Cuando Pannonica Rothschild (nombre inspirado en una polilla y elegido, quizás proféticamente, por su padre entomólogo) nació en 1913 en la mansión familiar de Londres, su destino estaba aparentemente trazado: las mujeres de una de las estirpes más ricas del mundo tenían vedado dedicarse a los negocios bancarios, que eran los que habían hecho del apellido Rothschild epítome de la riqueza. Su principal destino era casarse bien, y en eso al menos tuvo suerte: el elegido fue el barón francés Jules de Koenigswarter, con quien tuvo cinco hijos y, al menos en los primeros años, le dio la posibilidad de una vida más intensa de lo habitual por su afición a los viajes y a los aviones (ella misma se convertiría en una consumada piloto).
Tuvo cinco hijos en un matrimonio que en los primeros años le dio la posibilidad de vivir una vida intensa ya que su marido era un gran aficionado a los viajes y a los aviones, ella misma se convirtió en piloto
El estallido de la Segunda Guerra Mundial llevó a la pareja a alistarse en las tropas de la Francia Libre, donde Pannonica, tras lograr sacar a sus hijos clandestinamente hacia América, se implicó intensamente en el esfuerzo de guerra decodificando transmisiones, como locutora y como chófer, lo que le valió una condecoración al final de la contienda. Fue precisamente en esos años cuando tuvo un primer contacto directo con músicos afroamericanos que servían como soldados, después de que se hubiera introducido por primera vez en el mundo del jazz en los clubes de París.
Nica y el embrujo del jazz
La vuelta a la rutina tras la guerra, el volver a ser únicamente esposa y madre, fue difícil de asimilar para ella. Su marido, diplomático, fue ocupando varios puestos por el mundo, hasta que le destinaron a México. La cercanía a Nueva York fue una enorme oportunidad: sus escapadas para oír a los grandes del jazz terminaron convirtiéndose en algo cada vez más habitual. Hasta que hubo una de ellas de la que no volvió: a principios de los 50, mientras hacía tiempo para coger un avión de vuelta a casa, escuchó por primera vez el tema de Thelonious Monk Round Midnight, y aquello la conmovió de tal manera que se dio cuenta de que le era totalmente imposible alejarse de aquel ambiente, de aquella música. Perdió el avión y nunca regresó con su marido, de quien terminaría divorciándose en 1956.
A partir de ese momento, no paró hasta conocer en persona a Monk, lo que conseguiría en 1954 en París. Comenzó entonces una intensísima relación que se mantuvo hasta la muerte del músico, una relación que éste combinó, con una sorprendente naturalidad, con la que mantenía con su mujer, Nellie. Ambas lograron sostener al artista quien, aquejado por un trastorno bipolar, corría el peligro de caer fácilmente en espirales autodestructivas.
Muchos de los nombres míticos del jazz se alojaban en su suite del hotel Stanhope, donde el personal acabó harto de las quejas de otros vecinos por el continuo trasiego de músicos negros
Nica (así pasó a ser conocida) se convirtió en una presencia fulgurante que irrumpía en los barrios menos recomendables de Nueva York conduciendo su flamante Bentley, que parecía brillar aparcado ante los clubes donde tocaban los nombres más míticos. Muchos de ellos, si no tenían donde quedarse, se alojaban en su suite del hotel Stanhope, donde el personal acabó harto de las quejas de otros vecinos por el continuo trasiego de músicos negros (aún no se había aprobado la Ley de Derechos Civiles) y las sesiones musicales que allí se improvisaban.
Musa de Monk e inspiración de Cortázar
Lejos de ser una esnob que de vez en cuando alternara con ellos como diversión, Pannonica se involucró en la vida y los problemas de muchos de los músicos, incluso a riesgo de escándalos que hacían que sus aparentemente iguales se llevaran las manos a la cabeza. El propio Charlie Parker moriría en su suite, junto a ella, como reconstruye Clint Eastwood en Bird, y ella misma aceptó cargar con la culpa de un alijo de marihuana que en realidad era propiedad de Monk, algo que por entonces se castigaba con diez años de prisión y que, en el caso de Nica, habría llevado aparejada la expulsión del país. Finalmente, la aristócrata acabó librándose por un tecnicismo.
En 1972, Monk, ya totalmente incapacitado para tocar, terminó refugiándose en la casa de Nica en Nueva Jersey, donde moriría una década después. En 1988 le seguiría ella misma, tras dejar instrucciones para que sus cenizas se esparcieran sobre su querido río Hudson. Poco antes, su sobrina-nieta Hanna Rothschild se había puesto como empeño conocer a quien era un nombre apenas mencionado en la familia, un secreto que se prefería ocultar. Lo consiguió, y terminó escribiendo la biografía Pannonica (Circe), que sirvió para devolverla a la actualidad.
Mientras tanto, seguía viva en el maravilloso tema titulado con su nombre que le compuso Monk, y en otros dedicados por varios genios del jazz. Tan sólo Julio Cortázar le hizo un retrato menos favorecedor en su relato El perseguidor. No es probable que a ella le importara mucho: no en vano, su lema era: "Sólo se vive una vez". Y lo cumplió a rajatabla.