Él insiste en dormir en el centro de Nueva York, en una de las ciudades en las que más rechazo genera su persona y sus planteamientos políticos, donde la identidad de la ciudad es tan variada como cada uno de sus habitantes. A medio kilómetro de su torre dorada y de sus oropeles de presidente han colgado una banderola gigante en la que se lee: “Painted in Mexico”. Para más inri, la imagen está protagonizada por una mujer, que representa a la perfección ese cruce de caminos que en el siglo XVIII sucede en México entre los artistas locales y la tradición de la pintura europea.
Pintado en México -que puede verse en el MET hasta el próximo día 22- es una exposición increíble. Probablemente, el hito historiográfico del año 2018, con el que el espectador descubre la magnitud de un proceso plástico e ideológico silenciado durante más de tres siglos. Levantada con fondos de Plácido Arango -ex presidente del Patronato del Museo del Prado- y de las iglesias mexicanas, la muestra recorre los nombres, las fechas y las obras de la pintura que se hizo en entre 1700 y 1790 en México.
Son artistas que se inventan a partir de la fusión de dos tradiciones que se deben entender a la fuerza. Ese Sagrado corazón de Jesús (1756), de Miguel Cabrera (1715-1768) es una pequeña y anecdótica muestra de la intención popular con la que trabajaron aquellos artistas. El corazón sangra y palpita, absolutamente real y doloroso, apresado por una corona de espinas que lo pincha y rodeado en círculo por una corte de angelotes. Puro POP. Es una pintura de alto contenido simbólico y narrativo, en la que cada gesto es un mensaje en sí. Adoctrinamiento de alto voltaje.
Así ocurre en la obra de Rafael Joaquín Gutiérrez (1750-1792), que pinta a San Carlos Borromeo con las artes (1782), en la que ha creado una alegoría para colar un protagonista secundario: un joven personaje aparece por el lado izquierdo, coronado con un tocado de plumas y soportando un retrato de Carlos III. El muchacho es la personificación de América, tan joven y con tanto futuro frente a la monarquía europea.
El montaje ha dado a luz un excelente catálogo que supone el primer estudio pormenorizado de este periodo, que según explica a este periódico Jaime Cuadriello -uno de sus comisarios-, es el primer movimiento internacional a escala mundial de la Historia del Arte. Y también el más menospreciado por los sabios. Cuenta Miguel Falomir, director del Museo del Prado, que en la Universidad española no hay rastro de interés por este arte que abarca tres siglos (XVI, XVII y XVIII). “Es un desierto”, dice. En esta parte del mundo, tradicionalmente ha sido despachado como “arte colonial”. Hoy sabemos que lo colonial sólo está en el prejuicio.
El Prado no estuvo muy acertado al rechazar estas pinturas. Antes, los directores pensaban que estos artistas no lo eran y se desprendieron de los cuadros que tenemos en la colección
El Prado ha invitado a Cuadriello a dirigir su octava cátedra de estudios, bajo el nombre de “El legado del Nuevo Mundo. Arte latinoamericano de la Edad Moderna”, tres días de cursos dedicados a tratar de entender -entre otras cosas- cómo es posible que en el Museo del Prado no haya ni una sola pintura de este periodo de esta parte del mundo, en la que tanto tuvo que ver España en el desarrollo de las artes plásticas. Hoy se hace insoportable el ruido que genera este lapso que se debe, como el propio Falomir explica, a una política negligente del pasado, que entendió a estos artistas como artesanos de segunda.
“Este momento es propicio para que el Museo del Prado reflexione mucho sobre lo que ha hecho hasta el momento. El Prado no estuvo muy acertado al rechazar estas pinturas. Antes, los directores pensaban que estos artistas no lo eran y se desprendieron de todos los cuadros que tenemos en la colección. Ahora son muy demandados por los investigadores en EEUU y el mercado internacional”, reconoce valiente Falomir.
Los fondos de la pintura del Nuevo Mundo que el Prado ignoró ahora cuelgan del Museo de América. “Es imposible revertir esta donación, porque iniciaríamos una batalla que a nadie interesa”, asegura el director, que ha sido testigo de tantas guerras similares por el Guernica de Picasso y las cuatro pinturas de Patrimonio Nacional (El descendimiento de la cruz, de Roger Van der Weyden; El jardín de las delicias y La mesa de los pecados capitales, del Bosco; El lavatorio, de Tintoretto) depositadas en el museo desde 1936.
Políticamente es un error garrafal que el Museo del Prado no realizara la exposición del MET, ni que formara parte del circuito de itinerancia que lo llevará a Los Ángeles. Sólo en 2010 hubo una muestra en el museo español dedicada a la “pintura de los reinos” (en Perú). De ahí que el director entone el mea culpa y reconozca que a partir de ahora “el Prado llamará la atención sobre estas expresiones”.
“En el futuro haremos exposiciones temporales constantemente y respetaremos los depósitos. No vamos a levantar ninguno. Pero la sociedad española debe recapacitar sobre la atención que le presta a estas expresiones, porque el museo sólo es un reflejo de la sociedad”, añade el director. Sin embargo, la sociedad necesita que una institución como el Prado genere una necesidad como la del arte latinoamericano en la Edad Moderna. Esa oferta tampoco estaba en la población neoyorquina y se ha convertido en el punto de referencia de este periodo de la Historia del Arte. Una nueva oportunidad perdida por España para convertirse en ese “puente” entre un continente y otro.
Cuadriello cuenta que la exposición, con las políticas xenófobas de Trump, se ha convertido en un lugar de resistencia intelectual a la animadversión declarada del presidente de los EEUU. “Es una manera de demostrar que el vecino tiene una historia que aportar. El vecino tiene su tradición cultural”, cuenta a este periódico. El arte como la mejor arma contra el fascismo.
En el futuro haremos exposiciones temporales y respetaremos los depósitos. Pero la sociedad española debe recapacitar sobre la atención que le presta a estas expresiones
Reconoce el profesor que este arte es invisible incluso dentro de sus fronteras. La mayoría de los mexicanos lo ignora y sigue viéndolo como un objeto de culto. “Tras la exposición del MET ya tenemos los nombres, las fechas, los lugares. A nivel documental es un hito fundamental”, añade. Prefiere hablar de pintura novohispana y dejar atrás de una vez por todas el genérico “arte colonial”, porque aquellos pintores se sentían muy orgullosos de su tradición local con contactos en la Francia e Italia del siglo XVIII. “La dominación en las prácticas culturales fueron mucho más complejas que en las económicas”.
Ese arte de encuentro es un arte de conflicto por crear una nueva identidad, que debe ser mirada por unos nuevos ojos historiográficos. “Los franciscanos abrieron escuelas de artes y oficios, en las que incorporan la pintura indígena para introducir los temas cristianos. Pero no arrasan con lo que había. De ahí que la pintura del siglo XVIII sea un producto ecléctico y muy rico, inspirado en el modelo francés e italiano, de pincelada larga como la de Luca Giordano”, cuenta Cuadriello. Es la hora de reconocer el valor de un arte que atravesó de México a Sevilla o Cantabria (los indianos del XVIII traían imágenes devocionales) y de Quito a Praga. Abramos los ojos.