Cristóbal Toral, el pintor que tiró a la basura a Juan Carlos I y secuestró al Papa
- El artista presenta 'La pintura como testigo', su muestra antológica en el Museo de la Ciudad de Antequera.
- Siente en los pinceles la conciencia del mundo: retrata migraciones, muertos, reyes caídos y terrores yihadistas.
- Toros, flamencas y bragas: España es mujer y se llama Pilar Albarracín
El niño Cristóbal se crió en Antequera y trabajó los campos con su padre: sin tocar un libro, sin nociones académicas del arte, sin profesores ni escuelas. Se llenó los ojos de verdes y ocres, de musgos, insectos, piedras, amaneceres largos. Y en los ratos libres pintaba, pintaba, pintaba. Ejercía su vocación feroz y anárquica sin que nadie le aplaudiese. Pintaba lo de fuera hacia adentro. Como decía Michael Ende: “Las pasiones humanas son un misterio: hay gente que se pasa la vida escalando montañas sin poder explicar por qué”.
Un día, unos cazadores visitaron la choza donde él vivía con su familia para pedir agua y quedaron maravillados con los dibujos del adolescente, que ya soplaba 19 años. Entonces aconsejaron a su padre que lo llevase a la Escuela de Artes y Oficios de Antequera. Juntaron unos ahorrillos y se compró una bicicleta con la que ir y venir al colegio cuando terminaba su jornada en el campo. En pocos meses ya era el alumno artísticamente más fascinante e inagotable de su generación. Lo sería también de las venideras. Era un prodigio desgobernado; un genio rural que no había pasado por el aro del sistema. No se rendiría, tampoco, más tarde. Ni siquiera cuando expuso en los museos más importantes del mundo.
Cristóbal Toral es hondamente político y poético: siente en los pinceles el dolor del mundo. Le obsesionan la migración y sus heridas. Los muertos mediterráneos. Y las maletas, y las mujeres en cueros que siempre tratan de huir. Toral sabe que nada es estático, que nada permanece, que somos rabiosamente nómadas. Que veremos caer hasta al último dictador y hasta al último mito. Es capaz de montar una instalación con Juan Carlos I destronado, rendido en un contenedor. Y una pintura con el Papa Benedicto secuestrado por yihadistas. Es un cronista, Toral, un periodista artístico que bebe de la fuente más caliente. La vida. Sin abstracciones.
Este miércoles presenta en el Museo de la Ciudad de Antequera su exposición La pintura como testigo, su muestra antológica. Su museo de la memoria y el compromiso.
¿Cómo definiría Cristóbal Toral su propia obra?
Eso es lo más difícil que le puedes pedir a un artista, ¿eh? Pero bueno, te diría que yo soy un pintor figurativo dentro de la figuración contemporánea, vanguardista. Soy un pintor que mira con el mismo interés la pintura clásica de los grandes maestros (como Velázquez, Rembrandt, Goya) que la pintura de los grandes maestros de la modernidad, como Picasso, o Rothko, o Bacon.
Hay que mencionar su compromiso con la realidad.
Exacto. Yo soy un pintor situado en lo clásico, en lo moderno y en la realidad, esas son mis tres fuentes de inspiración. La realidad para mí es un concepto amplísimo, no es un concepto de temario limitado. Hay muchos pintores figurativos para los que la realidad es un paisaje, unas manzanas, unos membrillos o una habitación, pero para mí la realidad es todo lo que acontece, lo que ocurre: las pobres personas que se ahogan, los migrantes del Mediterráneo, el subir a la luna. Las realidades de nuestro tiempo me inspiran y yo me siento un reportero, un periodista en la línea de Goya, y todo lo intento plasmar. Creo que la realidad es una zona en la que el artista, como intelectual, tiene que comprometerse. Siento una intención de denuncia.
Tuvo usted unos orígenes duros. No fue hasta los 19 años que descubrió su talento. ¿Cuándo fue consciente de lo que podía llegar a hacer?
Sí… ay, mis comienzos. Cuando pienso a veces de dónde he salido creo que es casi un milagro. Yo vivía en el campo, aislado de toda civilización. Estaba más cerca de hacerme un salvaje que una persona civilizada. De esa situación pasé a un ambiente universitario. Hice Bellas Artes, conseguí el Premio Fin de Carrera… el mejor expediente que hay archivado en Bellas Artes es el mío. Desde el punto de vista académico es milagroso. Yo era consciente de que una cosa era ser buen estudiante y conseguir premios, y otra cosa es crear tu propio mundo como pintor. Eso es lo más difícil. Se puede tener habilidad y hacer una manzana perfecta, pero otra cosa es crear tu manzana.
