El escritor británico Julian Barnes dedicó su última novela, El ruido del tiempo (Anagrama) a abordar la lucha entre el compromiso político, la fama y el impulso creativo de Dimitri Shostakóvich, el más conocido de los compositores de la época soviética. Una confrontación que, sin embargo, no hizo mella en su alumna más destacada, Galina Ustvólskaya, quien consiguió algo muy meritorio en tiempos en los que quien no se plegaba al régimen tenía prácticamente imposible desarrollar una carrera artística. Pero ella lo logró, aunque al precio de una vida en gran parte anónima y de vivir prácticamente en la pobreza. Sólo en los últimos años de la URSS su nombre y su obra comenzó a ser reivindicada, y es ahora cuando sus piezas están empezando a formar parte del repertorio occidental.
Y eso que los comienzos de Ustvólskaya no podían ser más prometedores. Nacida en San Petersburgo en 1919, ciudad que sólo abandonó, ya con el nombre de Leningrado, cuando el conservatorio fue evacuado durante la Segunda Guerra Mundial, demostró un enorme talento que deslumbró a Shostakóvich, la gran figura del régimen, cuando le tuvo como maestro a partir de 1939. El compositor llegó a decirle que "no eres tú la influida por mí; más bien soy yo el influido por ti". En los años de su relación artística, llegó a enviarle material de sus obras en progreso para conocer la opinión de ella, y a incluir citas de composiciones de Ustvólskaya en alguna de sus piezas. Incluso le propuso matrimonio tras la muerte de su primera esposa, pero ella le rechazó y, más tarde, llegó incluso a negar que en su producción hubiera la más mínima influencia de su maestro.
Pronto Ustvólskaya se mostró como un espíritu inclasificable, lo que la llevó al ostracismo. Tras unos comienzos fulgurantes, el hecho de que su estilo no se atuviese a lo establecido por el régimen, que abjuraba de lo experimental e incomprensible por el gran público, pero sin llevarlo a un extremo que desencadenara su persecución, la mantuvo en un limbo en el que simplemente terminó desapareciendo. Acuciada por la necesidad económica, llegó a componer varias obras patrióticas, pero terminó revolviéndose contra ellas y gastando el dinero que no tenía en desplazarse a cualquier lugar, por remoto que fuera dentro de la URSS, para destruir toda partitura de esas obras de cuya existencia tuviera noticia. En los pocos manuscritos que se conservan de esos años, escribió al margen: "Por dinero".
En las décadas de los sesenta y setenta, ya prácticamente nadie la interpretaba, y ella continuó trabajando en una obra única, escrita para inusuales combinaciones de instrumentos (por ejemplo, su Composición número 2 está compuesta para piano, ocho contrabajos y un cajón de madera que asemeja un ataúd y es golpeado con mazas), llena de una particular espiritualidad ajena a la religión organizada (aunque afirmó que el lugar ideal donde deberían interpretarse sus obras eran las iglesias) y que llevó a un crítico de los últimos años soviéticos a definirla como "una voz procedente del 'agujero negro' de Leningrado, el epicentro del terror comunista, la ciudad que sufrió de forma tan terrible los horrores de la guerra."
"Agujero negro" fue una expresión que a ella le gustó, y así empezó a definir a su propia obra. Igualmente, siempre rechazó que se la destacara por ser mujer, y negó categóricamente que existiera nada que pudiera ser llamado "música para hombres" o "música para mujeres".
En la década de los ochenta, Jürgen Köchel, el director del famoso sello Sikorki, tuvo oportunidad de oír por primera vez sus piezas en un concierto en Leningrado. Impresionado, se hizo con sus derechos y así, tímidamente, su música empezó a oírse en Occidente. Aun así, la noticia de su muerte, en el 2006, fue conociéndose a través de los foros de internet, como una contraseña para iniciados, y no fue hasta que el crítico de The New Yorker Alex Ross diera la noticia que ésta se dio por oficial. "La mujer con el martillo", con un estilo capaz de concentrarse en un punto como la luz lo hace para crear un láser, o "la inevitabilidad con la que un asteroide golpea la Tierra" fueron algunas de las definiciones que se sucedieron para describir su estilo.
La obra de Ustvóskaya, cada vez más frecuente en el repertorio internacional, incluye cinco sinfonías, seis sonatas para piano y tres composiciones, que están empezando a otorgarle el lugar que nunca conoció en vida.