Un cuento puede provocar el más dulce de los sueños o pesadillas. Un simple cuento puede ser un arma inofensiva o ser un elemento revolucionaria. Una historia corta puede hablar de princesas y castillos, pero también de traumas, de violencia. “La poesía es un arma cargada de futuro”, decía Gabriel Celaya. Y Achero Mañas amplió aquella frase a “El arte es un arma cargada de futuro” en su película Noviembre, sobre el compromiso activista de una compañía de teatro.
Arte como herramienta política, pero arte también como entretenimiento. Una dualidad complicada y que ha explorado en todas sus obras Martin McDonagh, creador de películas como Tres anuncios en las afueras y uno de los mejores dramaturgos de las últimas décadas. McDonagh es un provocador que dice que odia a Shakespeare y Chejon, y que sus influencias son Pinter y Tarantino. Sus obras lo reflejan, pero esa declaración de intenciones también tiene ese punto de niño provocador que tienen sus textos.
Uno de los más alabados es el de El hombre almohada, que escribió en 2003 y en el que junta esa violencia cotidiana, ese teatro de la crueldad que le interesa, en un texto que sitúa la acción en un estado policial donde las ejecuciones, las detenciones y la brutalidad son la orden del día. El arte debe ser blanco, inofensivo. La prensa no es libre. Un cuento puede ser considerado un panfleto revolucionario aunque hable de cerditos. Peor lo tiene la protagonista, Katurian, cuyos relatos cortos siempre hablan de niños torturados, asesinados o abusados. Un texto que mezcla ficción dentro de la propia ficción, que habla de las posibilidades de la palabra escrita y de la obsesión del artista porque su legado perpetúe.
Ahora El hombre almohada, la historia corta que da nombre a la obra que la contiene, llega a los Teatros del Canal -hasta el 20 de junio de 2021- gracias a David Serrano, que dirige y adapta una obra compleja en la que muchos no hubieran querido meterse. Pero él lo tuvo claro porque “la función es buenísima, de hecho ha sido sencillo montar esta función y adaptar el texto, porque cuando los textos son buenos, es todo mas fácil. No hemos tenido que hacer mucho análisis”, cuenta Serrano a EL ESPAÑOL.
No lo recuerda todo tan sencillo Ricardo Gómez, que da vida a Michal, el hermano de Katurian, que tiene una discapacidad mental provocada por un trauma del pasado que se irá descubriendo. “Hombre, hace cuatro meses te recuerdo decir, menudo pollo, la que tenemos encima”, dice riéndose. “Es verdad”, reconoce David Serrano, que cree que al final todo ha ido también que se le ha olvidado.
Ambos llevaban tiempo queriendo trabajar juntos. De hecho Serrano le recuerda con complicidad que le mandó “un par de funciones y me dijiste que no, y una era muy buena”. “Estábamos viendo qué podíamos hacer, algún texto yo no lo terminaba de ver, y un día me dijo, te voy a mandar un texto buenísimo. Yo me agobié porque dije, cómo le diga otra vez que no… Me lo empecé a leer y mi personaje no aparece en las primeras 45 páginas, y yo pensé, pero qué me esta ofreciendo… pero según lo iba leyendo lo tuve clarísimo, tenía que decir que sí”, cuenta Ricardo Gómez sobre los inicios del proyecto.
Sabía que iba a decir que sí antes de leerlo, porque era con David Serrano, pero el texto me pareció brutal, aunque me dio mucho miedo. Miedo del que te reta, del que apetece
En las tablas se produce un juego entre fábula y cruda realidad y un duelo de altura entre él y Belén Cuesta, que da vida a su hermana Katurian y la creadora de esas historias llenas de crímenes que el gobierno considera peligrosas. Cuesta ofrece nuevos registros en otra incursión en el drama en un papel que “sabía que iba a ser que sí antes de leerlo, porque era con David”. “Me pareció brutal, pero me dio mucho miedo, pero miedo del que te reta, del que apetece”, cuenta.
A pesar de que asegura haberse mantenido fiel y sólo haber cortado un par de paginas, sí que hay un cambio sustancial, y es que los personajes de Belén Cuesta y Manuela Paso fueron escritos para dos hombres. “Tuvimos que pedir permiso y nos lo dio. Me parecía que era más rico, porque estos personajes normalmente sólo se dan a hombres. Personajes con rasgos de psicópatas, sádicos... es raro ver a mujeres, y esto lo hacía más interesante, y sobre todo creo la relación entre los dos hermanos pasa a ser más maternal, amorosa y más rica que cuando es entre dos hombres”, analiza David Serrano.
Una obra que remueve e incomoda con esa violencia cotidiana tan propia de McDonagh, pero que para Manuela Paso es útil para "entender y poder reconocer el mundo tan violento que tenemos". "Hay que dar con obras que tienen ese componente para acercarnos a la violencia y para entender cómo es y como afecta. Esta obra trata las peores cosas imaginables, la pedofilia, abusos a la infancia, el totalitarismo, un estado policial autoritario... Pero es curioso que hablando de lo peor resulta gestionable, y hasta de alguna forma te ves reflejada en un espejo donde dices, ostras no soy estos cuatro pero tengo algo de estos cuatro personajes. Hay ciertas psicologías en las que te puedes sentir reconocida. Es una forma de acercarse a la violencia para ser consciente y saber gestionarla”, apunta la actriz que da vida a la retorcida inspectora de policía junto a Juan Codina.
Otro de los temas que se deslizan durante toda la obra, es la obsesión del artista porque su legado continúe, algo que a David Serrano no le “obsesiona”: “Yo conozco mis limitaciones y sé hasta dónde llego, yo dirijo esta obra porque no la sé escribir. No tengo talento para dirigir una obra que vaya a perdurar, lo tengo asumido y eso no me va a provocar traumas, pero sí que tengo amigos que hacen mierdas increíbles y aspiran a que sus películas se vean dentro de 50 años, y yo les digo que dentro de 50 años no se acordará de ellos ni su familia”.