Las confesiones de Lola Herrera: "Soy curranta, de izquierdas y sé que me han puesto muchos cuernos"
"He hecho muchas obras mediocres porque tenía que seguir trabajando" / "En la Transición se hicieron grandes cosas, no era el momento de sacar a Franco del Valle" / "El sexo está clasificado, pero hay que disfrutarlo a lo largo de la vida, no sólo en la juventud".
2 octubre, 2018 02:32A Lola Herrera se le achinan los ojos cuando sonríe, con una ternura terrible de fondo. Sigue hermosa, sigue fuerte. Sigue atrincherada en una soltería elegida que nada tiene que ver con la soledad, sino con el descreimiento más lúcido: dice que el amor es la excepción, el tedio la regla. Es escéptica, divertida, discursiva; y arrastra un cordón umbilical que la ata de por vida al escenario. Es su vocación, su oxígeno. Guarda los textos dentro del pecho, como hijos que nunca abandona. De Benito Pérez Galdós a Tennessee Williams.
Ahora regresa a la obra que ha vertebrado su vida: Cinco horas con Mario, de Delibes. Lola ya ha cercado a Menchu, la ha hecho suya; la comprende como un retazo histórico y emocional de un tiempo que no termina de morir, de unas frustraciones antiguas que algo tienen que ver con las nuevas. Aún hay Menchus, dice Lola; aún hay mujeres-mueble, pero cada vez les puede más la rebeldía. Ojo, ni un paso atrás. Hasta el 18 de noviembre en el Teatro Bellas Artes, de martes a viernes a las 20 h. y sábados y domingos a las 19 h.
¿Qué tiene Lola Herrera de Mario y qué tiene de Menchu? Después de tanto tiempo interpretando la obra, ¿has encontrado o desarrollado similitudes con ellos?
En Mario tengo un referente de un tipo de hombre, de un hombre de esa época. O sea, de los hombres conoces poco. Yo a Mario lo conozco a través de Menchu. Directamente, nunca he hablado con él. Está muertísimo (ríe). Claro, a través de Menchu he podido averiguar que tenía muchas carencias, Mario, para con la familia, ¿no? Era un hombre que intentaba ayudar a la gente que estaba comprometida políticamente. Un hombre que buscaba ayudar a los demás, pero a los de casa yo no encuentro que les echase una mano. Un hombre muy particular.
¿Y Lola y Carmen?
Bueno, Carmen era una mujer muy de esa época… yo creo que Carmen, con todo lo que aparenta, dentro de sí era más moderna que lo que le tocó vivir. No estaba resignada con su destino. La protesta de todo el monólogo es la frustración. Vivió en una sociedad que está ahí a la vuelta de la esquina y los jóvenes, los que han venido detrás de esas fechas, aún arrastran todo eso. Bastante queda de todo lo que a Carmen le afectaba. Vivió en una sociedad que estaba en contra de las mujeres. No teníamos ningún derecho a nada. Ella, de alguna manera, se rebelaba, pero no del todo, claro.
Había que ajustarse a lo que a una le tocaba vivir. A Carmen la entiendo muy bien: entiendo sus reproches, todo el follón que tiene con Mario y con la sociedad, y con el quiero y no puedo. La entiendo divinamente porque hay que enmarcarlo en ese momento. Como un clásico contemporáneo que es esta obra de Delibes, tiene raíces anteriores y sus raíces llegan hasta nuestros días, aunque las mujeres hemos ganado muchísimas posiciones de entonces a acá, del 66 a acá. Hemos ganado muchas cosas, muchas leyes se han hecho a nuestro favor, que no había ninguna, pero con todo y con eso hay mucho por recorrer. Yo creo que quedan Menchus. Muy insatisfechas pero muy adaptadas a lo que les toca vivir.
El año pasado se cumplieron 50 años de la publicación de Cinco horas con Mario y, al revisarse en una exposición en la Biblioteca Nacional, se demostró que Delibes quería perdonar la moral franquista. Ni Menchu era tan mala, ni el difunto Mario tan bueno.
