Fue en el Concilio de Trento (1545-1563) donde se tuvo que poner freno a todas las prácticas adúlteras que se venían registrando en las iglesias. No solo se oficiaba misa en estos lugares sagrados, entendida como una reunión comunitaria que favorecía las relaciones sociales, sino que durante la Edad Media servían también como almacenes, salas de baile e incluso como punto de encuentro para que los galanes conquistasen a las damas.
Así lo documentan algunos escritos de la época, como uno de Fernando Santos, datado a principios del siglo XVII: "Estos lindos todos juntos aguardan una misa breve, y ya hartos de murmurar se componen el pelo y tientan la golilla; luego se componen la ligas (...), luego miran a todas partes, en particular donde hay damas". El escritor Juan de Zabaleta aseguraba en aquel entonces que los templos religiosos eran el hábitat ideal para los conquistadores de hembras, quienes entraban "mirando a las mujeres por ambos lados", mientras estas se hallaban "holgándose de ser miradas".
A las cortesanas que acudían a las iglesias también les iba el jugueteo, y encontraban en los adúlteros su pareja perfecta: "Oyen misa alegres y obstinados en su culpa. Hácele la mujer la seña convenida para que se vean en la parte que suelen. Él atiende gustoso y hace, casi invisible, los ademanes de la obediencia. Ella toma el camino de su casa contenta de haberlo visto; él sale de la iglesia deseando de que llegue la hora señalada de ir a ejecutar sus mal sufridos deseos".
Otro ejemplo más: en Madrid, en 1690, se prohibió que los hombres ofrecieses agua bendita a las mujeres a la salida de las iglesias para citarse disimuladamente con ellas. Según un artículo publicado en National Geographic, algunos moralistas reclamaron que los templos religiosos fuesen consagrados de nuevo si alguien había mantenido relaciones sexuales en su interior.
La España del Siglo de Oro estaba plagada de personas en las iglesias, pero pocas de estas eran practicantes de forma activa. Al francés François Bertaut le sorprendió "la falta de devoción de algunos y su mascarada religiosa. Nada es más risible que verlos en misa con grandes rosarios colgados del brazo, cuyas cuentas van pasando sin dejar de enterarse de cuanto ocurre a su alrededor, y pensando muy poco en Dios y en su sacrificio".
El historiador Juan Álvarez de Colmenar aseguraba a principios del siglo XVIII que las mujeres de la nobleza "van a la iglesia, y hay quien oye doce misas al día. Pero muchas veces no van allí por Dios, sino en busca de citas y galanteos, y durante la misa hablan de sus galanes con los ojos, lenguaje que los españoles entienden maravillosamente".
Noticias relacionadas
- Unos bárbaros sin cuernos: desmontando el mito de los cascos de los vikingos
- La historia desmonta a Drácula: el asesino no era de Transilvania
- Felipe II, el rey que obsesiona a Sánchez: era un frígido que escondía desnudos de Tiziano
- El misterioso nacimiento de Cristóbal Colón: ¿por qué ocultó su origen?