de distancia y decoro institucional”, ahora se destacan otras cosas, como “el talante de la primera época de Zapatero o la calurosa espontaneidad del primer Obama”.
Nada de esto es casualidad, todo está pensado con una única intención: convencer y engañar a los votantes y ciudadanos. Una imagen vale más que mil palabras y discursos, y una mala elección de un cuadro o de una foto, son miles de votos perdidos en un momento en el que no se lo puede permitir.