Claro, es que lo que ella dice está en contra de lo que ella siente. Ella tiene un lenguaje aprendido, un lenguaje de autocensura: en aquella época no hacía falta que la censura fuese a decirte “esto está mal”, ni que te censurase tu madre o tu amiga, porque una misma ya cuidaba inconscientemente de ser correcta con la sociedad en la que se vivía. Cuando se era incorrecto, tenía muchas consecuencias.
¿Qué obstáculos se ha encontrado usted en su carrera por ser mujer?
Yo, en mi carrera, como mujer, no me he encontrado obstáculos. Sobre todo he hecho teatro, luego hice televisión pero vamos, era en su nacimiento y… yo en el teatro nunca he tenido problemas por ser mujer. He trabajado siempre, eso quiere decir que las cosas han ido bien. Vaya, he trabajado siempre porque he hecho todo lo que me han ofrecido, no he tenido posibilidad de elegir y de decir “esto lo hago, esto no, me voy a cuidar”. En la época que me ha tocado eso no ha sido posible. Pero bueno, también defender incluso lo que no te gusta y hacerlo creíble es un ejercicio doblemente fuerte y de eso aprendes muchas cosas, porque puedes descubrir en ti misma lo que eres capaz de conseguir aún no llenándote del todo un personaje o una obra en sí. El personaje es muy importante, pero también es dónde está enmarcado. Yo he hecho muchas obras mediocres.
¿No me va a decir cuáles, o cuáles no volvería a hacer ahora?
¡No, no, porque he hecho muchas…! No me gustaban, no estaba de acuerdo. Pero bueno, estaba encima del escenario y me daban la posibilidad de defender mi personaje dentro de una historia que no me convencía. Pero bueno, yo no la había escrito y tenía que seguir trabajando, ¿sabes? Todo no ha sido maravilloso. A mí me ha tocado de vez en cuando… algo estupendo, pero muy de vez en cuando. Hasta que llegó Mario, que no sólo fue estupendo, fue la gloria bendita, pero porque yo me arriesgué también. Porque realmente lo rechazaron cuatro actrices antes que yo, de primera línea. Me llegó de carambola. Pero yo me agarré.
Y la obra se agarró a usted.
Sí… no sé. Estaba en el destino que me tocase ese personaje al que conozco bien, porque me tocó vivir esa época, y aunque yo lo viví en un terreno totalmente distinto, las consecuencias de ser mujer eran muy parecidas. Yo viví el franquismo en un barrio obrero, donde la gente era mucho más libre. En un barrio obrero donde la gente era de izquierdas y estaba todo el mundo silenciado porque estábamos con lo que estábamos, una dictadura. Me tocó vivir el otro lado de Carmen. Para nosotros, la guerra no fue una diversión como para Carmen Sotillo, que la cuenta como una diversión… fue una tragedia, como para casi todos los españoles.
¿Es usted una mujer de izquierdas?
¿Yo? Sí. Sí, sí. Te quiero decir: mi pensamiento es de izquierdas, porque no cabe en mi cabeza ser una curranta, ser progresista, ser mujer y ser de derechas. ¡Ser mujer y de derechas, con todo lo que hemos tenido que pasar…! Hemos pasado por no tener derecho a nada. Yo he vivido eso: el ser mueble por ser mujer. Afortunadamente las cosas han cambiado muchísimo y hemos dado pasos de gigante. Pero pienso que hay que tener mucho ojo y no dar ni un paso atrás.
¿Cree que las mujeres a veces les hablamos a los hombres como quien le habla a un muerto, o a un sordo? ¿Sigue existiendo esa barrera de la comunicación entre géneros?
Sí, las hay, pero no solamente entre las parejas. Entre las parejas hay una serie de intereses y de no intereses… que yo creo que es más difícil. Hay parejas que encajan, o que encajan durante un tiempo, y luego… O sea, la pareja eterna de principio a final yo creo que existe como excepción. O como excepción en lo más positivo. Y luego hay muchas parejas que aguantan toda una vida, pero soportándose.
