En 1887, la editorial de Daniel Cortezo, de Barcelona, publicaba un libro realmente único, El anacronópete, que planteaba una historia realmente original, sin precedentes: la de un inventor de Zaragoza, Sindulfo García, que presentaba en la Exposición Universal de París una máquina de hierro capaz de viajar en el tiempo. Eso la convierte en la primera obra literaria en la que es la técnica la que permite ir al pasado: faltaban aún ocho años para que, en 1895, H.G. Wells publicara la que universal (y erróneamente) se ha considerado como la primera novela de viajes temporales "científicos".
En realidad, la novela era el plan 'B' de su autor, que llevaba desde 1881 intentando poner en pie su zarzuela Viaje hacia atrás verificado en el tiempo desde el último tercio del siglo XIX hasta el caos, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional. Contra lo que se suele pensar, el llamado "género chico" ofrecía una gran variedad de temas que no se circunscribían a lo castizo o costumbrista, y de hecho era capaz de atreverse con cualquier trama. El propio Gaspar había conocido ya varios éxitos con obras dramáticas como El estómago (1874), que resaltaba la preponderancia de ese órgano en el cuerpo humano, e incluso llegaría a firmar otras de temática feminista como Huelga de hijos (1893).
Gaspar, nacido en Madrid en 1842, además de escritor, fue diplomático. Después de desarrollar su cargo en Europa, ocupó cargos de cónsul en Macao, Cantón y Hong Kong. Unos destinos que tuvieron una gran influencia en El anacronópete, por cuanto los viajeros del aparato (que recibe su nombre de la combinación de tres palabras griegas, 'aná', atrás; 'cronos', tiempo; y 'petes', el que vuela) o 'anacronóbatas', llegarán a visitar la China del siglo III, a la que encuentran tan avanzada técnica, social y culturalmente como el Occidente del XIX.
En su concepción, Gaspar tuvo dos claras influencias: por un lado, los libros de Julio Verne, que arrasaban en España tanto como en Europa y América; y por otro, la novela Lumen, del astrónomo francés Camille Flammarion, con quien el español mantuvo una relación de amistad, y que también abordaba un viaje en el tiempo, aunque en este caso a través de un sueño. Del primero tomó el sentido de la aventura y la necesidad de buscar un sustento lo más científico posible a la historia; del segundo, la posibilidad de trasladarse a épocas pretéritas.
Pero si algo distingue a la obra de Gaspar es su profundo sentido del humor: al ser ideada para una zarzuela no evita los enredos y los momentos pícaros (por ejemplo, los vestidos de lana de unas mujeres "de vida alegre" parisinas que se unen al viaje, van convirtiéndose en las ovejas originales al ir hacia atrás en el tiempo, lo que lleva a la desaparición progresiva de su ropa). Precisamente, para evitar que eso suceda y que los propios viajeros vayan rejuveneciendo hasta convertirse en bebés y desaparecer, el inventor utilizará una sustancia de su invención, a la que bautizará con el nombre de 'fluido García' (que ha dado nombre a un disco del grupo español Sidonie).
En la novela, el grupo formado en un principio por Sindulfo García, su ayudante Benjamín, su sobrina Clara, una sirvienta, un capitán enamorado de Clara, unos húsares y las mencionadas parisinas, viajan en el anacronópete, que se desplaza gracias a una especie de grandes cucharas mecánicas hasta la batalla de Tetuán de 1860, la Granada de 1492, la Rávena del 690, la China del siglo III, la Pompeya de la erupción del Vesubio del 79 y, finalmente, el siglo XXX a.C., donde llegan a ver a los descendientes de Caín transportando el cadáver de Abel.
No deja de ser curioso, y muy representativo de las distintas mentalidades de sus autores que, mientras que en la novela de Wells el protagonista sólo quiere viajar hacia el futuro para conocer hacia dónde se encamina la humanidad, en la obra de Gaspar su protagonista acaba llegando al mismo momento de la Creación, obsesionado por encontrar la fuente divina de todo lo conocido.
La obra, que iba acompañada de unas soberbias ilustraciones del pintor Francesc Gómez Soler y en la que Gaspar tenía grandes esperanzas, fue un rotundo fracaso. ue el gran éxito editorial de aquel año fuera Fortunata y Jacinta, la obra realista de Benito Pérez Galdós, demuestra que los gustos del público del momento no parecían muy proclives, a pesar del éxito de Verne, a una propuesta de este tipo. El escaso interés de la crítica y los historiadores de la literatura española por la fantasía hizo que la obra cayera en el olvido, aunque se convirtió en una referencia de culto. No se volvió a publicar hasta el año 2000, en una edición de Círculo de Lectores que recuperaba la cubierta y las ilustraciones originales.