Es imposible echarle años a Peter Sellars. Parece que vive la edad de cada ópera y también que todas las óperas suenan en su cabeza al mismo tiempo como si fueran el último grito. El veterano director de escena, conocido tanto por sus célebres puestas en escena de Mozart como por títulos contemporáneos, vive esta semana en al menos tres siglos distintos. En el actual, con Only the sound remains (Sólo el sonido permanece), una ópera que se se representó por primera vez hace dos años y medio y que este martes ha aterrizado en el Teatro Real con él al frente. Pero también reside en 1781, con Idomeneo, de Mozart, en una nueva versión de la ópera que, según él, trata inequívocamente sobre el cambio climático. O en 1595, con la puesta en escena de la colección de madrigales Lagrime di San Pietro, de Orlando di Lasso, la última composición a capella del autor. Esa producción de Sellars está ahora de gira por EEUU.
Se levanta escuchando dhrupad, una milenaria música silábica originaria de la India. "Se cantan las sílabas porque las palabras son imprecisas", sonríe. "Su sonido se mete dentro de ti, es casi curativo. Hay una familia que ha cantado esa música durante 500 años, de generación en generación. Hace 20 años, en Salzburgo [sede de un prestigioso festival de ópera], coincidí en un programa con los hermanos Dagar, que la cantan en la nuestra. Yo iba a Austria desde Los Ángeles. Les pregunté: ¿de dónde venís? Me respondieron: de Los Ángeles, de pasar allí tres meses. Les dije que estaba sorprendido. Su canto era muy lento, muy concentrado, demasiado para una ciudad que es tan rápida, tan loca. Uno de ellos me miró a los ojos y me dijo: 'La vida siempre es lenta. Sólo tu mente es rápida'. El ritmo en el que crece un niño o un árbol es lento, en realidad. Una de las lecciones de la vida es que tenemos que aprender a ser pacientes", explica Sellars.
Y, sin embargo, Sellars parece tan inquieto y travieso como un niño, algo a lo que ayudan sus impredecibles carcajadas, su estética personal y su pasión casi adolescente. En una sala del Teatro Real con vistas a la zona vieja de Madrid, Sellars se adentra en el sexenio (nació en 1957 en Pittsburgh, Pensilvania, EEUU) sin prisa pero sin pausa.
¿De qué va Only the sound remains?
Vivimos en un momento histórico en el que todo es claro y cuantificable, en el que todo se reduce para abordarlo de una manera muy materialista. Y el materialismo es tan decepcionante… Todos somos más que que lo que poseemos o que nuestra cuenta bancaria. Limitar un ser humano a esas cosas no es nada interesante. Los seres humanos llevan consigo aspectos que ni siquiera pueden comprender. Siempre hay un poder y una belleza latentes en ellos. Si queremos solucionar los problemas que tenemos, tengo una noticia: somos los que debemos hacerlo, no necesitamos a nadie más.
La ópera que Sellars ha puesto en escena consiste en dos breves historias a caballo entre este mundo y lo sobrenatural. Es una composición de la autora finlandesa Kaija Saariaho, estrenada en 2016. Cuenta con dos protagonistas, interpretados por Davóne Tines y Philippe Jaroussky, que dialogan entre sí en tramas sencillas basadas en el teatro japonés Noh, de fuerte contenido ritual. En ella, el personaje terrenal se enfrenta a sí mismo y a sus dilemas a través de lo sobrenatural y la belleza que, de alguna manera, también está en él.
"La única solución a todos los problemas viene con y a través del propio problema. Sólo los miembros de una banda de crimen organizado podrán resolver las guerras entre bandas. Da igual cuánto inviertas en policía. Hasta que ellos no decidan cambiar su propia cultura, nada. Para mí, todo versa sobre lo cultural, no sobre lo político. Es la cultura la que te dice que tienes que ser así o asá, que no debes tratar a otros de una determinada manera", explica Sellars.
La estandarización es lo contrario de la igualdad. Somos iguales porque somos diferentes y como diferentes tenemos convivimos en el mundo. Lo que nos hace únicos es lo que nos hace iguales
Eso vale para las preguntas místicas, pero también para las en teoría más mundanas. También para las decisiones políticas.
