Unos 300 objetos de valor de la dinastía Romanov (1613-1917), que incluyen el espejo doble de la emperatriz Catalina la Grande y una diadema de la zarina María Fjodorovna, brillan desde este sábado en el Hermitage de Ámsterdam en la exposición de celebración de su décimo aniversario.
Las piezas reflejan la moda de cuatro siglos -barroco, rococó, clasicismo, estilo imperio y art nouveau- y son seña de identidad de sus portadores: resaltan gustos, orígenes y riquezas diferentes, y llevan consigo un simbolismo oculto y provocador, de historias y secretos de amores prohibidos y pasiones de controvertidos aristócratas rusos.
El historiador de joyas Marijn Akkerman se conoce todos los entresijos de los zares, y fascinado por su riqueza y obsesión por las piedras preciosas, asegura a Efe que acumular estas piezas era para ellos "un símbolo de riqueza, de la misma manera que se coleccionan cuadros" de grandes pintores en Holanda o España.
Cada una de estas piezas, que suman decenas de miles de piedras preciosas, tiene una historia detrás, y, "como las zarinas pasaban a veces meses y meses en París o Londres", las encargaban a los artesanos rusos de Fabergé pero también a joyerías europeas como Boucheron, Cartier, Lalique o Claude Ballin.
Una de las piezas estrella de la exposición pertenece a Catalina la Grande (1729-1796), un joyero de tres kilos elaborado a finales del siglo XVII por un orfebre en Augsburgo y que está cubierto con 400 diamantes, lo que incluye rubíes, esmeraldas, granates, almandinas, amatistas y turquesas.
Catalina, zarina del siglo XVIII y probablemente la mujer más poderosa de la historia, lo usó cuando vivía en el Palacio de Invierno en San Petersburgo, en cuyas bodegas y patios residían unos ochenta gatos desplegados por su suegra, la zarina Isabel I, como "personal" para perseguir ratas y ratones, y proteger así las valiosas piezas.
Era conocida por su amor por el arte y las joyas, y fue una zarina peculiar, una princesa alemana que se crió en Rusia, donde libró con éxito la guerra contra el imperio Otomano, pero también luchó por la reducción del analfabetismo y las enfermedades venéreas en Rusia.
De ella también se expone su regalo de bodas, un espejo de doble cara con un marco dorado rizado con flores plateadas, y en cuyos pétalos y hojas aparecen animales como ranas, caracoles, orugas y mariposas, un simbolismo característico de la época.
El joyero de la suegra de Catalina tampoco se queda corto, así como un broche de casi mil diamantes que perteneció a la zarina Isabel I y que, con diferencia, cuenta con la mayor cantidad de piedras preciosas concentradas en una sola pieza, desde zafiros azules y amarillos, rubíes, topacios y hasta esmeraldas.
Las tiaras son otra de las claves de la muestra, subraya Akkerman, que tiene como favorita la colección de la zarina María Fjodorovna, esposa del zar Alejandro III, quien tuvo una diadema elaborada en 1885 por Michail Perchin, hecha de plata con un dorso dorado y decorada con diamantes y guirnaldas de pampilles que provocan una cascada de brillos cuando movía la cabeza.
También hay un ramo de flores de piedras preciosas (1740-50), joyas con ágata y circonio, así como disfraces y cajas de tabaco de grandes príncipes y familias nobles, que se dejaban retratar con frecuencia por pintores destacados en ocasiones con atuendos especiales.
La exposición muestra esos retratos y también los vestidos, decorados al detalle y elaborados de forma ajustada al cuerpo por la parte superior en el caso de las mujeres, y los trajes imperiales y majestuosos con historias personales, que dan una imagen fascinante de más de dos siglos de moda.
Algunas de las piezas pertenecen a la colección del Hermitage holandés (proyecto cultural sin subvención estatal), pero en su mayoría han salido por primera vez de San Petersburgo para exponerse en un museo de la Europa Occidental, en Ámsterdam, donde estarán en exclusiva hasta el 15 de marzo de 2020.