¿Cree usted que el talento artístico puede estudiarse o sólo se nace con él?
Tienes que nacer, sin duda alguna, pero luego tienes que trabajarlo. Todos los grandes genios han tenido una cualidad en común, que era su capacidad de trabajo. Si no trabajas bien en el sentido profundo de la palabra es difícil llegar.
Ha dicho usted que es de izquierdas por orígenes, por ser hijo de carbonero. ¿Cómo afecta la ideología a la creación artística?
Uf. En la política, tal y como están las cosas ahora… la verdad es que no quisiera sumarme a ese laberinto. Soy una persona moderada a quien lo que le gusta es la eficacia, los hechos, ¿eh? Lo conseguido y lo que se puede conseguir. Evidentemente, por mis orígenes, yo tengo una simpatía mayor hacia la izquierda que hacia la derecha. Pero eso no quiere decir que sea un radical, todo lo contrario. Sobra radicalidad en la política actualmente y falta altura de miras para arrimar el hombro y crear un país que progrese.
Pero su obra está inequívocamente marcada por lo social.
Efectivamente. Tengo un compromiso con la sociedad y con las cosas tremendas que suceden. A mí me obsesiona sobre todo el punto de las migraciones. Hay lugares en los que luchan por poder comprar el pan, no por conseguir grandes cosas… hay tanta gente intentando sobrevivir. Es doloroso. También me afecta que en este siglo haya tantos radicalismos. Me estoy refiriendo al yihadismo: para mí fue impactante ver a los yihadistas degollando a hombres, vestidos de naranja… eso me inspiró para dar testimonio de esa situación. Yo pinté al Papa Benedicto secuestrado por yihadistas. Si fueron capaces de derribar las torres gemelas de Nueva York, esto de secuestrar a un Papa no es nada imposible.
¿Qué lectura le da a esa obra?
Tiene varias lecturas. En primer lugar: el testificar una situación tan tremenda como los secuestros y las degollaciones. Dos: Hacer una crítica al Vaticano. El silencio que está practicando el Vaticano con respecto al genocidio de inocentes cristianos que se está produciendo en los países musulmanes. Y tres: el Papa está sonriente a pesar de que los asesinos le están sujetando. Está afianzado en la fe. En la mano derecha tiene un rosario. Ahí también hay un canto a la fuerza de la fe.
¿Qué tal le cae el Papa?
Bueno, pues me satisface que la obra se exponga estando el Papa emérito vivo, la verdad. A mí me hacía ilusión que se exponga en vida de Benedicto. Me caía regular, la verdad, pero me inspiró para el cuadro y ya me parece hasta simpático.
¿Qué opinión le merece el arte contemporáneo? ¿Tiene excesos? ¿Nos venden humo?
(Risas). Bueno, bueno, bueno… ahí hemos entrado al gran tema. Es el barro. En el arte está ocurriendo lo que ocurre un poco en todo: se está poniendo en valor la mediocridad. Está en la política, en la literatura, en todo. Es que, oye, el arte no es como el fútbol… ¿cómo se sabe si uno ha metido un gol o no? Eso me preguntaron en el Museo Contemporáneo de Caracas hace unos años. Me pareció una pregunta muy inteligente. Vamos a ver: es una cosa muy complicada. Es fácil que nos vendan gato por liebre.
En el arte todo depende del valor de la obra. Si una obra vale mucho económicamente parece que esa obra es muy importante, y viceversa. Pero eso está controlado por unas pocas galerías. Ocurre igual que en la empresa: si hay un solo supermercado a nivel mundial, mira lo que ocurre. En el arte, unas cuantas galerías dominan el cotarro, y esas galerías están reforzadas por capitales, por millonarios, que en lugar de meter su dinero en bolsa lo meten ahí. Esto es un tinglado de bolsa, y es tremendo, mejor no pensarlo. Cogen al artista que quieren y lo encumbran. Yo lo he dicho alguna vez: Vermeer hoy sería un fracasado. Llegaría una galería importante y le dirían: oiga, ¿usted cuántos cuadros pinta al año? Y si se le dice que uno o dos, pues no interesa. A las galerías le interesa gente relativamente joven que pinten 500 obras al año para poder cogerlas, llevarlas a subasta, pujar, subir los precios y crear un valor en bolsa. Es tremendo.
