"Soltera", como tantas otras palabras, arrastra una connotación negativa que no se contagia a su homólogo masculino, porque "soltero" sigue sonando a "de oro". Aquí está el hombre resultón y graciosamente impúdico que no se deja atrapar -otra idea tradicional y machista-, pero que va olisqueando las flores a su paso hasta conocer a una mujer por la que merezca la pena cambiar. España le ríe las gracias y le brinda comprensión a ese espécimen bribón mientras, con la otra mano, acaricia el lomo de la descorazonadora soltera patria, que anda ya agobiada con el reloj biológico y se arregla como mocita de pueblo, no sea que se quede para vestir santos. Más allá de los tonos falocentristas del lenguaje, la palabra "soltero" ya tiene tela desde su raíz tramposa, porque viene del latín solitarius y significa "solitario, aislado".
En el imaginario popular ya está ligado indisolublemente el estar "soltero" con el estar "solo" emocionalmente -no espacialmente-, como si el no tener pareja -monógama, formal- le abocase a uno a una frustración misántropa que le exime de amigos, familia, sexo esporádico, compañeros de trabajo o vecinos.
En esta faena lingüística salen peor paradas las mujeres, claro, porque al final queda el poso de que el soltero lo es por vocación y la soltera porque no le ha quedado más remedio. Para guerrear contra esto último está A solas (Planeta), de Idalia Candelas, una diseñadora gráfica mexicana que mutó a ilustradora de puras ganas: el libro surgió cuando se mudó de Ciudad de México a Agua Dulce y allí, a las orillas del mar, se puso a reflexionar sobre la vida en soltería.
El estigma de ser soltera
"En México hay muchos prejuicios", cuenta Candelas a este periódico. "No importa lo exitosa que pueda ser una mujer en su profesión, porque por lo primero que te preguntan es ¿por qué no te has casado, por qué no tienes hijos? Parece que debe haber algo mal detrás de todo eso". ¿Qué diferencias percibe entre su país y España? "En México seguimos escondiéndolo como si fuera malo que todos se enteraran de que eres soltera, y en España hay muchas más mujeres que no tienen problema en decirlo. He llegado a esa conclusión porque una gran parte de mis seguidoras por redes sociales son de España y Estados Unidos, y me escriben diciéndome 'yo vivo de esta manera, yo me identifico".
Si las mujeres tenemos más miedo a la soledad que los hombres es porque cargamos con los juicios del resto y con nuestros propios prejuicios
Idalia retrata la vida secreta de la mujer que vive sola y todas las texturas de ese estado: la dibuja desnudándose en la cocina porque "cada rincón de su casa es su espacio más íntimo", bañándose, cocinando, guardando zapatos, reordenando sus libros, fumando en la mesa, estirándose feliz en la cama deshabitada. "Se nos han olvidado la cantidad de cosas que podemos disfrutar de hacer solas. Si las mujeres tenemos más miedo a la soledad que los hombres es porque cargamos con los juicios del resto y con nuestros propios prejuicios", sostiene. "Nos han llenado de imágenes que nos dicen que tenemos que tener a un hombre a nuestro lado, y hemos asumido que esa es la única manera de estar bien".
La idea que propone la ilustradora sería hermosa y exquisita -la mujer fortalecida por una casa individual- si no fuera porque el sabor de boca que va dejando el libro es otro: el de la pugna constante contra sí misma y sus ganas de estar con alguien más, el de buscar entretenimientos absurdos para acallar los pensamientos, el de recordarse una y otra vez que está bien así, que mira cómo se tira en forma de estrella en el colchón, que este silencio le gusta.
Canciones, bebidas, velas y una obsesión absoluta por la decoración llenan la vida de esta mujer soltera, que se pasa el día concentrada en nimiedades para no darse cuenta de que lo está
Total: que A solas acaba siendo una ristra de consejos banales para paliar una "soledad" que se dice elegida, pero habría que verlo. Canciones, bebidas, velas y una obsesión absoluta por la decoración llenan la vida de esta mujer soltera, que se pasa el día concentrada en nimiedades para no darse cuenta de que lo está. Un autoengaño muy raro que muta en la autoayuda. Un decálogo improvisado contra las ansias de levantar el teléfono.
Aprender a disfrutar de uno mismo
"Recorro la habitación con la mirada. Y recuerdo la puntual recomendación de no atraer la soledad con fotografías en las que esté sólo yo", escribe la ilustradora. Ahí empieza a notarse el agobio. También lo transpira Candelas cuando repite varias veces durante la conversación la fórmula "aprender a disfrutar de vivir sola". Ya se sabe que todo aprendizaje tiene algo de doloroso, de crisálida rota: se echa de menos que el goce de estar con uno mismo sea natural y fluya, no que haya que ir asumiéndose a trancas y barrancas. No hay una reivindicación real de la vida individual, sino, más bien, un convencimiento progresivo.
Con todo, el extracto que se carga el libro es en el que la autora rememora un desengaño amoroso. Uno piensa: "ah, aquí estaba el pastel". La soledad -en cuanto a espacio físico se refiere- no era más que una huida. "Todavía recuerdo esas noches en que te esperé con rosas en el florero", escribe. "Abro los ojos cada día y ahí estás tú: en el estudio mientras dibujo; en el libro que dejaste y cuyas páginas nunca termino; en el rostro de aquel muchacho que se cuela entre la gente... y que de frente me devuelve a la realidad de tu ausencia".
A A solas se le olvidan los placeres explícitos de vivir sin nadie. Se pierde en lo teórico y en lo circunstancial de los objetos. No habla de la masturbación, del mirarse en el espejo, del decidir quién entra a casa y quién duerme contigo, de la toma unilateral de decisiones, de los tiempos de lectura, de la responsabilidad que supone el no poder echarle la culpa a nadie más del desastre doméstico. De cómo favorece a la esfera profesional femenina el no tener que convertirse en la sirvienta de nadie. De dinamitar por fin los pánicos viejos que sólo aparecen cuando no se está acompañado. De lo único importante, en realidad, de vivir sin nadie: desaprenderse. Conocerse después. Explorarse. Soportarse. Excitarse. Encontrar el sitio. Amarse mucho, mucho, y solo.