España es el 18 de julio y sus platos rotos. España es su Segunda República, su sublevación militar, su golpe de Estado de 1936. Y el fracaso parcial de aquel alzamiento contra un gobierno democrático que condujo a la Guerra Civil. España es su pozo de vencedores y vencidos, su dictadura, la muerte de Franco en la cama. España no se quita la costra, no acaba de pedir perdón, no se reconcilia. España vive en el punto de sutura; y los hijos del Estado de Bienestar, los niños mimados de la democracia, aún son herederos de aquel país partido por la mitad. Aún tienen deudas con su historia. Sobre todo porque, como dice Martí Marín -miembro directivo del Centro de Estudios sobre las Épocas Franquista y Democrática (CEFID)- "cuando hablamos de historia hablamos de presente".
Los expertos no juegan a lo contrafactual. ¿Qué hubiera pasado si nunca hubiese existido el 18 de julio? ¿Quiénes seríamos hoy? "Es un ejercicio literario de ficción que no tiene ninguna garantía", explica el historiador y catedrático Enrique Moradiellos. Pero en lo que todos los profesionales consultados por EL ESPAÑOL están de acuerdo es en que fue el día del cisma capital. La cita con el horror que arrastramos en los genes. Lo que España aprendió de la Guerra Civil, apunta Moradiellos, es que existe un "enemigo interno", un "quintacolumnismo": "El bando franquista eliminó a 100.000 personas de las que parecía que eran suyas... el bando republicano hizo lo propio con 55.000. Después los muertos en acciones de guerra, los caídos por enfermedades y represión", recopila. "¡Y toda la población culta que se exilió, de la cual, 300.000 personas nunca volvieron! Aquella ventana demográfica nos ha configurado hasta hace poco", continúa. "Y el impacto económico de la guerra no se empezó a superar hasta 20 años después".
Con todo, Moradiellos no cree que haya ya dos Españas, especialmente porque "a lo largo de 40 años de franquismo, hubo una gran mezcla social": "En los años 60, el hijo de un jornalero se marchaba a Alemania, se escolarizaba, desarrollaba su capacidad adquisitiva y cuando volvía aquí ya era otra cosa", sostiene. "Todos teníamos como mínimo cuatro abuelos y es muy difícil que los cuatro opinaran lo mismo: uno era católico y fascista, otro librepensador y votaba a la izquierda, otro republicano de Azaña, otro catalanista... por eso no hemos heredado derechas e izquierdas, eso sería demasiado sencillo. Ahora somos una amalgama".
Esa imagen poética de los cuatro abuelos divididos, dice el historiador, también es lo que somos ahora: "No es lo mismo la derecha de Rajoy que la de Artur Mas, no es una sola categoría. No es lo mismo Pedro Sánchez que Susana Díaz; o Pablo Iglesias que esos sectores de su partido que dicen que Cuba es fantástica", opina. Para él, si España es dual ahora mismo, es "entre los partidarios de la soberanía nacional y los que prefieren desmenuzarla en dos". Cita una macroencuesta del CIS del año 2000 que señalaba que, para el 46% de la población, el franquismo "tuvo cosas buenas y malas": "Yo creo que esta es la actitud más corriente de los españoles ahora mismo: una sutil indiferencia de fondo hacia Franco que pesa más que los sentimientos negativos".
Todos teníamos como mínimo cuatro abuelos y es muy difícil que los cuatro opinaran lo mismo: uno era católico y fascista, otro librepensador y votaba a la izquierda, otro catalanista...
Martí Marín -citado al principio; doctor en Historia Contemporánea por la Autónoma de Barcelona y responsable del CEFID- habla claro: "La guerra civil tiene que seguir dividiéndonos". Dice que así seguiremos distinguiéndonos "de los favorables a la dictadura, que aún los hay": "Hay heridas personales, más allá de políticas, difíciles de restañar. Donde hay sangre y muertos, no cabe el abrazo". Expone que los descendientes de quienes lucharon en un bando o en otro se han ido mezclando y que ahora lo habitual no es preguntar "¿A qué bando perteneces?", sino "¿Con qué bando te identificas?": "En cualquier caso, si somos demócratas, siempre tendremos que identificarnos con los perdedores".
¿Cuándo nos curaremos? "Bueno, en EEUU hubo una guerra civil a mediados del siglo XIX, han pasado casi 200 años y se siguen haciendo banderas de la confederación y hay gente que cree que EEUU no debería ser un país sino dos, sobre todo en el sur. 200 años. En un país sin grandes cesuras sociales. Imagínate aquí", evoca Martí. "No podemos saber, por otro lado, si dentro de 20 años habrá más demócratas o menos. Comprometerse con la democracia es un brindis al sol". Aludiendo a la cuestión de la memoria histórica, el doctor, con aplomo, se muestra cansado del argumento de "dejar el pasado atrás": "Es que estamos hablando de operaciones del presente,: de sacar a un muerto de una cuneta, de quitar un monumento franquista. Eso habla de quiénes somos ahora y de si verdaderamente hemos cambiado o no".
