Hay un punto, lejano, quizá, en el que todas las ficciones que fueron llevadas a la literatura se ven superadas por el peso inverosímil de la realidad. En ese punto imperceptible para la mayoría, en ese punto que Cortázar definió como un itinerario misterioso, la imaginación se despeña y no queda más que dejar que sea la crónica veraz de un suceso la que hable por sí misma. Ese punto fue superado una vez más la fatídica noche del 14 de julio, cuando se perpetró la masacre que habría de acabar con la vida de varias decenas de personas.
Los hechos acontecieron, además, en la siempre literaria ciudad de Niza. Allí fue donde Nietzsche escribió que "los grandes problemas andan tirados por la calle", un aforismo que nos hace rememorar escenas horribles pero que, a la vez, nos coloca en un primer plano esa miseria del ser humano, la que reside en las pequeñas cosas, la que más que nunca ahora debemos reconocer como responsable de un daño que costará reparar. Es precisamente esta ciudad francesa un homenaje a la estética contraria (quizá por eso el filósofo alemán se refugió allí durante años), la estética que se basa en encontrar el encanto de lo pequeño: el olor, el tacto y otros detalles que no han de pasar desapercibidos.
Fue en el propio Paseo de los Ingleses, concretamente en el hotel Negresco, donde César Vallejo fechó una carta dirigida a su hermano: "Aquí me siento joven, fuerte y lleno de esperanza". La carta llegaría a manos de su destinatario varios días después, dejando constancia de la recuperación anímica de uno de los personajes más atormentados de la poesía en idioma castellano. Ya no era el mismo que se abrazaba al suicidio en Perú ("He cambiado mucho [...] me dicen que no soy ni la sombra de lo que era allí").
Será esa Niza una de las encargadas de levantar el ánimo de un país asolado por el terrorismo. Es la misma que se convirtió en refugio para Nietzsche. Es la misma que le devolvió la vida a Vallejo. La Niza que se mueve por el itinerario misterioso. La Niza más literaria.
La capital literaria de la Costa Azul
Cuentan que, cada mañana, el propio Nietzsche recorría los tramos que bordeaban la costa Azul francesa trazando en su mente las líneas maestras de lo que más tarde se llamó Así habló Zaratustra. Allí, caminando a 500 metros sobre el nivel del mar, sobre esa especie de privilegiada atalaya, dejaba que su vista se perdiera sobre el Mediterráneo. Hoy, casi siglo y medio después, el sendero ha sido bautizado como "el camino de Nietzsche", y son varios los turistas que se pierden por él cada día.
Pero no sólo el turista del siglo XXI acude en busca de esa mirada perdida a través del Mediterráneo. Apenas habían transcurrido un par de lustros desde que el filósofo alemán llegara a Niza cuando el ruso Antón Chéjov desembarcó en la Riviera. Se hospedó (¿adivinan?) en el maravilloso Paseo de los Ingleses, esta vez, y a diferencia de Vallejo, en el hotel Beau Rivage. Este alojamiento, todavía activo, fue testigo de cómo la Gaviota de Chéjov volaba desde la mente del autor ruso hasta el papel. Allí se empapó del maravilloso ambiente teatral que se cernía sobre toda la costa francesa. Dejó que la belle époque calara en su huesos y se enamoró para siempre de aquellas largas tardes de ópera frente a los intérpretes más reconocidos del planeta. La gaviota, a esas alturas, ya había alcanzado la suficiente altura como para, pocos meses después, alcanzar la cima de la escena dramática universal.
Como si la cadena creativa amenazara con romperse, Chéjov abandonó el Paseo de los Ingleses cuando el genial Apollinaire todavía vagabundeaba por el barrio italiano. A pesar del éxito alcanzado décadas más tarde en la fecunda París, cada cierto tiempo volvía a su Niza de la infancia para desengancharse, si es que alguna vez fue posible, del movimiento surrealista. Fue el primer hombre que pronunció este término, Surrealismo, poniéndole la etiqueta a ese punto del que hablábamos al principio, allí donde la locura y la realidad, como ocurrió la desgraciada noche del 14 de julio, se funden para siempre.
El paseo de los Ingleses
Niza será el camino. Podrán cometerse las mayores atrocidades, pero la senda que otros utilizaron seguirá con nosotros siempre. Algo de ello habitaba en Stefan Zweig. El célebre escritor austriaco habría de recordar, ya en sus últimos días, cuando su aura se apagaba bajo el sol de la brasileña Petrópolis, aquellas lejanas tardes en Niza, cuando fue descubierto por su esposa en manos de la mujer que más amó: Lotte Altmann. Aquellas tardes, enclaustrados en el hotel de la Riviera, ambos descubrieron el amor que más tarde les robó el avance nazi. Fue en Petrópolis donde se apagó el fulgor nizardo. Una criada encontró el cadáver de Zweig abrazado al a su querida Lotte. Junto a ellos, una nota: "Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche".
Todavía nos quedaba un último título para la historia. Max Gallo, nacido y criado en Niza, puso fin a su célebre trilogía La bahía de los Ángeles con un título que, desde ahora, nos transportará para siempre hasta la trágica noche estival del 14 de julio: El Paseo de los Ingleses. Este texto, a medio camino entre la historia y la novela decimonónica, describe perfectamente aquello que exige el inicio de este artículo, es decir, lo diminuto, la minuciosidad. Gallo se recrea en el último detalle de su ciudad, Niza, para transmitir la desesperanza de una guerra. Corre el año 1939, el mismo que atemorizó a Zweig, aunque, esta vez sí, la luz volvió más allá de la larga noche. Y volverá mañana.
La última vez que oí hablar de él fue en El tango de la guardia vieja, de Arturo Pérez-Reverte. Titulaba así, 'El Paseo de los Ingleses', uno de los capítulos de la novela, concretamente el número seis
La última vez que oí hablar de él fue en El tango de la guardia vieja, de Arturo Pérez-Reverte. Titulaba así, 'El Paseo de los Ingleses', uno de los capítulos de la novela, concretamente el número seis. Por él merodea la sombra de la guerra, una vez más. Max, el protagonista, lo sabe: tiene habitación reservada para tres semanas en el Negresco. Era el mismo hotel que le había devuelto la vida a César Vallejo. Volverá a amanecer en Niza.