Ciudades diseñadas para el sexo, camas redondas, un salón de literatura erótica, una pista de baile en la que excitarse, un cuartito para ver películas porno, un salón del siglo XVIII, con un suelo donde hay escritas pistas para seducir a una joven… La lista de utopías sexuales, sexografías y refugios libertinos que se puede ver en la muestra 1.000 m2 de deseo alcanza la cifra de 250, entre dibujos, maquetas, instalaciones, audiovisuales y libros. No es una exposición que habla de una sexualidad normativa, sino de fantasías, de espacios de libertad públicos o privados y de la forma en que éstos han condicionado las prácticas sexuales en Occidente desde el siglo XVIII hasta nuestros días.
Exploramos los siglos XVIII y XIX, en los que la revolución tuvo un carácter más sexual, mientras que en los siglos XX y XXI, fue más social
“No se puede explicar la contemporaneidad sin hablar de sexo”, explica Vicenç Villatoro, director del Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Con esa frase justifica una ambiciosa exhibición, que durará hasta el mes de marzo y en la que colaboran varios museos, entidades y artistas. Fue una presentación muy concurrida, en la que había igual número de hombres que de mujeres de edades variadas, y que sirvió para comprobar que la palabra “sexo” atrae hoy tanto como hace más de dos siglos, cuando según una de las comisarias, Rosa Ferré, se inventó el concepto de intimidad.
“Esta muestra no habla de rascacielos como símbolos fálicos, ni sobre si una arquitectura es más o menos femenina porque tiene curvas.” Efectivamente, 1.ooo m2 de deseo no es una exposición sobre lo evidente, ni es frívola y quien vaya a verla creyendo que va a un sex-shop que se olvide. “Exploramos los siglos XVIII y XIX, en los que la revolución tuvo un carácter más sexual, mientras que en los siglos XX y XXI, fue más social”, completa Villatoro. Lo que explora la muestra es el papel del deseo en la sociedad, cómo los espacios de resistencia a las normas son necesarios para avanzar y de qué manera la arquitectura también ha creado estereotipos de género.
La sexualidad, contrato social
La exposición no sigue un orden cronológico pero en la forma es como el sexo ortodoxo: empieza con unos preliminares que muestran planos de ciudades y hogares pensados para el placer y acaba con un orgasmo, el que describe el artista escocés Momus cantando en una pantalla. Entre lo uno y lo otro, una enorme selección de lugares para el sexo: sofás, camas, habitaciones, comedores, piscinas, parques, discotecas, lavabos o cocinas.
La primera parte, Utopías sexuales, se centra en esas creaciones o fantasías, pues algunas sólo fueron esbozadas. La casa de los placeres, de Claude-Nicolas Ledoux es un ejemplo: un edificio pensado para una ciudad en la que vivirían trabajadores de una salina. La ciudad se empezó en 1774, pero no el hogar y todo el proyecto se fue al traste con la llegada de la Revolución Francesa. “A través de la sexualidad se empezaba a reclamar un nuevo contrato social”, explica Ferré.
Ledoux no fue el único en imaginar espacios de este tipo. En 1.000 m2 de deseo también se puede ver el Centro de Entretenimientos Sexuales que Nicolas Schöffer creó en 1957 y que forma parte de su proyecto de Ciudad Cibernética. Creado al calor del Grupo Internacional de Arquitectura Prospectiva, la recreación que se ha hecho en el CCCB es un centro multimedia del placer con espejos deformantes, músicas envolventes y vídeos con cuerpos semidesnudos. Una sala en la que, además, se liberan perfumes para excitar al visitante.
Sexo en lugares públicos
En la parte dedicada a los refugios libertinos se incluye una sala decorada como un salón del XIX en el que sentarse en penumbra a leer cuentos de temática erótica u observar, a través de pequeñas ventanas en la pared, el grabado del llamado Libro falso, datado en el siglo XVIII y de autor anónimo, en el que puede verse a un hombre masturbar a una mujer. El sonido es tan importante en esta sala como en toda la muestra.
Aquí son voces de hombres leyendo en francés y casi en susurro pasajes de los libros seleccionados por Marie-Françoise Quignard mientras que en la pequeña discoteca que firma Pol Esteve, lo que suena es música electrónica. En este caso, la reflexión mira a las raves como lugares en los que la sexualidad se desplaza y gracias a la luz, el volumen y las drogas el que baila tiene experiencias orgásmicas sin tener sexo.
