Miguel Ángel Delgado (Oviedo, 1971) ha nacido para divulgar. Por eso escribió hace dos años Tesla y la conspiración de la luz, por eso ha vuelto a la ciencia como caldo de cultivo para publicar Las calculadoras de estrellas (también en Destino), el relato de las mujeres que tuvieron un papel protagonista en los mayores descubrimientos astronómicos de nuestro tiempo. Aunque la Historia las borrara del mapa (de las estrellas). Precisamente por ello, el autor devuelve el foco a quien le pertenece. Empezando por Maria Mitchell (1818-1889), la mujer que abrió el camino al resto, la primera astrónoma de América, primera mujer en la Academia Norteamericana de Artes y Ciencias, profesora de Astronomía en Vassar College… La responsable de construir puentes de acceso entre la mujer y los estudios superiores.
El mundo, a finales del siglo XIX, era un lugar por descubrir, el mejor de los mundos para que la imaginación y la curiosidad de los científicos no pudieran saciarse nunca. La moderación era debilidad. “La astronomía no sólo les acercaba el cuerpo material del que estaban hechos los astros. También su alma. Gabriella no pudo evitar sentir un estremecimiento en su interior mientras, fascinada, seguía pegada al visor, admirando aquel paisaje extraño, frío y fascinante”, cuenta el narrador de esta historia de superación.
“La astronomía no sólo nos permite ver la imagen de los cuerpos del cielo”, le explica Mitchell a la pequeña Gabriella. Porque de hecho, la astronomía es el recurso con el que Delgado hace foco y acerca al lector los problemas de una sociedad cerrada y machista. Clasista y racista. Era el mejor de los mundos para los científicos, el peor de ellos para prosperar como científica.
Siempre auditada por los hombres, en sus viajes, en sus estudios, en sus investigaciones, en sus descubrimientos, la vida y obra de Maria Mitchel era novelable. Apta para una película. Los diarios de la científica le sirven al autor, y colaborador de este periódico, para levantar una narración histórica cercana y muy humana. Cuenta que en sus anotaciones periódicas y en su correspondencia, sorprende la modernidad con la que se expresaba.
La novela es un ataque en la línea de flotación de los estereotipos que disfrazan la verdad, que perturban la Historia. El libro es una declaración de intenciones contra los manuales que hacen de los nombres importantes, agujeros negros. “Los libros son una herramienta de cambio social”, dice Miguel Ángel durante la conversación. Los libros normalizan las rarezas y hacen rara la normalidad.
La suma de pequeños esfuerzos como el suyo, contra el menosprecio de la ciencia en femenino, reconstruyen una historia de la justicia. “Vivimos en un mundo cipotudo”, dice. “No podemos permitirnos menospreciar la mitad del género humano. No podemos prescindir de ellas. Necesitamos las mejores cabezas. La ciencia es sexy, como cualquier cosa inteligente”.
En las últimas páginas del libro denuncia la facilidad del acceso a los estudios de la mujer hoy, pero sin el apoyo social que permite a la mujer seguir su camino al margen de su sexo. “Hoy hay cráteres en la luna, asteroides, monumentos y placas que recuerdan sus nombres, pero en un momento en el que nuestro sistema educativo parece diseñado para disuadir a la mujer de adentrarse en el camino de la ciencia, reivindicar su nombre parece más importante que nunca”. Hágase su voluntad.