Es martes, llueve en Madrid. Observando el edificio que la Real Academia de la Lengua exhibe en el Paseo de la Castellana, uno detiene su atención en las vetustas columnas que sostienen los cimientos de la Docta Casa con firmeza, oponiéndose al paso implacable de los años. Hay una dignidad y una elegancia impropias de esta austera época arquitectónica en esas columnas, heredadas de aquella importancia que los gobernantes del XVIII le otorgaban a la cultura (sí, hubo una época en la que los gobernantes se preocupaban por la cultura).
Ese mismo uno no puede dejar de trazar el paralelismo entre esa eficacia atemporal y ciertos rincones de la Academia cada día más obsoletos. Especialmente sucia, se sigue diciendo el paseante, parece la esquina desde la que el DRAE, diccionario encargado, como todo lo académico, de limpiar, fijar y dar esplendor alrededor de nuestra lengua, recoge los términos que son correctos según la norma.
Entre las páginas de la RAE nos topamos con términos en desuso, códigos indescifrables que se perderán cuando el maremoto lingüístico de moda se esfume
No será ese paseante que ahora se refugia de la lluvia el que diga que la Academia es una institución anacrónica e inservible, Antonio de Nebrija me libre. Hay entre las páginas de su diccionario, haciendo honor a su estilo arquitectónico, una cierta labor necesaria y eficaz. Sin embargo, la suciedad a la que se hacía referencia aparece cuando también entre sus páginas nos topamos con términos en desuso, códigos indescifrables que se perderán cuando el maremoto lingüístico de moda se esfume. Por eso es de justicia reflejar, en este texto o en otros, esos términos que nuestros hijos y nietos leerán con espanto. He aquí una humilde contribución a tan noble causa. Por mucho que sea martes y siga lloviendo.
Bailongo
La Academia define así el concepto: “Persona muy aficionada al baile y que lo practica con frecuencia”. Este que firma el texto ha cumplido sus treinta primeros años y puede decir con orgullo que nunca se atrevería a utilizar este palabro. ¿Es que lo ha utilizado alguien más allá de la transición?
Cederrón
Pasarán los años y el contenido digital se almacenará en distintos soportes hasta que lo llevemos en, vaya usted a saber, por ejemplo, la sangre. Será entonces cuando los hispanohablantes acudan al diccionario y se encuentren con esta entrada, obsoleta desde el lejano 2010, que rezará: “Disco compacto que utiliza rayos láser para almacenar y leer grandes cantidades de información en formato digital”.
Chupi
En algún remoto y oscuro lugar de nuestra historia reciente, este término se utilizó para hacer alusión a lo bien que el hablante se lo pasaba en determinadas circunstancias. Por suerte, hace ya muchos años que nadie se lo pasa chachi (o chachi-piruli, en su versión avanzada) por lo que la definición de la RAE (“Muy bien o estupendamente”) pierde ya su razón de ser.
Biruji
De nuevo vuelve a interponerse entre el término y el conocimiento del que escribe estas líneas la poderosa barrera de la edad. ¿Es posible que un tipo nacido en 1986 no haya escuchado jamás este término? Me confiesan amigos de edad provecta que, por dictados de una moda pasajera, antaño se tenía biruji en lugar de frío (“Viento frío”, dicta la RAE). Por suerte, el concepto desapareció tan rápido como un tifón.
Guay
Este término será, quizás, el que con mayor dignidad resista la tiranía del paso del tiempo de todos los aquí presentes. La Academia lo incluye en su diccionario junto al significado “Muy bueno, estupendo”. Eso sí, hay en él una tendencia clara a la extinción, y este peligro perseguirá para siempre a dicha entrada en el diccionario.
Molar
Molar es otro de esos términos que resiste como puede los envites de una moda lingüística caducada. "Gustar, resultar agradable o estupendo", así confiesa la RAE su significado. Si a esta expresión le añadimos el también agonizante aunque éste sí no reconocido "molar mazo", podrás viajar a los noventa sin moverte del párrafo.
Guateque
Escuchar esta palabra y retroceder al tardofranquismo acompañado de la sintonía de “Cuéntame” es todo uno. Cuando pensábamos que no podríamos encontrarnos con nada tan simbólicamente viejuno como la aceptación del término, apareció la RAE para, con la redacción del significado, superarse: “Fiesta casera, generalmente de gente joven, en que se merienda y se baila”. Modernidad.
Sostén
La RAE define este objeto como “Prenda interior femenina para ceñir el pecho”. Lo que en el siglo XXI es un sujetador, hablando en plata. En el plano de la ropa interior también corren un serio peligro de extinción “slip”, “enagua”, “culero”, “calzas” o “escarpín”.
Telefonazo
Es cierto que, sea cual sea la fecha que el lector elija para enfrentarse a este texto, todo lo que tenga que ver con la telefonía y sus derivados no contempla nada que se aleje un par de años. No obstante, es probable que dada la cantidad de canales por los que hoy enviamos un mensaje, el clásico y romántico “telefonazo” (según la RAE: “Llamada telefónica”) se pierda en este mar de “wasaps” y “tuits”.
Walkman
Es inevitable volver a recurrir a la edad para explicar que la desaparición de este término provoca una melancolía especial aquí dentro. “Reproductor portátil de casetes provisto de auriculares”, reza la entrada en el DRAE. Sólo los que hemos soportado el peso del armatoste en nuestro bolsillo, esperando media hora para rebobinar el casete (otro término en peligro), sabemos lo que se siente. Descanse, como el resto de vocablos, en paz.