Francesca Thyssen-Bornemisza, hija del barón Hans Heinrich (1921-2002), recuerda a su padre viajando cinco veces en plena Guerra Fría a la Unión Soviética para mostrar a las poblaciones de Moscú, Kiev o Siberia su imponente colección de obras maestras. "Eso era imposible de imaginar entonces, no había compañías de seguros para cubrir algún desperfecto", relata. Pero lo que más valora de esos viajes radica en la labor de "diplomacia cultural" que escenificó su progenitor: "Fue la primera persona que habló en directo en la televisión rusa de desarme nuclear. ¿Qué hizo por el arte? Es más bien lo que hizo a través del arte: movió muchas cosas porque pensaba que podía contribuir a la paz".
Este martes 13 de abril se cumple un siglo del nacimiento de Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, una efeméride señalada en el calendario del museo al que el barón da nombre y en el que desembarcaron más de setecientas obras de una colección que heredó de su padre y que amplió durante décadas con numerosas adquisiciones. El centenario exacto se celebra con la inauguración de la muestra Tesoros de la colección de la familia Thyssen-Bornemisza, que reúne hasta el próximo enero una veintena de objetos exclusivos —orfebrería, escultura, lienzos o piezas de cristal— de la colección original, algunos de los cuales no se han visto nunca en Madrid.
Las obras, que en su mayoría han sido cedidas para la ocasión por la propia Francesca, se han integrado en el recorrido de la colección permanente del Museo Thyssen-Bornemisza —la entrada será gratuita durante toda la semana—. Así, en el pasillo que antecede a la sala del maravilloso Joven caballero en un paisaje, de Vittore Carpacio, uno de los cuadros favoritos del barón y que las restauradoras están terminando de recuperar en directo, se muestra ahora un baúl de uno de los plateros con más renombre de Augsburgo en la primera mitad del siglo XVIII, formado por cincuenta y tres piezas de plata y trece de porcelana entre fuentes, bandejas, cubiertos, platos, tazas y utensilios de distintos tamaños y capacidades.
"Estas veinte piezas soberbias son grandes desconocidas porque todo el mundo vincula la colección con la pintura, pero las artes decorativas —joyas renacentistas, mobiliario, tapices o alfombras— han formado parte de la familia Thyssen-Bornemisza tanto para contextualizar los cuadros como en su ámbito privado, en su vida diaria", explica Mar Borobia, jefa del Área de Conservación de Pintura Antigua de la institución. En el museo no se han expuesto hasta ahora tres "espectaculares" tallas en cristal de roca del barroco italiano, que sí han integrado otras exposiciones recientes en Viena o Zagreb. El resto del conjunto ya formó parte de un préstamo adicional que el barón realizó en 1992 coincidiendo con la apertura de la pinacoteca.
Además de los cristales, la pieza favorita de la baronesa Francesca es una copa nautilo y plata sobredorada de Cornelius Bellekin, de finales del siglo XVII, en cuya iconografía se funden leyendas mitológicas griegas y romanas. Considerados objetos de lujo —se muestra también otra de Cornelius Floris, de hacia 1577—, fueron muy apreciados a partir de la segunda mitad del silgo XVI y a menudo aparecen representados en los bodegones de la época, como los tres de Willem Kalf de la colección permanente que cuelgan en la misma sala.
Además de la orfebrería —en la galería Villahermosa se ha colocado la impresionante Copa Imhoff (hacia 1626), de Hans Petzoldt con un animal fantástico con cabeza de león y cuerpo de pez y una serie de relieves sobre minería y metalurgia—, la instalación se compone de dos esculturas del renacimiento italiano y alemán, como una talla en estuco de La Virgen con el Niño y cuatro ángeles de Agostino de Duccio, un tipo de relieve muy popular en Florencia en el siglo XV y que tenía como finalidad la devoción privada; y cuatro óleos de diversas escuelas artísticas del siglo XVII.
En concreto se trata de los cuadros Lot y sus hijas, de Hendrik de Somer, uno de los artistas que difundieron el caravaggismo en el norte de Europa; Paisaje del Rin, del pintor y grabador Herman Saftleven; Escena de cetrería junto a una casa de labranza, de Philips Wouverman, uno de los escasos ejemplos de pintura antigua que se agregaron a la colección del barón en la década de 1980, cuando estaba más centrado en el arte moderno; y Flores en un jarrón de cristal (hacia 1657-1660), de Cornelis Jansz. de Heem, que se expone junto al cuadro de su padre, Jan Davidsz. de Heem, de la colección permanente.
A esta muestra recién inaugurada y a la dedicada al expresionismo alemán que cerró hace un mes, el Museo Thyssen-Bornemisza tiene programadas otras exhibiciones dedicadas a la pintura italiana de los siglos XIV al XVIII de la colección del barón que depositó en el Museo Nacional de Arte de Cataluña y otra al arte americano, en especial el paisajismo del siglo XIX, convertido en punto de referencia esencial para su conocimiento y estudio en el contexto europeo.