Exacto. Hay una cultura en la que está bien torturar a otras personas y cortarle los dedos y otra en la que no debes hacerlo nunca. Son respuestas a preguntas culturales. La cultura es lo que late profundamente dentro de la política. En el momento en el que empiezas a tratar asuntos relacionados con la cultura, todo se vuelve interesante. Pero en la cultura no hay respuestas fáciles, no sólo hay una respuesta correcta. En ese sentido, la estandarización es lo contrario de la igualdad. Somos iguales porque somos diferentes y como diferentes convivimos en el mundo. Lo que nos hace únicos es lo que nos hace iguales. La estandarización pretende en realidad mantener las desigualdades, ya que sólo una pequeña parte de la población tiene las respuestas. Y la cultura es un lugar que tiene diferentes respuestas, que van más allá del bien y el mal, de la verdad y la mentira, más allá de lo binario. Esa es la crisis real que vivimos, la de la lógica de la competición deportiva aplicada a todo, donde lo importante es ganar al otro equipo. En algún momento tienes que desear que el otro sea bueno, porque así habrá un gran partido de fútbol. De lo contrario, ganarás, sí, pero el fútbol deja de existir.
¿Se cuela la lacra de lo binario y las respuestas fáciles en las programaciones de ópera de los principales teatros?
No hay que culpar al arte. Es sólo un espejo que te enseña qué está ocurriendo. En la ópera hay también un triunfo del materialismo, pero en los teatros puede haber sitio para otras cosas, como el teatro japonés Noh, que versa sobre la belleza escondida, que no es obvia y requiere búsqueda. Sólo una pequeña parte de los espectadores va a buscarla.
¿No es frustrante para usted como director de escena apelar constantemente a minorías dentro de las minorías sociales?
Aplica usted el materialismo: medir. Yo no vendo pasta de dientes, así que no tengo que poder decir que he colocado mi producto en cada pequeña tienda de la ciudad. La ópera actúa de misteriosas maneras. Cuando Rembrandt no tenía dinero y vivía en la miseria, pintó a gente que no tenía nada que comer y que le miraba atónita, con ese brillo en los ojos que mostraba por lo que había pasado. Y Rembrandt se pasaba tranquilamente una semana pintando la manga izquierda de una señora. Lo que tuvo fue una visión, algo casi poético o profético. Hoy, 400 años después, nos maravillamos ante cómo pintó a una señora que nosotros trataríamos de rodear si nos la encontrásemos en el metro. ¡Rembrandt se pasa todo el tiempo del mundo con la señora con la que nosotros no pasaríamos ni cinco minutos! Ese es el milagro. No va de números, porque el arte no opera con números, a diferencia de cuando contamos votos. El arte no es propaganda, que sí va de números. El arte invita a la gente a pensar, pero no dice qué hay que pensar. Lo que yo quiero es crear ese espacio. Lo que haga la gente con sus sentimientos, es cosa suya, no depende de mí. El arte puede cambiarlo todo, pero rara vez cambia un voto, opera muy lentamente a lo largo de una generación o dos. Nunca cambiará las elecciones del día siguiente.
Se dice de su estilo como director que lo que busca es juntar a personas con talento para fomentar que se expresen, más allá de imponer su idea.
¿Cómo voy a decirle a Kaija Saariaho lo que hacer? ¿Y a Julie Mehretu [autora del gran mural que se ve en la ópera]? Lo que quieran hacer será impresionante. Sólo quiero contratar a gente a la que no tenga que decirle lo que tiene que hacer para que haga cosas inimaginables en diálogo unos con otros. Por eso el resultado es mucho más impresionante de lo que habías pensado. El rol del director es enviar las invitaciones [ríe].
¿Es eso más fácil con obras contemporáneas? ¿Cómo hacer eso con obras clásicas, ser leal a lo que quiso el autor y que al mismo tiempo signifiquen algo hoy, que haya trabajo intelectual más allá de una recreación arqueológica de lo que fueron?
Esa es la tensión entre el fascismo y la democracia. O eres obediente o puedes plantear un reto a la situación, sabiendo además que la situación presente se vuelve más interesante cuanto más la cuestionas. Mozart es mucho más interesante cuando lo cuestionas y permites que él te cuestione a ti. Si Hamlet sólo significara lo que Shakespeare propuso, no sería una buena obra. Pero Hamlet puede hacerse en cualquier rincón del planeta y ser exactamente lo que se necesita decir y escuchar en situaciones y lugares que Shakespeare nunca imaginó. La obra que sólo es hoy lo que el autor imaginó estará atrapada para siempre en su tiempo.
