Se abre el telón y la cigarrera gitana Carmen y el cabo Don José no son dos personajes de ópera. Ya no cantan en francés ante cientos de personas. Ya no es 1820 sino 2017. Son sencillamente Carmen y Jose, dos españolitos cualquiera. Podrían ser los vecinos del tercero a los que saludas en el ascensor al ir a trabajar o a la hora de sacar al perro. Ella trabaja en una fábrica y él es guardia civil.
Ahora están a solas en una habitación pequeña y oscura. Desde fuera llega el ruido de una fiesta, pero no le prestan atención. Él, con vaqueros, camiseta y una chupa de cuero, suda a mares. Sabe que está perdiendo los estribos, pero se deja llevar por la ira. Ella, con su vestidito rosa de fiesta, tacones y maquillaje, lo mira con pánico, pero le habla con orgullo. No quiere ser sometida. "¡Nací libre y moriré libre!", grita antes de morir apuñalada. Es el enésimo asesinato machista. De él (o, más bien, de ella), apenas hablarán los políticos. Pronto será olvidado como un asunto doméstico. Se cierra el telón. ¿Cómo se llama la película? España.
La versión de Carmen del director de escena Calixto Bieito que este miércoles se estrenó en el Teatro Real es polémica por los motivos equivocados. La controversia llegó hace unas semanas por la posibilidad de que en Madrid se vieran un par de escenas en las que una bandera española es utilizada como trapo para limpiar un coche o como papel higiénico por un legionario. Eso ocurrió en la Ópera Nacional de París hace unos meses, pero finalmente no formó parte de la producción de la obra de Georges Bizet que se puede ver en Madrid hasta el 17 de noviembre. El teatro anunció unos "ajustes decididos por el propio equipo, consciente de la situación del momento", según explicó el lunes a los medios el director artístico del teatro, Joan Matabosch. La bandera española sigue a salvo de ultrajes y muchos incluido el exministro José Manuel García-Margallo, que presentó una pregunta parlamentaria, pueden respirar tranquilos.
La España cañí, ¿espejo o ironía?
Es imposible no pensar en "la situación del momento" al ver Carmen, algo que en vez de ser un hándicap debería ser una estimulante ventaja para esta y cualquier ópera. Nada más comenzar el telón aparecen decenas de guardias civiles o legionarios. Llevan la camisa desabrochada, con los músculos y los tatuajes al aire. Se dan golpes en el pecho y se comportan como una manada de lobos deseando aparearse. Parece que se hubiesen escapado de un barco adornado con un Piolín y hubiesen decidido aplicar ya la peor versión del artículo 155 de la Constitución, el que evoca la suspensión de la autonomía. El sueño húmedo de más de uno. El éxtasis de la represión del Estado que denuncia Carles Puigdemont y que, al mismo tiempo, le viene bien para su argumentario contra el Estado.
La testosterona campa a sus anchas mientras los agentes izan una bandera más grande en proporción que la de la madrileña plaza de Colón. Tras el intermedio, un enorme toro de Osborne domina la escena hasta que, literalmente, cae en plancha sobre el escenario. El público contiene la respiración, pensando que puede matar a tres o cuatro músicos en el foso. Después, ese toro, emblema de la España de hace décadas, comienza a ser troceado y desaparece del escenario. Falsa alarma, efecto impactante.
Abucheos a la puesta en escena
Este miércoles, buena parte del público abucheó a los responsables de la puesta en escena. No quedó claro si fue por la polémica previa sobre las banderas o por la proyección de algunos clichés españolistas que sólo entristecen a los que, muy ofendidos, los toman como fiel reflejo de la realidad de su país.
De la ira de algunos espectadores se salvaron Anna Goryachova (Carmen), Francesco Meli (Don José) y Eleonora Buratto (Micaela), esta última especialmente aplaudida. El desigual recibimiento dejó atónito a los que sabían que la producción se había visto sin revuelo en más de 30 teatros, incluyendo San Lorenzo del Escorial o el Liceu de Barcelona, donde fue aclamada. Pero qué sería de una obra de Calixto Bieito sin algo de excitación y polémica. Por un momento, pareció una de esas funciones de la época del anterior director artístico, Gerard Mortier, en las que la mitad del auditorio aplaudía emocionado y la otra mitad gritaba enfurecido, como dos Españas condenadas a convivir.
La puesta en escena ubica a Carmen no en la Sevilla de 1820 sino en una vertiginosa Ceuta de los 70, llena de legionarios y contrabandistas. Un escenario de frontera, grotesco, tosco y violento. Más que amor hay obsesión, más que caricias, músculos marcados. Más que sensualidad, sexo. Más que orden, suciedad. El torero pasa a ser un contrabandista bien vestido y con pintas de galán de telenovela y los bandidos, una banda de delincuentes gitanos en Mercedes destartalados. Es la España del Átame de Almodóvar, evocado en el vestuario y en la dirección de actores.
No es sino avanzando en la obra cuando se revela el verdadero fin de la producción: un reflejo brutal de la violencia de género, una lacra sobre la que Bizet probablemente no reflexionó en su época, pero que casa a la perfección con su partitura de celos, posesión y amor brutal. El resultado es la actualización de una de las óperas más universalmente representadas en favor de un universo sugerente y propio, con imágenes de impactante adrenalina. Los tópicos, perreo femenino incluido, son una excusa para que la ópera sobreviva en la piel de otra generación. El resultado es muy creíble, siempre que la bandera le deje ver el bosque.
20 años de la primera función del Real
Goryachova es una Carmen muy solvente, pero le faltó un empujón dramático que sembrase de emoción propia el escenario. Meli resulta convincente como maltratador presa de su frustración y va de menos a más. El director musical, Marc Piollet, imprimió a partes iguales entusiasmo y nerviosismo e hizo que la orquesta no brillase, descolocada en varias ocasiones en registros muy diferentes. El coro estuvo vibrante y en su sitio.
Este miércoles no sólo fue la víspera del 12 de octubre, día de la Hispanidad, o el día en el que Mariano Rajoy explicó cómo piensa defender al Estado de la autodeterminación de Cataluña, sino el día que hace 20 años el Real reabrió como teatro de ópera.
En su época, Georges Bizet ni llegó a olisquear las mieles del triunfo. Carmen se estrenó en marzo de 1875 y él murió dos meses después tras presenciar un fracaso de estreno. Pese a la controversia, o quizás aún más gracias a ella, la Carmen de Bieito puede apuntarse desde este miércoles como un nuevo éxito del coliseo y como un intento por reflexionar sobre algo más que el color de una bandera.
(Carmen, de Georges Bizet, se representa en el Teatro Real de Madrid hasta el 17 de noviembre con tres repartos y 19 funciones en total)