España en la Gran Guerra: del mediador Alfonso XIII a las llamas en Cataluña
- El monarca creó una oficina para socorrer a las víctimas de la contienda, de ambos bandos. En Cataluña la guerra se sintió, y mucho.
- Mordor fue real: la batalla de la I Guerra Mundial que inspiró a Tolkien
- La sucesión de disparates en el magnicidio con el que estalló la guerra
Noticias relacionadas
- La sucesión de disparates en el magnicidio con el que estalló la I Guerra Mundial
- El plan de Churchill para conquistar los Dardanelos que terminó en masacre
- Mordor fue real: la batalla de la I Guerra Mundial que inspiró a Tolkien
- Soldados, espías y pioneras: diez mujeres que cambiaron el curso de la I Guerra Mundial
Como el resto del mundo —y como sucedería durante todo el siglo XX—, España también quedó dividida en dos: germanófilos y aliadófilos. Sin embargo, la posición oficial del conjunto del país desde que estalló la Gran Guerra el 28 de julio de 1914 fue de "estricta neutralidad". ¿Cómo iba a tomar bando el rey Alfonso XIII si su madre, la reina María Cristina de Habsburgo, tenía dos hermanos rebozándose en el barro de las trincheras austrohúngaras y su mujer, Victoria Eugenia de Battenberg, británica de nacimiento, perdió a un hermano en el frente de Yprés?
En esa complicada coyuntura familiar, el monarca español se reveló en una suerte de pacificador en la Europa que se desangraba en las trincheras. Evitar la gran masacre que se avecinaba fue una de sus grandes obsesiones y la única manera posible para lograrlo consistía en mediar entre las potencias centrales y las aliadas tanto a nivel diplomático como humanitario. En ese contexto nació la Oficina de la Guerra Europea, creada por iniciativa del rey y que dependía directamente de su secretaría particular. ¿El objetivo? Socorrer a las víctimas de la guerra sin importar el bando que defendían ni su rango militar o civil.
Al principio, en 1915, la oficina estaba formada por un reducido grupo de seis personas. Una nota de agradecimiento publicada en un periódico local francés, La Petite Gironda, a la labor humanitaria del despacho de Alfonso XIII se reprodujo en toda la prensa internacional y desde aquel momento una lluvia de cartas reclamando ayuda inundó Madrid. En total, se abrieron más de 200.000 expedientes de los cuales 140.000 se correspondían con soldados. El volumen de trabajo aumentó tanto que la plantilla se amplió hasta las 48 personas, entre ellas varias mujeres, las primeras que ejercieron trabajos administrativos en las oficinas del Palacio Real.
Una de las misivas que se pueden leer en la exposición Cartas al Rey. La mediación humanitaria de Alfonso XIII en la Gran Guerra fue la de Sylviane Sartor, una niña francesa de ocho años: “Majestad, mamá llora a todas horas porque su hermano está prisionero. Acaba de recibir una postal que dice que morirá de hambre. Majestad, si quisierais enviarle a Suiza… porque mamá va a enfermar con seguridad. Majestad, os lo agradezco por adelantado”. El monarca español le respondió: “Querida señorita, yo procuraré lo mejor que pueda hacer para que su mamá no llore; por lo tanto, tenga la bondad de darme precisas noticias de su tío para que yo pueda enterarme de su estado".
La labor humanitaria de Alfonso XIII osciló desde tratar de suspender las condenas a muerte de los soldados franceses o alemanes y de civiles —se calcula que sus peticiones salvaron a casi un centenar de personas—, mediar en canjes o intercambios de prisioneros o conseguir que estos reclusos pudieran mantener contacto con sus familias. Incluso trató de salvar al zar ruso Nicolás II y a su familia, apresados por los bolcheviques y asesinados posteriormente.
La guerra desde Cataluña
"Se nos presentaba evidentísimo que Europa se había encendido por los cuatro costados. Teníamos las llamas en la frontera". Así narra el escritor Josep Maria de Sagarra en sus memorias el ambiente que se respiraba en la Cataluña de la Macomunitat, con Barcelona como epicentro, durante la Gran Guerra. Las columnas de humo se fundían en el horizonte y el retumbar de los bombardeos volaba tenue hasta la Ciudad Condal, pero la contienda se coló en todas las capas de la sociedad catalana, lo impregnó todo: la política, la economía y el día a día de la gente.
Estuvo tan presente el desastre mundial en Cataluña, con continuos debates entre intelectuales y políticos favorables a los aliados o a los alemanes, que incluso antes de que los fusiles dejasen de recargarse se inauguró en el Tibidado en febrero de 1916 el Museo de la Guerra, donde se exponían las trincheras del frente y maquetas de tanques o aviones, así como un hospital de campaña, y se exhibían soldaditos de plomo y postales relacionadas con el conflicto.
La guerra también alteró los pasatiempos de los niños y niñas catalanas, quienes durante ese período coleccionaron cromos o leían cómics relacionados con las sangrientas batallas que se estaban desencadenando por toda Europa. También hubo quien en uno los carnavales de aquellos turbulentos años apostó por disfrazarse de tanque. Todos estos efectos de la Primera Guerra Mundial sobre la sociedad catalana se recogen en la muestra Flames a la frontera, que acoge el Museo de Historia de Cataluña desde hace unos meses.
A pesar de que tanto Cataluña como España se mantuvieron neutrales en todo momento, unos 12.000 voluntarios españoles, entre 400 y 800 catalanes, combatieron en las filas aliadas de la Legión Extranjera francesa. Hasta la línea del frente también se desplazaron algunos cronistas de guerra como Gaziel, de La Veu de Catalunya y futuro director de La Vanguardia, Eugeni Xammar, de El Día Gráfico, o Claudi Ametlla, redactor de El Poble Català. Pero una figura llama la atención por encima del resto: la de Ángela Graupera, la primera corresponsal de guerra femenina catalana de la historia. Escribía crónicas para el diario Las Noticias en sus ratos libres como enfermera de la Cruz Roja en el este.