Hay heridas personales, más allá de políticas, difíciles de restañar. Donde hay sangre y muertos, no cabe el abrazo. Si somos demócratas, tendremos que identificarnos con los perdedores
Ángel Viñas -economista, historiador experto en guerra civil y franquismo, y diplomático- lleva más de 30 años viviendo fuera de España. Nos atiende al teléfono desde Bruselas. "España, tal y como la conocemos hoy, es un subproducto del 18 de julio", sostiene. Aunque cree que ya no vivimos esa guerra, "tenemos un sector, yo diría minoritario, que se niega a mirar al pasado y a enfrentarse críticamente a él": "Estamos en una situación mutatis mutandi [cambiando lo que se debía cambiar] como la que había en Alemania en los años 50 y principios de los 60. Hemos llegado tarde a restaurar la guerra civil, incluso a estudiarla científica e históricamente. Porque no duró tres años. Duró casi 43, por culpa del franquismo". Cree que, precisamente por eso, este conflicto bélico sigue "levantando pasiones": "Está relativamente reciente, pero pasará. No creo que nadie se vuelva loco ahora con las guerras carlistas".
Recuerda cuando Zapatero estableció la "mal llamada" Ley de Memoria Histórica: "Aquello generó un pitote extraordinario, cuando, además, era una ley muy modesta. Generó odio sarraceno. ¿Por qué? Porque hay gente que aún niega que Franco fue un dictador fascista, que impuso una represión feroz, que fue un levantamiento ilegal... ¡tienen miedo de que retratar a sus antepasados los retrate a sí mismos!", ríe. "Una sociedad madura democráticamente condenaría de verdad una dictadura: lo han hecho todos los países de la Europa Occidental menos nosotros. Y eso no se dice lo suficiente en España. Estamos muy orgullosos de nuestra dictadura... pero es una patata".
Evoca los últimos cuatro años del gobierno del PP: "Ha paralizado la apertura de archivos, las reclamaciones normales de un sector de la sociedad que quiere conocer su pasado, que quiere recuperar a sus muertos, sus fusilados, sus masacrados... ha quitado ayudas a la investigación, se ríe de las Naciones Unidas... ¿cuál va a ser el resultado de todo esto? ¡Una democracia de baja calidad!", estipula. Por último, señala con el dedo a Morenés: "Pío Cabanillas y Marcelino Oreja hicieron mucho más que él para que se fueran abriendo los archivos cuando había muchas más dificultades que ahora": "¿Por qué no quiere abrirlos él? Por algo será... habrá que preguntarle".
Paca Sauquillo -al frente de la Comisión de Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid- se muestra mucho más optimista: "España, a partir del 79, ha sido un país mejor, más culto, más fructífero, más abierto a Europa para lo bueno y lo malo: esta España moderna tiene que reconciliarse totalmente consigo misma para avanzar en la democracia, tiene que decir que todo aquello fue un horror". Señala que los grupos que aún defienden las ideas "pasadas de moda" y basadas en "el enfrentamiento y revanchismo" no representan a la sociedad española. "Es un triunfo: hemos pasado de una sociedad unitaria a una España diversa, los nostálgicos tendrán que ir superándolo". Cree que a los herederos de Franco se les cura con educación. "Después de la guerra había un 80% de analfabetismo... ahora eso está superado. Que podrá ser mejor o peor la educación... pero no hay analfabetismo", musita. "Eso nos dará un mejor conocimiento de la historia y de nosotros".
Hay gente que aún niega que Franco fue un dictador fascista, que impuso una represión feroz... ¡tienen miedo de que retratar a sus antepasados los retrate a sí mismos!
Pablo Sánchez León -doctor en historia por la Universidad Autónoma de Madrid- relata que la guerra civil "destruyó España" y que la dictadura "quiso hacer con esos añicos un jarrón nuevo, de empaste fraudulento", pero que, al menos, quedó "la memoria de las experiencias históricas de construcción de ciudadanía, de la lucha por la igualdad y la dignidad": "Todo eso es anterior a la guerra civil y no desapareció, porque es patrimonio inmaterial". Explica que "la mala revisión de la Transición" generó un "franquismo ideológico" que ahora podemos rescatar y poner sobre la mesa. Algunos de los hábitos sociales y culturales "conservadores" que, según Sánchez León, aún arrastramos, son "la deferencia ante el poderoso, el temor a la exposición política, el clientelismo a cualquier nivel, la corrupción, el enchufismo...". Con lo que sí hemos roto es con el diccionario: "Hay un lenguaje político anterior a 1936 que hemos perdido. La palabra 'campesino', por ejemplo, antes aludía a alguien tan ciudadano como el habitante de ciudad, pero la dictadura produce una fractura campo-ciudad", afirma. "O la palabra 'fraternidad', que aludía a un mundo sin amos, sin padres, sin jerarquía, el punto de llegada de todo el republicanismo español -y heredado de la revolución francesa-. Todo eso quedó destruido a partir del año 36".
Fue una conquista exterminadora que asumió que España era una cosa física que tenía hijos naturales y otros que no. Y sus hijos naturales los decidía la religión católica. Fue una guerra santa
No considera "guerra civil" al conflicto bélico que explotó en España del 36 al 39: "Fue una conquista exterminadora que asumió que España era una cosa física que tenía hijos naturales y otros que no. Y sus hijos naturales los decidía la religión católica. Fue una guerra santa". Expone que los "no españoles" eran susceptibles de ser expulsados o "exterminados como los judíos" y que, cuando la Iglesia reconozca su implicación, el relato de la guerra dejará de ser el relato de la guerra y pasará a ser el del golpe de Estado y la defensa popular": "Ahora que tenemos el yihadismo encima lo empezamos a entender... el enemigo absoluto es el enemigo religioso, no hay límite de nada. Para salvarse, hay que matarlo".