Sobre el papel, Hamilton era veneno para la taquilla. Sobre el escenario, el mayor fenómeno cultural de los últimos años, ganador del Pulitzer, el Grammy y candidato a 16 Tonys, premios en los que arrasará este domingo. ¿Quién hubiera imaginado que un musical hip-hop inspirado en la vida del primer Secretario del Tesoro de Estados Unidos fuera a convertirse en el mayor éxito de la historia reciente de Broadway? Y el hombre tras él, un latino cansado de escuchar eso de que el éxito masivo solo sonríe a los blancos.
A sus 36 años, Lin-Manuel Miranda es el creador, compositor y protagonista del drama histórico y musical del que todos hablan. Hamilton es un conglomerado de hip-hop, R&B, pop y fraseo rap que recrea el origen de Estados Unidos a través de la figura de Alexander Hamilton, padre fundador, prócer del federalismo, mano derecha de George Washington e impulsor del banco nacional. Fue él quien insistió en la necesidad de crear una reserva para evitar la bancarrota del recién nacido país y quien allanó el terreno para el desarrollo de su modelo económico liberal.
Pero hasta hace un año, para toda una generación de jóvenes norteamericanos, Hamilton tan solo era el tipo que adorna los billetes de diez dólares. Hasta que Miranda lo convirtió en un rapero con levita que nos habla de la forja de la identidad estadounidense entre las conspiraciones, rivalidades, juegos de poder, escándalos sexuales y duelos a pistola que enfrentaron a los padres fundadores de la patria, aquí interpretados en su mayoría por actores negros y latinos. El resultado: entradas agotadas, críticas entusiastas y todo un fenómeno de culto –capaz de rivalizar con Los miserables– y al que no han dejado de sumarse políticos y celebridades desde su estreno en Broadway en julio de 2015.
Un momento, ¿actores negros y latinos interpretando a los líderes políticos que firmaron la Declaración de Independencia? Sí, porque la apropiación es la clave del éxito de un musical que celebra el mestizaje de EEUU como una réplica multicultural a la oda racista de El nacimiento de una nación. En Hamilton, los blancos brillan por su casi total ausencia. “Contamos una historia de blancos con actores de color, y eso hace la historia más inmediata y accesible a la audiencia contemporánea. El espectador no se siente distanciado porque coloques a un actor negro en un papel que interpretaría por defecto un hombre caucásico. Al contrario, se entusiasma y atrae a la gente”, explicaba Miranda en The Hollywood Reporter.
Contamos una historia de blancos con actores de color, y eso hace la historia más inmediata y accesible a la audiencia contemporánea
Hijo de padres puertorriqueños, Lin-Manuel Miranda ejemplifica hoy el sueño americano como Alexander Hamilton lo hizo en el XVIII: ambos son inmigrantes caribeños que han conocido la gloria en Nueva York. Y para denunciar la falta de diversidad en la industria del entretenimiento, apenas ha incluido personajes interpretados por blancos. El más significativo, el rey Jorge III, que trata de frenar sin éxito las aspiraciones independentistas de sus colonos. Una manera deliberada de subrayar que hoy, como hace 200 años, el opresor de las minorías sigue siendo el hombre blanco. “No diferencio entre negros y latinos, estamos todos en la misma lucha: la de que se nos represente de la manera más honesta posible. Hay muy pocos personajes latinos a los que pueda señalar y decir que se parecen a mi experiencia vital”, apunta Miranda.
“El verdadero cambio es que aquí tenemos a un casting de negros y latinos haciendo dinero”. Y tanto. Hamilton es el musical que más rápido ha recuperado su inversión inicial tras pulverizar todos los récords de recaudación, y ya prepara sucursales en otras ciudades del país y en Londres. Miranda, por su parte, ha alcanzado ya un estatus de estrella y es uno de los protagonistas de la secuela de Mary Poppins que prepara Disney.
