En 1976 la censura se estaba acabando en este país, María José Cantudo ya se había desnudado en La Trastienda y la política comenzaba a virar hacia la democracia. En aquellos años Fernando Fernán-Gómez soñaba sin parar. Soñaba con otros mundos, con otro país y mientras veía películas americanas se preguntaba por qué él no podía hacer eso de que un actor se pusiese a cantar sin venir a cuento. Entonces nació Bruja, más que bruja, la mejor interpretación de Emma Cohen.
Sin embargo, en los setenta el país no estaba preparado para esta película, que pasó sin pena ni gloria por los cines. Como tantas otras veces, el director se adelantó, Fernán-Gómez cogió la España de los amos y las uñas negras y la transformó en una zarzuela surrealista. La película se rodó en Algete, un municipio abandonado de la comunidad de Madrid y situó una renovación de la tragedia griega donde las lunas — como si de un drama rural de Lorca se tratase— articulan los actos.
Fernán-Gómez, además de dirigir el filme, interpreta al amo Justino, el cacique del pueblo, quien se casa con la bella Mariana, que encarna Emma Cohen. Sin embargo, el viejo es el tío del gran amor de su esposa, Juan (Paco Algora). Un pueblerino que tras hacer la mili vuelve fascinado por la industrialización de la capital. Los tres conviven en la misma casa, acompañados por Rufa (Estela Delgado), la criada que maldice y como un narrador renqueante repasa el santoral avisando de lo que pasará. Los enamorados acuden a una bruja para intentar quitarse de en medio al tío Justino.
Denominar a la película musical sería quedarse corto, se trata más bien de una tragicomedia cantada, con una estructura clásica griega donde a través del humor se ponen de manifiesto temas como el fanatismo supersticioso, la opresión sexual, el mal funcionamiento del sistema judicial o la idealización de la industria. Hace 40 años España no estaba lista para esta película gamberra e irreverente que Fernando Fernán-Gómez se empeñó en hacer y a la que Emma Cohen se dio por completo como el proyecto deseado de su gran amor. Con un presupuesto de 13 millones de pesetas, la recaudación fue de 30 y pasó la censura (que desaparecería al año siguiente) sin problemas. El productor, Juan José Daza, afirma que porque “llevaba el nombre de Fernando”. Esa misma razón le llevó a él a aceptar el reto, ya que el director no encontraba nadie que le apoyase en el hilarante proyecto. Pero Daza aceptó y celebra haberlo hecho “aunque en ese momento la película no fuese bien recibida”.
Fernán-Gómez cogió la España de los amos y las uñas negras y la transformó en una zarzuela surrealista
El productor afirma que sabía que “él iba a hacer lo que le diera la gana”. “El broche final de la película se llevó un 20% del presupuesto… Yo le decía, ¿Fernando esto es necesario? Y él decía: es absolutamente necesario. Y tenía razón”, recuerda. Un gesto más de la película desvergonzada y surrealista que el director quería hacer y consiguió. La escena final es una orquesta completa de músicos, de riguroso frac, director y piano incluido, que sirve como cierre a una historia delirante.
Algete recoge la esencia de una España de calles de tierra, donde aun los jornaleros tenían amos y la fe era una cuestión más de temor que de elección. Es precisamente el temor lo que lleva a los protagonistas a acudir a la brujería, como remedio a su falta de libertad. Emma Cohen interpreta, de manera excepcional, un arquetipo de la literatura española: la mujer rural desolada. Fernán-Gómez actualiza los dramas rurales de Lorca en la gran pantalla, siguiendo las directrices del poeta articula una nueva versión de Bodas de sangre. El coro griego está representado en el pueblo, que de la misma manera que los leñadores en el drama del poeta cantan la inminente desgracia. El cuchillo se reconvierte en hacha y los elementos mágicos aparecen representados en los conjuros de la bruja.
El periodista Fernando Lara comentó durante el coloquio posterior al pase de la película que “Fernán-Gómez pensaba que la gente no le tenía aprecio a la zarzuela” y, de este modo, aprovechó para satirizarla, al igual que haría en La venganza de Don Mendo con las obras clásicas. Una sátira que contiene elementos tan teatrales como el bis que pide el público (dentro de la propia película) de la canción final y se repite en escene. El director rompe así con la verosimilitud de la acción a favor de la ironía.
Emma, más que Emma
El pase de la película que se hizo el martes, doce de julio, en la Academia de Cine en Madrid acabó siendo un homenaje a Emma Cohen que había fallecido unas horas antes. Fernando Lara afirmó que era “lo justo y necesario”. El director José Luis García Sánchez manifestó esta necesidad y sentenció que el coloquio se llamaría “Emma, más que Emma”, tal y como le había indicado Juan Diego por teléfono. Para el director la actriz era “uno de los seres humanos más extraordinarios que he conocido”.
Cohen no era solo una actriz de renombre, era una mujer progresista, cargada de vitalidad y que “todo lo que tocaba lo convertía en futuro”, explicó García Sánchez. Además de en la pantalla ella y Fernán-Gómez compartieron cama y vida durante muchos años aunque “no era fácil aguantarlo”, recordaban entre risa sus amigos. “Un día ella harta de él se fue y Fernando escribió un manifiesto de amor de 35 páginas y Emma volvió”, recordaba el director.
Por su parte, José Lifante, parte del reparto de Bruja, más que bruja recordaba entre lágrimas a su compañera de profesión, con quien compartió las primeras andanzas en el teatro de vanguardia de Barcelona. “Era una mujer anárquica y lanzada, que te atraía, tenía gancho”, recuerda Lifante. El gancho de Cohen está en la película que ahora se reestrena pero también en toda su carrera y en el recuerdo de varias generaciones con uno de los ojos más embaucadores del cine español.
Fernando Lara leyó un emotivo poema del libro Roma por algo de Fernán-Gómez: “Y querré volver un día para descansar mis ojos en las aguas verdes de ese lago”. Un poema que no estaba dedicado a Cohen pero que muestra, según sus colegas, el amor de la pareja y cómo para el director ella “lo era todo”. “La hija de la burguersía que se convirtió en la hija de mayo del 68”, sentencia García Sánchez, “que estaba en constante reconversión”. Tanto que de actriz de la vanguardia pasó a interpretar a la gallina Caponata, orgullosa decía que había sido su mejor interpretación y fue un papel que se lo había trabajado mucho más que en todas sus interpretaciones humanas.