Se ha repetido tantas veces, que ya se ha convertido en un tópico: un día como hoy de 1938, un joven Orson Welles (tenía por entonces sólo 23 años) aterrorizó a todo un país con la transmisión radiofónica en directo de una supuesta invasión marciana que, curiosamente, seguía muy de cerca el guión establecido cuarenta años antes por el británico H.G. Wells en su grandiosa La guerra de los mundos. Los apabullados radioyentes escucharon cómo boletines de urgencia interrumpían la emisión de un programa de música de baile para hablar primero de unos extraños fenómenos vistos en Marte, y de la posterior llegada de un meteorito que en realidad era un artefacto extraterrestre del que surgían repulsivas criaturas que emprendían la conquista de Estados Unidos armadas con un rayo calórico y un gas asfixiante.
Las consecuencias de esa hora de retransmisión son conocidas: muchos oyentes hicieron caso omiso a las advertencias de que se trataba de un relato de ficción, y cayeron en el pánico. Miles o decenas de miles, incluso 1,2 millones, según las fuentes. Se habla de que salieron a la calle, que colapsaron los servicios de emergencia llamando aterrados para denunciar el ataque marciano, y que incluso hubo que registrar un número indeterminado de suicidios. En la atmósfera de psicosis por los vientos de guerra que soplaban desde Europa, el montaje del Mercury Theatre de Welles habría cristalizado el miedos por lo que podría traer el futuro en la más fantástica y alucinada de las amenazas, la de la invasión por parte de una despiadada raza alienígena.
Ficción creíble
En realidad, la valoración del impacto de la transmisión sufrió en cierta forma la retroalimentación del impacto y la genial capacidad de Welles para convertir una historia que consideraba aburrida (¿a quién le podía interesar el relato de la destrucción de Inglaterra, donde se situaba la novela original?) en algo que pudiera conectar con el oyente medio estadounidense.
Seis días antes de la emisión, pidió a su guionista Howard Koch que hiciera los cambios necesarios para transformarla en una historia americana. Al parecer, el lugar del impacto del meteorito se estableció dejando caer un lápiz sobre un mapa de Nueva Jersey (el lugar elegido fue Grovers Mill), y la novela se adaptó con gran genialidad: líneas enteras de la prosa de H.G. Wells se convirtieron en crónicas de los reporteros que iban narrando la destrucción, explotando como nunca antes las posibilidades que ofrecía la radio, un medio recién desembarcado en su vertiente comercial, para crear una ficción con apariencia de realidad.
Hoy sabemos que los cientos de miles de aterrados fueron muchos menos y que el aluvión de llamadas incluía también las de la gente que simplemente preguntaba si aquello era real, sin caer en la histeria. Pero lo que sí resulta indiscutible es que, después de la emisión, se demostró la capacidad de los nuevos medios de comunicación para intervenir sobre la realidad.
Juguetes de hoy
A nadie pareció importarle que en el propio prólogo de la emisión, donde Orson Welles adaptaba las icónicas líneas iniciales de H.G. Wells, situara la acción de lo que estaba a punto de narrar un año después en el tiempo, el 30 de octubre de 1939, en un momento en el que supuestamente habría desaparecido el peligro de la guerra y todo el mundo volvería a tener trabajo en Estados Unidos tras una década horrible de depresión: evidentemente, Welles no demostró gran capacidad profética, aunque es de suponer que en realidad no era ésa su intención.
Fuera cual fuera el alcance real del pánico, lo cierto es que la emisión de La guerra de los mundos se convirtió en un trampolín no sólo para Orson Welles quien, convertido en la gran promesa del mundo del espectáculo, se lanzó a la producción de su emblemática Ciudadano Kane, considerada por muchos la mejor película de la historia, pero que contenía en su interior la semilla que terminaría expulsando a su creador de la industria.
El propio Koch probablemente utilizó su experiencia en la emisión para trabajar en el guión de Casablanca, una cinta en la que es bien conocido que hubo innumerables cambios en el libreto y la necesidad de ir adaptándose sobre la marcha a ellos.
Lo que sí consagró Welles fue la capacidad evocadora de pesadilla que tiene la obra original de H.G. Wells, y que sigue conservando incluso en nuestros días, cuando las invasiones alienígenas en todo tipo de soportes hace tiempo que se cuentan por miles. Y sin embargo, aquella aún primitiva, en la que el autor británico hizo que los marcianos se trasladaran en unos inquietantes trípodes simplemente porque la aviación aún no se había inventado, sigue manteniendo una frescura y una potencia únicas. Y en cuanto a la capacidad de crear bulos, divierte pensar qué habría hecho Welles si hubiera tenido a su disposición los juguetes tecnológicos con los que contamos en nuestros días.