Todo comenzó en la casa blanca
Miranda escribió Hamilton en el transcurso de seis años. Es, en realidad, la adaptación de una biografía de 800 páginas en la que aparecen poemas con versos tan contundentes que el autor enseguida relacionó con el slam callejero del hip-hop. Y no solo eso, vio similitudes entre las rivalidades de los padres fundadores y los pandilleros del Bronx, imaginó a George Washington como una mezcla entre Common y John Legend y pensó en Thomas Jefferson y Aaron Burr como dos raperos que discuten enmiendas a la Constitución en una batalla de gallos. Además, el rap le permite a Miranda condensar 20.000 palabras en un show de dos horas y media que, de otro modo, habría durado casi seis.
Pero fue en la Casa Blanca donde el proyecto comenzó a andar. En 2009, Miranda fue invitado por el matrimonio Obama a interpretar un tema de In The Heights, un musical sobre la comunidad latina en Nueva York en el que ya incorporaba salsa, merengue y hip-hop. Pero en su lugar prefirió cantar la única canción de Hamilton que había compuesto hasta la fecha. De ahí, el libreto pasó por diferentes talleres y teatros del circuito off hasta su desembarco definitivo en Broadway, donde Obama acudió con sus hijas Malia y Sasha. A la salida, calificó la función de brillante. “Tanto que estoy seguro de que esta es la única cosa en la que hemos estado de acuerdo Dick Cheney y yo”, afirmó. Otros como Beyoncé o Stephen Sodheim también se declaran fans.
Aunque hay un destinatario al que Miranda le encantaría hacer llegar el mensaje de Hamilton: Donald Trump y sus políticas antiinmigración. “Sería divertido que Trump viniera a ver el espectáculo. Me interesaría ver cómo reacciona al hecho de que uno de nuestros más grandes líderes de la Guerra de la Independencia y el creador del sistema financiero que permitió a su padre enriquecerse era un inmigrante”, explica. “Siempre hemos tenido a gente como Trump en la política estadounidense, personajes que comercian con la xenofobia. No hace falta que recuerde el cartel “Abstenerse irlandeses” que se veía en las tiendas a finales del XIX. Esto funciona por oleadas, yo estoy tratando de ver las cosas en perspectiva y de no convertir a Trump en parte de mi vida. Ya me parece suficientemente malo tener que aguantar sus horrendos edificios”.
¿Es tan buena 'Hamilton'?
Tendrá que pasar cierto tiempo para que apreciemos su impacto cultural, pero Hamilton podría definirse como la consagración definitiva que requería el hip-hop para entrar en el olimpo de la alta cultura, si es que el género necesitaba de tal reconocimiento.
Hamilton es una oportunidad para que el hip-hop deje de ser visto como un arte popular o un entretenimiento vano y pase a ser reivindicado por la cultura institucional
Así como ciertas élites desdeñaron el cómic hasta que se le concedió el Pulitzer a Maus, de Art Spiegelman, Hamilton podría tener el mismo efecto con el hip-hop: una obra magna de coartada intelectual para conquistar a una audiencia heterogénea que jamás escucharía un disco de Tupac. También con Pulitzer de por medio –a la mejor obra de teatro– Hamilton es una oportunidad para que el hip-hop deje de ser visto como un arte popular o un entretenimiento vano y pase a ser reivindicado por la cultura institucional. O puede que sus aspiraciones caigan en saco roto y solo cumpla la función de ser el último fenómeno de moda en Broadway, como antes lo fue la irreverencia de The Book Of Mormon o el descaro travesti de Kinky Boots.
Por cierto, si planea verla en una escapada a Nueva York ya puede ir olvidándose, pues está todo agotado hasta enero de 2017. A menos que decida desembolsar la astronómica cifra de 12.540 dólares, que es lo que ha llegado a alcanzar una entrada en la reventa. Siempre queda el consuelo de acudir a la lotería de tickets en la web o a las puertas del Richard Rodgers Theater, donde los actores del musical se dejan caer de tanto en tanto para cantar algún tema. Como lo harán este domingo en televisión en la gala de los Tony, conscientes quizá de que ver Hamilton con su reparto original es ya un lujo reservado para unos pocos elegidos.