¿Y qué hay del arte activista, estilo Banksy?
Otro acto de propaganda. Lo que hizo de destruir su propia obra… está todo controlado. El arte ya es un objeto de bolsa más y eso es lo peor que le podía ocurrir. Había un crítico… Benjamín H. D. Buchloh, un hombre de 70 años, profesor de Harvard, que ha escrito mucho sobre arte, es un gran defensor de la vanguardia y del arte moderno, por tanto no es sospechoso de “carca”. Bueno, pues él decía que dentro de 20 años, quizá menos, nadie va a saber quién es Jeff Koons, que ahora vale mucho más que El Greco, que vale 40 millones… Jeff Koons tiene un taller y a 40 personas pintando. Si el arte llega a esta situación, pues apaga y vámonos, ¿no?
Sus óleos están llenos de mujeres a punto de partir… hay maletas. Y desnudos.
Ahora hay más maletas que desnudos. Viví una época más romántica donde tendí mucho hacia el desnudo. Siempre era la misma mujer… en esa situación de tránsito. De las cosas que más me obsesiona es el viaje. El tránsito. El ser humano, desde los tiempos más antiguos, es nómada. Los aeropuertos están llenos de maletas, todo está lleno de maletas, ese mundo me obsesiona. Tantos símbolos de viaje. El viaje es lo que más caracteriza a nuestro tiempo. Y ha habido por ahí algún crítico que ha dicho que yo estoy convirtiendo a la maleta en un icono de nuestro tiempo, pero es que ¡lo es!
Su instalación La abdicación del Rey data de 2014. ¿Sintió ahí que la monarquía estaba obsoleta?
Fíjate tú, que te voy a contar la historia de cómo surge esta obra. La obra es un contenedor. Yo tenía muchas ganas de hacer un contenedor lleno de objetos. Es una metáfora de la vida: nos deshacemos de las cosas. Lo reemplazamos todo. Esa idea me la resolvió el rey al abdicar. Un televisor no te sirve y lo tiras, y el rey tiene el mismo fin que ese televisor: lo tiras. El hombre pues estuvo tantos años como jefe de Estado, hizo su labor extraordinaria, sobre todo con el golpe de Estado… dentro de las sombras que haya tenido a lo largo de su vida…
Pero usted es republicano.
A ver, el sillón del rey ya estaba gastado y había que tirarlo para sustituirlo por otro. Yo estoy seguro, Lorena, de que todas las fotos del rey que había presidiendo las instituciones fueron a parar a un contenedor… todos sus retratos, fuera. Es la metáfora. Todo va al contenedor, hasta los reyes. Yo creo que por eso este es el retrato más real que se ha hecho del rey.
Es decir, del rey caído. Decía usted que ponerlo en horizontal le recordaba a los grandes dictadores caídos.
Sí, como los retratos de Sadam Husein. Es impresionante el dramatismo de algo que pasa a estar en vertical a estar inclinado, doblado por las circunstancias. Y el rey igual. Verlo ahí volcado, acompañado de una bañera sucia, vieja… es un drama impresionante, pero es real.
Entonces no fue revancha republicana. Fue el ciclo de la vida.
Claro. Vamos, de hecho yo no he sido irrespetuoso con nadie. Quien ha sido irrespetuoso con el rey es la realidad, no yo. Y tengo una anécdota: un amigo del rey, muy amigo, porque estudiaron juntos, se encontró conmigo en un cóctel recién expuesta la obra. Y yo me dije a mí mismo: “Me va a echar la bronca, me va a decir que cómo he tirado al rey al contenedor”… Pero no, él me dijo: “¡Es que lo han tirado, lo han tirado al contenedor! Tú no lo has tirado, no has sido tú”.
¿Metería en el mismo contenedor a Felipe?
Yo esperaría a que lo tirasen. Yo no soy nadie para tirarlo a un contenedor, pero te puedo decir que tengo preparado ya no un contenedor, sino un cubo de basura… (es mucho más noble el contenedor, donde hay restos de tabiques y reformas de casas y persianas viejas; cosas de cierta nobleza; en la basura sólo hay desperdicios y porquerías). Pues eso: tengo preparado un cubo de basura donde voy a meter a los cuatro honorables: Jordi Pujol, Artur Mas, Puigdemont y Quim Torra.