Andy Warhol la reconoció como su maestra. Y no sería exagerado añadir que muy pocos aparte de él habían oído hablar de ella cuando la descubrió en los museos neoyorquinos, aunque desde su muerte en 1944 ha habido varios intentos por reivindicarla. El último, la antología de su obra que hasta el próximo día 24 acoge el Museo Judío de Nueva York, bajo el título de Florine Stettheimer: Poesía de la pintura, y que de nuevo pone sobre el tapete otro nombre femenino que, sorprendentemente, se ha quedado fuera del canon.
Claro que, en este caso, no podemos hablar de una historia exactamente trágica. Steitthemer, nacida en 1897 en el seno de una rica familia de banqueros judíos, creció en un ambiente totalmente femenino después de que su padre abandonara a su madre y los dos hijos mayores se casaran. Junto a sus otras dos hermanas, que como ella permanecerían solteras, vivió con su madre primero en Europa y luego, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, en un lujoso apartamento en Manhattan con vistas a Bryant Park, donde las "Stetties", como serían conocidas en los ambientes cultos de la ciudad, ejercerían de insuperables anfitrionas de la élite artística.
La gran fortuna de las "Stetties", junto a la liberal visión de una madre que nunca les exigió buscarse un trabajo real o un marido, hicieron que Florine pronto encauzara sus pasos hacia la pintura. En Europa conoció la revolución que estaba viviendo el arte, pero también quedó deslumbrada por los maestros: una visita al Museo del Prado en 1912 le descubrió La maja desnuda de Goya, que le causó tal impresión que lo utilizó como inspiración para realizar un autorretrato suyo totalmente desnuda, A Model (1915-16), el primero del que hay constancia en la historia del arte.
Sólo expuso una vez, y el resultado fue un total fracaso: no vendió un solo cuadro. Se prometió a sí misma que nunca más volvería a ocurrir, y desde entonces prácticamente sólo mostró sus obras, salvo muy contadas excepciones, en las reuniones sociales de su apartamento, una de sus principales fuentes de inspiración. Fue esa falta de presión exterior la que le hizo desarrollar un estilo único, para unos modernista, para otros simbolista o, como posteriormente certificaría Warhol, antecesor de lo que luego sería conocido como pop art.
La aparente ingenuidad de su obra hizo que muchos no se la tomaran en serio, cuando en realidad sus cuadros daban testimonio de un nuevo tipo femenino poderoso y autónomo, que lleva a Florine a retratarse en Family Portrait II con su masculina ropa de faena complementada con llamativos zapatos rojos de tacón. Se atreve además con juegos meta-artísticos como en Studio Party, donde su autorretrato desnuda cuelga en una pared de su salón, sin que los invitados presentes (siempre nombres indispensables de la vida artística como Marcel Duchamp, Francis Picabia o Georgia O'Keeffe, críticos de arte o excéntricos diletantes, en un ambiente de absoluta liberalidad sexual) le presten atención, como si no comprendieran su importancia, mientras ella se parodia a sí misma repitiendo la misma postura ante el cuadro.
Con su fino sentido del humor retrata los lugares donde transcurre la vida de las élites: las tiendas de lujo, lo que ella llama las "catedrales" (Wall Street, la Quinta Avenida, Broadway), y con su estilo aparentemente infantil da un bofetón a la corrección social desplazándose en Asbury Park South a la parte de la playa reservada para los afroamericanos, donde sitúa una inexistente fiesta de integración en la que flappers blancas y negras bailan y festejan mientras las aristócratas burguesas las contemplan bajo las sombrillas que protegen sus delicados cutis.
Florine dejó a sus hermanas el encargo de destruir toda su obra, incluidos los poemas que hacía llegar a sus amigos, los diseños de vestuario para la ópera de 1934 Cuatro santos en tres actos, con música de Virgil Thomson y libreto de Gertrude Stein, e íntegramente interpretada por afroamericanos, y para un ballet de la compañía de Diáguilev que nunca llegó a interpretarse. Sin embargo, su familia desoyó sus ruegos, e incluso su hermana Ettie hizo una corta edición póstuma de su obra poética en 1949 bajo el título de Crystal Flowers, que no sería reeditada hasta 2010.
Tras la muerte de sus hermanas, la gran mayoría de sus cuadros se repartieron entre distintos museos e instituciones, como la Universidad de Columbia o el MoMA, donde Duchamp impulsaría la primera retrospectiva en una fecha tan temprana como 1946. Y aunque a ésta siguieron unas pocas más, más o menos cada dos décadas, el ascenso del arte abstracto y la ausencia de obras de Florine Stettheimer en el mercado hicieron que su nombre cayera prácticamente en el olvido. Estos días vivimos un nuevo intento de devolverla al lugar que le corresponde.