A la hora de adaptar un clásico, y más si es de Shakespeare, sólo hay dos opciones posibles. La primera, ser fiel al texto. Seguir el original al pie de la letra, hasta la última coma. La segunda es radicalmente opuesta, pasarte la fidelidad a Shakespeare por el arco del triunfo. No en un sentido despectivo, sino en no atarse a convenciones. Mantener la esencia, los pasajes importantes, las frases inolvidables, pero usarla para jugar, para innovar y sorprender. También, por qué no, para provocar.
Si hay alguien que tenga claro que los clásicos son para verlos desde la perspectiva del presente, ese es Miguel del Arco. Lo hizo con su maravilloso Misántropo y con su adaptación de Hamlet, y lo confirma ahora con su revisión de otro clásico de Shakespeare, Ricardo III, la última de sus obras de la tetralogía sobre la historia de Inglaterra y que se podrá ver en el Pavón Teatro Kamikaze hasta el 17 de noviembre.
Un relato con todos sus elementos shakespearianos, traiciones, guerras, conspiraciones, juegos de poder, sangre y familias desavenidas. Aquí centrado en el ascenso al trono de Ricardo III para lo que tiene claro que no dejará títere con cabeza, ni en su familia ni entre sus oponentes.
Aunque en el libro todo ocurre en 1485, en la mente de Del Arco esto podría ser el caldo de cultivo de cualquier país actual, por qué no de la España de 2019, donde los corruptos siguen triunfando, las cloacas deciden a qué líder hundir y los dictadores siguen enterrados con honores de estado. Del Arco mantiene la esencia de la obra, pero no quiere ser críptico en su adaptación. Esto es una brillante, irreverente, provocadora y divertidísima actualización que sirve de azote para un país que pasa de un Ricardo III a otro.
No son imaginaciones o sublecturas del texto. En este Ricardo III está el Rey Juan Carlos diciendo “me he equivocado no volverá a ocurrir”, un matarife clavado a Villarejo, un político con el porte de Pedro Sánchez y la aparición más esperada, la de un Franco que sale de la tumba antes de tiempo para plantarse en el escenario del Pavón Teatro Kamikaze. No es una foto del dictador, sino la polémica escultura de Eugenio Merino -que llevó a juicio al artista- la que en un momento que arrancó los aplausos del público sale de una bolsa blanca para que su viuda, una Margarita de Anjou con aires de Carmen Polo. En el libro original es Enrique VI, aquí es un Francisco Franco que acaba en un cubo de basura porque es “tóxico” y al que no se cita por su nombre porque realmente representa a cualquier dictador.
Del Arco aprovecha a Shakespeare para repasar la historia de España y para tirarle de las orejas. El que esté atento descubrirá numerosas frases que nos sonarán, como esa “amnistía de todos para todos” que dijo Arzalluz con Franco recién muerto y que aceptaba ese pacto del olvido que ahora trae tantos quebraderos de cabeza, porque los verdugos recibieron una impunidad de la que siguen gozando.
También hay una crítica a los medios, al periodismo del corazón, y decenas de acronías que convierten este Ricardo III en algo moderno, fresco pero que nunca pierde su colmillo, su mordiente política que culmina con un discurso desesperanzador que deja claro que mientras no tengamos memoria estamos condenados a repetirla historia. Un puñetazo a todos los que se les llena la palabra con España y con la patria pero luego se lo llevan a manos llenas.
Ricardo III no sería nada sin su reparto, entregado a lo que que propone Kamikaze. Allí está algún habitual del grupo, como Cristobal Suárez, alguna novedad como Manuela Velasco, y un protagonista absoluto de Israel Elejalde imperial. La obra recae sobre sus hombros, y el se entrega hasta la extenuación a un personaje que salta del texto clásico al lenguaje normal en cuestión de segundos. Consigue que nunca chirríe, que cada guiño y ruptura sea un punto de sorpresa para el espectador. Nadie mejor para jugar con Miguel del Arco y para dejar que nosotros juguemos con ellos.