Es usted un poco escéptica con el amor.
Sí, la verdad. Me encantaría pensar lo contrario, porque yo vengo de una pareja que se amó toda la vida.
Sus padres.
Sí, había muy buen rollo entre ellos… y hasta el final. Pero pienso que son las excepciones esas, que no es la inmensa mayoría, ¿no? Luego hay como un tedio, un aburrimiento, una costumbre. Yo creo que las parejas, como las relaciones de cualquier tipo, hay que cuidarlas mucho y hay que regarlas mucho para que crezcan las flores.
Ha dicho en alguna ocasión que históricamente ha habido muchas mujeres que se han hecho las locas para no enfrentar las infidelidades de sus esposos. Usted no ha sido de esas.
¡Claro…! Bueno, he querido saber lo que había siempre. No he querido vivir engañada (silencio). Y bueno, la verdad es que me han puesto muchos cuernos.
Lo sepamos o no lo sepamos, todos tendremos algo de eso.
(Risas). Está claro. Está claro.
Hace unas semanas acusaron a Jan Fabre de abuso sexual. ¿Qué hay del ‘Me Too’ dentro del teatro?
Yo no he tenido problemas. He sabido que había algún problema. Sobre todo, en mi época de juventud, había un empresario aquí en Madrid que sí que escandalizaba un poco, más que otra cosa, porque tampoco tenía poder. El poder máximo que tenía era despedir la compañía a una persona, pero en el teatro no era como en Hollywood, no es comparable. Yo personalmente no he tenido que parar los pies a nadie, en todo este tiempo. A lo largo de mi vida: nunca. Quizá en el teatro eso se ha dado menos, digo yo, no lo sé.
Pero digo menos porque las compañías, desde hace como 25 años, pues se hace un montaje y tal, pero antes eran compañías titulares: estaba la misma gente en esa compañía durante años. No sé cómo serían las cosas, porque eso no lo he vivido. Lo viví nada más empezar, pero muy brevemente. Yo estaba en la compañía de Tina Gascó y todo era normal. Pero, indudablemente, habrá habido y habrá gente que cuente cosas: ahora se ha destapado el puchero de estas cosas, y saldrá todo. Es un desahogo para quien lo quiera contar, si no se ha atrevido a contarlo antes y no se ha atrevido a hacer frente a ello, ya es a destiempo, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Como desahogo personal, vale.
¿Qué porcentaje de importancia tiene el sexo en la vida?
Un porcentaje importante. Creo que está magnificado, de todas formas. Yo creo que es muy importante y que debe disfrutarse del sexo a lo largo de la vida, no de la juventud nada más, sino de toda la vida, de distintas formas. Yo creo que está magnificado y además, clasificado de una forma. Creo que el sexo es muy amplio y que está muy bien.
83 años y resistiendo en el escenario. ¿Qué relación tiene con su memoria?
Con mi memoria tengo una relación buenísima, porque me he pasado toda la vida memorizando, repitiendo, estudiando… en el teatro se repiten siempre las mismas palabras pero desde otras imágenes, ¿sabes? Cada día es una cosa distinta. Hay quien la encuentra pesadísima, esta profesión, pero para mí es maravillosa. Es un reto. Es un reto hacer la función como si fuera la primera vez, que te sorprenda… ese es un ejercicio que requiere primero una voluntad de que sea así, y luego eso de dar lo mejor que tienes. Cada día te brinda la oportunidad de ser distinto, porque hay otro público, porque tú estás de otra manera. Cada función es única para los que están y para uno.
¿Qué tres textos recuerda usted con más cariño?
