El 17 de octubre de 1931, Eliot Ness se convirtió en toda una celebridad cuando el mafioso Al Capone fue finalmente condenado a la cárcel por evasión de impuestos. Al frente de sus famosos 'intocables', Ness había protagonizado una guerra sin cuartel contra la mafia de Chicago y el formidable negocio ilegal crecido al calor de la Prohibición. Era, sin lugar a dudas, el héroe nacional.
Y como tal llegó en 1935 a Cleveland, ciudad que le había nombrado director de Seguridad Pública, con competencias sobre todos los cuerpos, como la policía, los bomberos o protección civil. Su misión era luchar de nuevo contra el crimen organizado y el juego ilegal, pero se enfrentó con un caso totalmente distinto: el primer asesino en serie de Estados Unidos, que le mantuvo en jaque y acabó con su fama de eficacia, como relata J.M. Mulet en su reciente libro La ciencia en la sombra (Destino).
Los dos primeros cadáveres habían sido encontrados el 23 de septiembre por dos niños. Se trataba de dos hombres, uno de ellos identificado como Edward Andrassy y el otro sin identificar. Ambos, sin brazos ni cabeza y, en el caso del primero, con los órganos genitales también cercenados. La prensa, pues, lo tuvo fácil para bautizar al criminal: el Asesino del Torso (también conocido como el Carnicero Loco de Kingsbury Run, por la zona en la que fueron hallados).
Los crímenes causaron conmoción, pero no fueron los únicos. Hasta doce cadáveres de ambos sexos fueron apareciendo hasta el 16 de agosto de 1938. La mayoría, compartían las características de las decapitaciones (en varios casos, fue ésa la causa de la muerte) y las mutilaciones. Nueve quedaron sin identificar y no se encontró ningún patrón consistente. La angustia se apoderó de una comunidad que aguardaba el hallazgo de nuevos cuerpos.
La presión llevó a Ness a involucrarse personalmente en la investigación. Confundiendo los métodos útiles para desarticular una organización mafiosa con los de caza de un asesino en serie, llegó a ordenar el desmantelamiento e incendio del enorme poblado donde se producían los hallazgos, infraviviendas construidas por el aluvión de trabajadores en paro que habían acudido a la ciudad buscando una oportunidad en plena Gran Depresión, y entre los que el asesino parecía escoger a sus víctimas. Esa intervención fue muy polémica, pero lo cierto fue que terminó con el conteo de víctimas, al menos con el oficial.
En cuanto a la autoría, la policía detuvo a Frank Dolezal, que había sido amante de Florence Polillo, una de las pocas víctimas identificadas. Tras un brutal interrogatorio, acabó confesando el crimen, pero en su relato existían muchas contradicciones que lo hacían poco creíble. El hecho de que apareciera convenientemente ahorcado en su celda antes del juicio, y de que la autopsia desvelase que tenía varias costillas rotas, lo que habría ocurrido durante su custodia policial, hizo que terminara descartándose "post mortem" que fuera el verdadero asesino.
Quien sí estuvo convencido de haber hallado al culpable fue Ness. Una agente a sus órdenes, Virginia Allen, le había llamado la atención sobre Francis Sweeney, un médico con problemas psicóticos que tenía los medios y la capacidad para hacer las trabajosas manipulaciones que sufrían los cuerpos. El problema era que era sobrino de un famoso congresista, y pertenecía a una de las familias más poderosas de Cleveland. Aún así, Ness lo interrogó en una habitación de hotel durante largas sesiones, en las que Sweeney enfrentaba sus preguntas con una media sonrisa y sin responder realmente. Dos pruebas con el polígrafo indicaron que mentía. Cuando Ness llegó a acusarle directamente, él contestó, divertido: "¿De verdad cree que soy el asesino? Entonces, pruébelo".
Ness nunca lo consiguió. Sweeney se autorrecluyó en un psiquiátrico, lo que en la práctica hizo imposible que pudiera ser juzgado, y desde allí se dedicó a martirizar a Ness hasta la muerte de éste, enviándole constantemente postales en las que se burlaba de él por no haber resuelto el caso. Sweeney moriría en 1964. Para muchos, fue el verdadero Asesino del Torso, aunque el caso oficialmente nunca se resolvió, por más que algunos estudiosos hayan adjudicado al misterioso criminal hasta la muerte de Elizabeth Short, la Dalia Negra, por las similares mutilaciones sufridas por ésta.
Ness acabó dejando el puesto en 1942, con el prestigio totalmente arruinado. Cayó en un grave pozo de depresión y alcoholismo, agravado por su fracaso cuando se presentó a alcalde y la pérdida de su trabajo en una empresa de seguridad. Convertido en una sombra de sí mismo, acabó poniendo su vida en forma de libro. Los intocables se convirtió, en 1957, en un sensacional best seller que acabaría trayendo consigo exitosas adaptaciones televisivas y cinematográficas. Ness nunca llegó a verlo: murió al poco de editarse por un infarto; tenía sólo 54 años.