¿Qué es un clásico para usted?
Un clásico es la obra en la que sucesivas generaciones se encuentran cuando se miran en ese espejo. Un clásico es nuevo con cada generación y su significado tiene una infinita capacidad de expansión. Es decir, que significa más con el paso de los años. Tomemos Mozart como ejemplo, aunque ocurre lo mismo con Beethoven o Bach. ¡Mozart odiaba el tiempo que le tocó vivir! No fue entendido en el siglo XVIII, por lo que forzarlo a permanecer en su época es devolverlo a una especie de cárcel. Él y otros muchos escribieron para un tiempo que aún no había llegado, para uno futuro. Escribían para nosotros. Nuestro siglo puede ofrecer a Mozart algo y viceversa. ¡Liberemos a Mozart!
Cuando yo estaba en la veintena, me di cuenta de que Mozart había escrito exactamente, ¡absolutamente!, las obras que calcaban lo que estaba pasando en EEUU y la era Reagan
A muchos, Mozart ya no les dice nada nuevo.
Cuando yo estaba en la veintena, me di cuenta de que Mozart había escrito exactamente, ¡absolutamente!, las obras que calcaban lo que estaba pasando en el EEUU de la era Reagan. Mozart caló a Reagan. Cuando se estrenó Las bodas de Fígaro, las arias eran tan buenas que todos las cantaban, pero sus implicaciones políticas eran muy peligrosas porque Mozart había escrito nada más y nada menos que la Revolución Francesa [la obra se estrenó tres años antes del estallido] y la había llevado a escena creando un sistema igualitario. Por ese motivo, no se permitió que hubiera más representaciones [en Viena, tras ocho representaciones, dejó de programarse]. Que no se nos olvide: estamos hablando de la ópera más exitosa del momento. Después llegó Don Giovanni, un tipo que había violado a 5.000 mujeres, con una música aún más salvaje y bella. La Revolución estaba en marcha y el material dramático era tremendo, tanto que Don Giovanni acaba con todo el mundo ardiendo en el infierno. ¡Es extremo! La mejor música jamás escrita. Y, de repente, fue demasiado. Empezó a decirse que no podía representarse algo así. Mozart podía ser el mejor compositor de la historia, pero poco importaba. Y después, creó Cosi fan tutte. Fue como tomar un recorte de periódico de la época, una anécdota sobre un intercambio de mujeres, y crear a partir de ahí una genialidad. Es ahí cuando dijeron basta. Dejaron de hacerle encargos más allá de piezas de dos o tres minutos para sus bailes. Y por eso los dos últimos años de su vida, Mozart fue un inmigrante económico que se pasó la vida de ciudad en ciudad buscando trabajos que no le dieron. Mozart no pudo alimentar a su familia los últimos años de su vida. Con esto quiero decir que poner a Mozart en su tiempo es hacerle un flaco favor, porque él iba por delante.
No es casualidad que Mozart, Haydn y Beethoven trabajasen en ese momento en el que la democracia regresaba a Europa. Tampoco creo que sea una coincidencia que pertenecieran a la masonería
A veces cuesta ver en los clásicos esas implicaciones políticas. O que trasciendan dos siglos su tiempo conservando su vigencia.
Pero lo necesitamos más que nunca. Y tanto Mozart como Shakespeare, por ejemplo, fueron visionarios. La ópera es una forma colaborativa de arte, una forma incipientemente democrática. No es casualidad que Mozart, Haydn y Beethoven viviesen en la época en la que la democracia regresaba a Europa. Tampoco creo que sea una coincidencia que pertenecieran a la masonería. Thomas Jefferson dijo que todas las personas son creadas iguales. Pero, ¿cómo lo pruebas? Haydn y Mozart hicieron de eso un proyecto artístico. Y crearon el cuarteto de cuerda, donde todos los instrumentos son iguales, donde si uno lidera, todo se viene abajo. Mozart tomó esa forma y la trasladó a las óperas. El año que viene haré en Salzburgo Idomeneo, de Mozart, que es una ópera sobre el cambio climático, sobre cómo negocias con los océanos para que sobreviva la próxima generación. Mozart la compuso cuando tenía 25 años y en ella escribió el primer gran cuarteto en el que cuatro personas cantan en igualdad no siendo iguales: el rey, niños, sirvientes… Es sencillamente impresionante. Son pequeños detalles que apuntan a un cambio que en realidad sucedió lentamente. Porque si sucede muy rápidamente, es reversible a la misma velocidad. Mejor que pase lentamente y se meta en tu organismo, que lo digieras bien.
