Es bien sabido que a Al Capone sólo fue posible detenerle acusándole de evasión de impuestos. Lo que no es tan conocido es que eso pudo ocurrir porque una ayudante del fiscal general estadounidense, Mabel Walker Willebrandt, logró montar el aparato legal que lo permitió. Sin ella, no hubiera habido ni Eliot Ness, ni intocables, ni Brian de Palma, ni escena de la escalera.
La historia la cuenta Bill Bryson en 1927: Un verano que cambió el mundo (RBA). Capone, como todos los capos de su tiempo, tenía todas sus propiedades a nombre de otros y se cuidaba mucho de que quedara rastro alguno de su implicación en actividades delictivas. Además, nadie se atrevía a testificar contra él, y tampoco se le podía exigir el pago de impuestos, porque para ello tendría que declarar sus actividades, lo que sería una violación de la famosa Quinta Enmienda de la Constitución, que dice que nadie puede ser obligado a incriminarse a sí mismo.
Coger a Al Capone era una tarea imposible, nadie se atrevía a testificar contra él, y no se le podía exigir el pago de impuestos, porque sería una violación de la famosa Quinta Enmienda
Era, pues, una tarea imposible. Y por eso, no fue extraño que finalmente el encargo de diseñar la estrategia recayera sobre Willebrandt, que ya se había ganado una merecida fama de implacable, metódica, carismática y sumamente inteligente. Había nacido en 1889 en Woodsdale, Kansas, y se había casado en 1910 con el director de la escuela donde trabajaba como profesora, mientras estudiaba Derecho en las clases nocturnas de la Universidad de California del Sur, donde se licenció en 1916. Tras separarse de su marido, comenzó a ejercer la abogacía en Los Ángeles en un campo por el que prácticamente nadie se interesaba, el de las mujeres más desfavorecidas. Llevó, de manera gratuita, más de 2.000 casos de prostitutas, y logró que se condenara también a los clientes, que hasta aquel momento no eran acusados, cayendo toda la responsabilidad en las chicas. También defendió a mujeres víctimas de malos tratos, y mostró un raro interés especial por las condiciones personales de sus defendidas.
Tras su paso por un bufete, en 1921 la administración del presidente Harding la fichó para incorporarse como ayudante del fiscal general, el mayor cargo alcanzado hasta entonces en el Gobierno por una mujer. En plena era de la Ley Seca, se encontró con una institución víctima de la corrupción y los manejos políticos, que se encargó de modernizar. Cuando entró tenía tres personas a su cargo; cuando se fue en 1929, un centenar. Aunque no creía personalmente en la Prohibición, fue una apasionada defensora de la ley, y durante el tiempo que estuvo en el cargo, no probó ni una gota de alcohol.
Una tarea matemática
Como dice Bryson, "a Willebrandt se le iluminó la bombilla: los gángsteres siempre eran ricos y ostentosos, pero nunca hacían la declaración de la renta". Por eso, puso sus ojos sobre un contrabandista de Carolina del Sur llamado Manley Sullivan. En su departamento, abundaban quienes decían que era algo imposible, porque beneficiarse de una parte de las ganancias de los gángsteres haría al Estado cómplice. El juez del tribunal de apelación federal Martin Thomas Manton se opuso especialmente a esa estrategia.
A pesar de todos los problemas, el 16 de mayo de 1927 comenzó en el Tribunal Supremo el juicio "Estados Unidos contra Sullivan, 274 EE.UU. 259". Y Willebrandt, contra todo pronóstico, lo ganó. Poco después, y con ese precedente, fue posible que Eliot Ness y sus intocables, ahora sí, detuvieran a Capone (Manton, curiosamente, fue condenado una década después por no pagar impuestos derivados del dinero ingresado por unos sobornos). En el tiempo que aún le quedaba en la Fiscalía General, la triunfante ayudante del fiscal recomendó al joven J. Edgar Hoover para que se pusiera al frente del FBI, fomentó la adopción de programas de educación en las cárceles, y la mejora de las condiciones de las prisiones femeninas, en un momento en el que ser reclusa era doblemente ignomioso.
La ayudante del fiscal promovió la educación en las cárceles y la mejora de las condiciones de las prisiones femeninas
Creyendo que Herbert Hoover la premiaría cuando llegara a la presidencia, hizo una gran campaña a su favor, llegando a participar en campañas difamatorias contra su rival demócrata, aliándose incluso, ella que era republicana progresista, con la derecha religiosa y el Ku Klux Klan. Sin embargo, cuando finalmente llegó a la Casa Blanca, Hoover no cumplió su promesa de hacerla fiscal general, o incluso juez, y Willebrandt dimitió. Si hubiese sido hombre, hubiese sido contratada inmediatamente en Wall Street, pero en su caso tuvo que limitarse a volver a ejercer la abogacía. Y le fue muy bien: curiosamente, llegó a cuidar de los intereses de los fabricantes de uva, e incluso de antiguos contrabandistas, pero pronto descubrió el filón del mundo del cine y de la aviación. Louis B. Mayer, Amelia Earhart, Clark Gable o Jean Harlow estuvieron entre sus clientes. Willebrandt murió en 1963, a los 73 años de edad.