Ay, es difícil, hay muchos. Yo, cuando era jovencita, hacía textos muy buenos en el Estudio Uno. Al principio, como no había guionistas, se nutrió del teatro y de la novela. Echaron mano de todos los grandes autores del teatro mundial. Se hacían muchísimas obras maestras… y ahí yo he hecho a Tennessee Williams, a todos los americanos contemporáneos. No sé, recuerdo muchas cosas. Por ejemplo, Verano y humo, de Tennessee Williams, lo recuerdo como una cosa maravillosa… el personaje de Alma era fascinante. Recuerdo la Petra von Kant de Fassbinder, que fue un bombazo esa función, también. Fue en una época donde hablar de ciertas cosas era un poco escandaloso. Bueno, Fortunata y Jacinta, de mis primeros tiempos en el teatro. Yo hice el personaje de Jacinta. A cada personaje le entregas todo, pero con lo que te ofrece él, vas trabajando. Aportas de ti todo lo que tienes. Conectas desde la complicidad o el entendimiento de lo que él siente. Es un trabajo maravilloso.
¿Algún mito caído?
Muchos (ríe). No, no… pero mitos cercanos. Yo cuando admiro muchísimo a la gente que está lejana, o sea, que es como inalcanzable, si ha habido alguna posibilidad de conocer a esa persona, no he querido conocerla.
Es mejor la distancia para mantener el platonismo.
Exacto. Es que cuando admiras mucho a una persona… puedes saludarla, y en un saludo no te puede decepcionar. ¡Pero conocerla…! En cuanto sabes un poco más, se van cayendo. No he sido muy mitómana tampoco. Pero más que mitos, esto de admirar a alguien, normalmente por su trabajo. Y luego los amores platónicos… esas cosas de admirar a hombres por su aspecto físico y todo eso… en la juventud hay muchos.
Nació usted en el 35, vivió la posguerra y el franquismo. ¿Qué le parece el tema del Valle de los Caídos y el sacar a Franco de allí?
Pues muy bien, me parece muy bien. Tenía que haberse sacado antes, pero yo entiendo perfectamente (y esto quiero que lo pongas tal y como te lo digo), yo entiendo perfectamente que en la Transición se hicieron muchas cosas impensables, se llegaron a acuerdos que parecía que eran imposibles, y eso debió de costar mucho trabajo. Se hicieron grandes cosas, no era el momento. Flecos tan importantes como que un dictador no esté en un sitio específico que además se ha hecho a su medida y tal… ahora dicen que tenía que haber sido barrido en la Transición, pero yo creo que no era el momento de hacerlo. O sea, había que esperar. Todo no se podía hacer. Creo que se hizo mucho. No se remató, y quedan muchas cosas, y la Constitución se puede tocar y se puede retocar, ¡yo no sé este pánico a tocar la Constitución…! Pues si hay una cosa que está probada y que no funciona, habrá que modificarla, porque nada es eterno.
Es un texto sagrado, bíblico.
Eso. Es que vale, había que haberlo hecho antes, pero está bien que se haga ahora. Me parece de sentido común.
Tres momentos de su vida y su trayectoria que usted crea que resumen la persona que hoy es.
Primero: la decisión de venirme a Madrid a trabajar. Eso en los momentos que me tocó era difícil, porque era la hija mayor de una familia. En aquellos momentos, salir de tu casa, venirte a Madrid desde Valladolid para intentar… yo vine directamente a trabajar a Radio Madrid, pero eso era bastante insólito, ¿sabes? Eso fue un paso decisivo en mi vida. Luego, otro paso decisivo: yo creo que fue la separación. Eso conformó mi vida de otra manera. Y profesionalmente, un paso decisivo total fue Cinco horas con Mario, en el 79. Yo creí en esto desde el primer momento, pero no como éxito, sino como algo que quería hacer porque me fascinaba. Ni Josefina Molina ni a Pepe Sásamo ni a mí se nos ocurría que pudiese ser un suceso teatral. Lo hicimos porque a los tres nos gustaba mucho Delibes y esto era un reto, porque en aquella época no se hacían monólogos. Nos tiramos de cabeza. Te quiero decir que fue decisivo el tener el coraje. Otro punto: esto trajo como consecuencia una catarsis. Y de esa catarsis salió una Lola muy fortalecida, que es la que soy.