La situación resultaba realmente paradójica: la ley permitía a las mujeres españolas ser parlamentarias, ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados, pero no podían ejercer su derecho a voto en las urnas. No existía en España a comienzos de los años 30 el sufragio femenino; una anormalidad democrática que hubiera sido imposible de solventar sin la figura de Clara Campoamor. La diputada del Partido Radical fue la abanderada del movimiento sufragista que logró ver aprobado en las Cortes, el 1 de octubre de 1931, el derecho de las mujeres a elegir a sus representantes políticos.
Pero hubo que esperar más de dos años, hasta el 19 de noviembre de 1933, para que esa imagen fuese real: el día que las mujeres votaron por primera vez en la historia de España. Al día siguiente, los periódicos se hacían eco de ese paso de gigante hacia la igualdad: "La participación de la mujer española en los comicios fue, indudablemente, la nota predominante de la jornada. En todos los colegio electorales excedió el número de electoras al de electores, y en algunos en proporciones enormes".
Casi siete millones de hembras fueron llamadas a las urnas el 19 de noviembre de 1933. Era la primera vez que podían alzar la voz en la configuración del Estado y respondieron de forma apabullante. Esos comicios fueron los segundos que se celebraban durante la II República y se saldaron con la victoria de las fuerzas de la derecha, integradas en la CEDA. Clara Campoamor vio su sueño cumplido, celebró su particular victoria, pero perdió el escaño que poseía por la provincia de Madrid.
El camino hacia la materialización del sufragio femenino, no obstante, había sido arduo; incluso contó con la oposición de Victoria Kent, una de las tres diputadas que integraban el Congreso en aquella legislatura (1931-1933), y quien defendía aplazar el reconocimiento del voto femenino hasta que las mujeres hubiesen atravesado "un periodo universitario y estuvieran liberadas de su conciencia". Campoamor, en su famoso discurso el 1-O de 1931, respondió que no se podía dejar a la mujer al margen de la República:
"¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? (...) ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres?".
Las elecciones de 1933 se saldaron con cinco mujeres diputadas: Margarita Nelken, —la única que revalidaba su escaño—, Veneranda García Blanco, María Lejárraga y Matilde de la Torre, todas ellas del Partido Socialista, y Francisca Bohigas, de la CEDA.
En el 85 aniversario de este acontecimiento, la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calmo, ha querido agradecer a "las miles y miles de mujeres que en condiciones muy difíciles pelearon por el voto. Mujeres feministas y progresistas que entendían que la democracia no era sin nosotros". "Conviene recordar siempre nuestro pasado para saber cómo construir nuestro futuro", ha señalado a través de un vídeo en Twitter en el que ha dedicado una mención especial a "la gran Clara Campoamor, a su combate político en las Cortes Generales para que se reconociera en la II República y en nuestra Constitución que las mujeres éramos ciudadanas con plenitud de derecho, con el derecho al sufragio".
Pero fue este derecho algo efímero, que las mujeres solo pudieron volver a ejercer, durante más de cuatro décadas, en una sola ocasión, en las elecciones de 1936 en las que triunfó el Frente Popular. Meses más tarde llegaría el golpe de Estado, la Guerra Civil y 40 años de dictadura. España y las mujeres no volverían a ver las urnas hasta los comicios generales de 1977, ya en democracia.
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