Barcelona

Su nombre no aparecía en ningún programa. Todo el papel de la soprano María Teresa Leva (Reggio Calabria, 1987) en Madama Butterfly, uno de los grandes dramas de Giacomo Puccini, se situaba fuera del escenario porque no estaba previsto que cantase. El Liceu de Barcelona programó dos repartos para las 10 funciones de la célebre ópera. Al frente del primero estaba la soprano armenia Lianna Haroutounian. La española Ainhoa Arteta encabezaba el segundo. Pero Arteta, uno de los reclamos mediáticos de la obra, anuló hace días su presencia con la justificación de que padece una laringitis.

Y así, este domingo, Leva se incorporó al elenco y salió al escenario para encarnar a uno de los personajes más sufridos de la historia de la lírica. Nunca antes había encarnado a Cio-Cio-San, la geisha víctima de la manipulación y el capricho de Pinkerton, teniente de la Marina americana. Nunca antes había cantado en el Liceu. 

Los teatros de ópera están acostumbrados a este tipo de situaciones. Los repartos se eligen con meses o, muy a menudo, años de antelación. Cuando llega el momento, puede pasar de todo. Que el cantante ya no tenga la voz que cautivó al director artístico, que no tenga el papel lo suficientemente preparado o que, como en este caso, se ponga enfermo.

Cambios de última hora

Cuando la función tiene más de un reparto, el cantante que encarna al personaje en uno de ellos puede suplir al ausente si las exigencias del personaje le permiten hacer el esfuerzo con garantías. Así ocurrió este domingo con Jorge de León, del primer reparto, que sustituyó a Rame Lahaj como el oficial Pinkerton en el segundo.

En otras ocasiones, tan solo hay unos días (a veces unas angustiosas horas) para plantar al sustituto en el escenario y rezar para que, sin los ensayos ni el concepto escénico interiorizado, encaje más o menos. En estas ocasiones puede pasar cualquier cosa. Para ejemplos, el de la recientemente fallecida Montserrat Caballé, que en 1965 sustituyó a la soprano Marilyn Horne en el Carnegie Hall de Nueva York. Caballé llevaba ya una década cantando, pero ese día cambió su carrera. El público la ovacionó durante 20 minutos. De ahí, al estrellato. 

Leva, con Jorge de León, este domingo. Bofill

Leva recibió en los saludos un contundente aplauso del público del Liceu, a menudo bastante exigente y al que también le gustó mucho la Suzuki interpretada por Justina Gringyte. La interpretación de la protagonista fue correcta en lo técnico y excelsa en lo dramático. Logró muchos de los momentos punzantes con los que Puccini riega la partitura. De menos a más, Leva se puso en las manos del director de la orquesta, Giampaolo Bisanti, con quien se coordinó con eficacia. Daba la sensación de que Leva, que encarna en Italia roles principales desde que en 2013 ganase el concurso Ottavio Ziino en Roma, llevase años esperando el momento, aunque también dejó la sensación de que aún tiene mucho más que ofrecer. 

La soprano italiana estuvo en su sitio en todo momento, con una voz redonda, no demasiado grande y con control de la tesitura. El público prorrumpió en aplausos ante la casi mística ária Un bel di vedremo (Un hermoso día veremos), en el que Cio-Cio-San relata, casi enajenada y tres años después de ser abandonada por su amante, cómo imagina un reencuentro que todos a su alrededor dan por imposible.

La interpretación de ese momento estelar, a comienzos del segundo acto, fue sobria pero hizo que el público no echase de menos a Arteta. La soprano inesperada se crece en los momentos más tétricos de la obra, en especial a medida que se presagia el desenlace. En la ópera, Leva demostró que, cuando Butterfly muere, los espectadores viven un poquito más. No es poco. 

Madama Butterfly se representa en el Liceu hasta el 29 de enero. 

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