En la década de 1920, el negocio del circo había alcanzado una dimensión nunca vista. En Estados Unidos, el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus había englobado los mayores shows que existían para ofrecer un espectáculo sin precedentes que atraía multitudes a lugares como el Madison Square Garden. El gigantesco tren en el que viajaba toda la troupe era un formidable convoy repleto de artistas capaces de hacer cosas increíbles y que, si su caché lo permitía, podían llegar a disfrutar de vagones con un lujo digno de reyes y zares.
De entre ellos, pocos podían superar a Mabel Stark, la gran adiestradora (ella lo prefería a "domadora") de tigres, que despertaba la admiración de todos encerrándose con hasta dieciocho felinos. El momento álgido de su actuación llegaba cuando uno de ellos, Rajah, se abalanzaba sobre ella, ponía sus enormes garras en sus hombros, la arrojaba al suelo y parecía que estaba a punto de devorarla. Muchos de los presentes se tapaban las manos con los ojos, incapaces de seguir viendo aquello, e incluso algunos valientes se levantaban para intentar socorrer a quien pensaban que corría peligro de muerte.
Pero no era así. El truco era que Stark había acogido y cuidado a Rajah cuando era un cachorro enfermizo y sarnoso, al que su propia madre desdeñaba y que, en circunstancias normales, habría muerto abandonado por los suyos. Bajo los cuidados de su dueña, que lo llevaba consigo como una mascota cualquiera, Rajah se convirtió en un hermoso animal que desarrolló una intensísima relación con ella. De hecho, como la propia adiestradora revelaría en unos escritos que se harían públicos de forma póstuma, lo que el público interpretaba como un cruel ataque, no era más que el cortejo y el intento de cópula del felino: el uniforme blanco de la mujer, una de sus señas artísticas más reconocibles, nació de la necesidad de disimular las manchas de semen del tigre.
Ése era el ejemplo más extremo, pero Mabel Stark mantuvo una estrecha relación con todos sus animales, a los que conocía uno por uno porque, como afirmaba, esos grandes felinos son como las personas: cada uno particular, y es imprescindible estudiarlos a fondo para saber cómo manejarlos. Igualmente, de su primer esposo, un domador húngaro llamado Louis Roth, aprendió a combinar las recompensas y los castigos: antes de ellos, lo único que conocían las fieras de los circos eran los palos.
Mabel Stark mantuvo una estrecha relación con todos sus animales, a los que conocía uno por uno porque, como afirmaba, esos grandes felinos son como las personas
Eso no evitó que sufriera varios ataques graves y multitud de otros más leves. De hecho, era un milagro que llegara a los casi ochenta años de vida. El más grave de todos ocurrió en 1928 en Bangor (Maine), cuando dos de los tigres le destrozaron la espalda, el brazo y le causaron horrorosas heridas. De hecho, sólo se salvó de ser devorada porque, como es habitual en esos animales, uno de ellos la alzó como un guiñapo sujetándola con las fauces para sacudirla a un lado y a otro, momento que ella aprovechó para sacar una pistola de fogueo que llevaba y asustarle disparándola ante su hocico.
Aquel ataque fue muy raro, porque la propia Stark hizo caso omiso de las precauciones más básicas: los tigres no habían comido en todo el día y estaban de mal humor porque habían viajado bajo la lluvia en jaulas descubiertas. Hay quien dice que buscaba morir devorada por los animales a los que tanto amaba, después de que su tercer (o cuarto, no está muy claro) marido, el único al que había querido realmente, hubiera muerto poco antes.
Stark se mantuvo en activo hasta casi el final. En 1933 hizo de doble de Mae West en la película I'm not Angel (1933), donde la diva interpretaba a una artista de circo, y apareció en King of the Jungle con sus majestuosos tigres. Pero terminó en un espectáculo de menor nivel de Thousand Oaks (California), Jungleland, de donde finalmente fue despedida en 1968. Tuvo que separarse de sus animales, y al poco tiempo uno de ellos murió por los disparos de los cazadores cuando se escapó del recinto. Aquello terminó de demoler el ánimo de Stark quien, en su autobiografía Hold the Tiger, había escrito: "la puerta del pasadizo se abre mientras golpeo el látigo y grito: '¡Déjalos salir!', salen los felinos rayados, gruñendo y rugiendo, saltando uno hacia el otro o hacia mí. Es una excitación incomparable, y la vida sin ella, para mí, no merece la pena”.
Pocos meses después, el 20 de abril de 1968, Mabel Stark se quitaba la vida en su domicilio. Las causas apuntan a una sobredosis de barbitúricos y, según algunas versiones, asfixia por gas. Tenía 78 años de edad, y todavía hoy es una de las personas que han sobrevivido a más ataques de grandes felinos de las que se tiene noticia.