¿Quiénes serán los Mozart de dentro de dos siglos? ¿Las obras de qué autores se seguirán representando? ¿Kaija Saariaho o John Adams, con los que usted ha trabajado, serían dos ejemplos?
No soy yo quien debe decirlo, pero es evidente que en dos siglos, L’amoir de loin (Kaija Saariaho) o Nixon in China (John Adams) significarán más que hoy. Porque no van sobre lo que ha ocurrido esta semana, aunque también te hablen de esta semana. La ópera tiene que tener un horizonte más largo que el de los políticos, que sólo piensan en las próximas elecciones. Estas dos que cito versan sobre distintas culturas tratando de comunicarse. EEUU y China, Europa y Oriente Medio. Ese material se va a hacer más y más importante con el tiempo. Cuando hicimos Nixon in China, China era muy misteriosa. Ahora, China es nuestro banquero. Significarán más, por eso no me preocupo por lo que la gente diga de ellas mientras siguen siendo un bebé. Crecerán, dejarán de llorar, aprenderán más y sabrán decirnos mejor quiénes son. Una ópera nueva es un caos, como una vida. No hay que obsesionarse con las fotos de cuando eras niño.
El calentamiento global está en Mozart porque está en la mitología griega. Negociar con la naturaleza, aunque entonces fuera con Neptuno, es algo que siempre ha estado ahí
Hay nuevas óperas pero, ¿hay nuevos asuntos, genuinos de verdad, sobre los que reflexionar?
Shakespeare no pudo haber imaginado nuestro mundo y, sin embargo, lo hizo. El calentamiento global está en Mozart porque está en la mitología griega. Negociar con la naturaleza, aunque entonces fuera con Neptuno, es algo que siempre ha estado ahí. ¿Inmigración? Idomeneo empieza con un refugiado. Todo, todo está en las estatuas del parque. Afortunadamente, las actitudes sí cambian. Y el trabajo cultural no es más que un marcador en la Historia.
Si miramos a los grandes desafíos del mundo actual, como el cambio climático, el populismo o el extremismo, la gestión de las migraciones… ¿en qué modo son un fracaso cultural?
En EEUU, la guerra cultural acabó por eliminar la cultura de la dieta de la mayor parte de los ciudadanos. Por eso la música ya no está en las escuelas y la poesía, tampoco. Desde Ronald Reagan, se ha ido destruyendo el sistema educativo de manera muy deliberada y organizada. Hicieron que todo fuese enseñar para superar un examen. Ahí el fracaso.
¿A qué se refiere?
Si quitas los deportes, el teatro y la música de la escuela estás retirando todo aquello que permite al ser humano expresarse. Lo que se busca es un electorado tan ignorante que no pueda encontrar Arabia Saudí o España en un mapa. Que no sea consciente de su papel en las decisiones sobre su propio futuro. La educación es la clave para sostener la democracia. Cargarse la educación y la cultura es un gran logro de las fuerzas antidemocráticas.
Si comienza a hablar algún experto, o alguien que haya leído sobre un tema, en seguida le decimos que se calle. Se está comenzando a dar un fenómeno de revancha
¿Es una conspiración?
Hay gente que se levanta mucho más temprano que usted y yo para organizarlo cada día, créame, Lo vemos en EEUU desde hace 35 años. Pero lo hacen a plena luz del día. Las fuerzas antidemocráticas siempre están trabajando porque hay gente que no quiere democracia. Y por eso la educación se convierte en algo insultante. La gente acaba odiándola porque, además, es una experiencia horrible. Una generación de americanos ha crecido odiando la escuela. Si comienza a hablar algún experto, o alguien que haya leído sobre un tema, en seguida le decimos que se calle. Se está comenzando a dar un fenómeno de revancha. Se ve en las escuelas contra los profesores. Es el rechazo de lo que puedan pensar personas inteligentes.
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