Sexografías es la última sección y enseña obras de los siglos XX y XXI, que plantean un espacio público abierto al sexo. La obra fotográfica de Kohei Yoshiyuki, The Park, donde un hombre y una mujer hacen el amor mientras un grupo de hombres mira recuerda a una realidad reciente. Esto es arte, puesta en escena, pero transporta a la imagen de una pareja captada por las cámaras del metro de Barcelona teniendo sexo en un andén. Lo público y lo privado se relacionan, viene a decir esta muestra, y dice también que hay espacios que no están codificados para el sexo… hasta que se codifican.
También tiene un papel importante la sala de cine, pues como explica la experta Esther Fernández, cuando en los años se abrieron al porno, lo abrieron también a los ojos femeninos. Luego volvió al hogar, al consumo íntimo y hoy es Internet quien ofrece esas imágenes gratis y a un clic. En los últimos metros de los 1.000 dedicados a la muestra, un televisor que reproduce escenas de Garganta profunda puede verse tras una puerta verde que sólo se abre a medias y que, curiosamente, todo el que se asoma cierra con cuidado al ver a Linda Lovelace con un enorme pene entre los dientes.
Mujeres y arquitectura
Penes hay muchos en esta muestra, tantos como nombres importantes: Charles Fourier, Wilhem Reich, Adolf Loos, Carlo Molino, Pierre-Adrian Pâris…. Todos hombres. “Incluimos obras de arte de mujeres pero no hemos encontrado obras de arquitectura centradas en el tema de la muestra: espacios pensados para el sexo”, explicó Rosa Ferré.
Sí están artistas como Alexa Karolinski, Ania Solimano o Ursula Biemann y el de las muchas artífices que tiene esta exposición, entre quienes está Sabine Theunissen, diseñadora de la muestra experta en ópera, que ha dado unidad (y elegancia) a elementos muy diversos. Pero ninguna representante de la arquitectura.
También en la medicina o la cirugía le costó a las mujeres acceder pero no tanto como aún cuesta en la arquitectura
¿Es que a las arquitectas no les interesa el sexo? La comisaria de la parte dedicada a la revista Playboy, Beatriz Colomina, tiene una teoría: “También en la medicina o la cirugía le costó a las mujeres acceder pero no tanto como aún cuesta en la arquitectura, lo que demuestra que es una disciplina que ha absorbido muy bien las normas del patriarcado.”
Esta profesora de Historia y Teoría de la Arquitectura en la Universidad de Princeton cree que a pesar de ser un arte colaborativo aún existe la idea de que el resultado es cosa de un solo genio, casi siempre hombre. “Las mujeres han sido los fantasmas de la arquitectura”.
Si se le quitaran las conejitas sería una revista gay
“Este tema daría para otra muestra”, reconoce Colomina, alguien que siempre abre el foco de lo que analiza. Lo hace cuando critica y defiende al mismo tiempo la revista Playboy. “Si se le quitaran las conejitas sería una revista gay”, opina y añade que la publicación enseñó a los hombres a vestir, a decorar su casa e interesarse por una arquitectura que en los años cincuenta era vista en EEUU como una amenaza. “Visto en perspectiva era una revista progre: hizo campaña contra la pena de muerte, estaba a favor de la píldora… Todo eso hay que tenerlo en cuenta al juzgarla hoy".
Utopías sexuales
Esa complejidad también está en la muestra, que repleta de pollas, coños, escenas eróticas, voces sugerentes y olores sugestivos no se parece en nada a un sex-shop. En su recorrido indaga en las implicaciones sociales que tiene el sexo, en la manera en la que lo que se hace en casa se refleja en la sociedad y de qué forma la política marca lo que está bien y mal.
Fue un gran defensor de las mujeres y de los homosexuales y se ha olvidado
Por todo eso y para dar cuenta de las muchas capas que tiene cualquier comportamiento humano, las comisarias reivindican la figura de Jeremy Bentham, pensador del siglo XVIII a quien Michel Foucault fustigó en sus escritos por inventar el panóptico, una prisión perfecta en la que el vigilante lo ve todo sin ser visto y que sirvió al Marqués de Sade o Ledoux como punto de partida para crear sus utopías sexuales.
Rosa Ferré hizo referencia a esa arquitectura carcelaria pero también a otras facetas de Bentham. “Fue un gran defensor de las mujeres y de los homosexuales y se ha olvidado”, dice una de las responsables de una muestra donde hay mucho sexo y muy profundo.