Las tardes de fin de semana las dedicaban Francisco Franco y su mujer, Carmen Polo, a ver películas en el salón del Palacio de El Pardo. Era una afición compartida. Pero, con el desembarco de la televisión en España, en 1956, el dictador ordenó instalar varios televisores en el complejo residencial para no perderse ninguno de sus programas favoritos. Había un formato predilecto: las retransmisiones deportivas. Sobre todo, los partidos de fútbol.
La década de los 50, con el aterrizaje de algunos de los mejores futbolistas de la historia —llegados con la etiqueta de refugiados húngaros— como Kubala, Puskas o Kocsis, significó el resurgir del fútbol español, cuya selección nacional logró el cuarto puesto en la Copa del Mundo de Brasil 1950. Tras derrotar a Inglaterra en la fase de grupos, a Franco se le informó de la victoria con el siguiente telegrama: "Caudillo, hemos batido a la pérfida Albión".
El fútbol se convirtió en esa época en “la droga social del régimen y derivativo de la pasión política", según explica Enrique Moradiellos en Anatomía de un dictador; y Franco, en palabras de Paul Preston, “comenzó a hacer suyos los triunfos de la selección española y el Real Madrid”, su equipo preferido, que, liderado por Alfredo Di Stéfano, encadenó cinco Copas de Europa consecutivas entre 1956 y 1960. La época dorada del madridismo.
Casi un millón de pesetas
La pasión que Franco desarrolló por el fútbol no se manifestaba únicamente en su asistencia al palco de los estadios, ni vibrando “como un forofo más” viendo la jornada liguera del domingo a través de los televisores de El Pardo; sino que también tomó la costumbre de jugar la quiniela todos los fines de semana en compañía de su médico de cabecera, Vicente Gil, Vicentón.
“Semanalmente”, explica Rogelio Baon en La cara humana de un caudillo, “el Generalísimo y su médico llenaban al alimón dos boletos, uno de ellos firmado [en los primeros años] como Francisco Cofrán (con las sílabas invertidas del apellido Franco) y otro confeccionado conjuntamente. En una ocasión obtuvieron un premio menor de 2.800 pesetas”. El verdadero pelotazo llegaría más tarde.
El fin de semana del 27 y 28 de mayo de 1967, la selección española tenía un compromiso en el extranjero: de ahí que se produjese un parón de la Liga. La quiniela, como sucede en la actualidad, no se interrumpió y en lugar de aventurarse con los resultados del Barça o el Madrid, el boleto se compuso con partidos de la 35ª jornada del Calcio, la competición doméstica italiana, como el Juventus vs Lazio o el Roma vs Fiorentina. En total, catorce encuentros y dos más de reserva.
El premio máximo se repartió, finalmente, entre los acertantes de 12 resultados, pues dos de los partidos tuvieron que ser suspendidos por diversas razones. Diez personas en toda España hicieron pleno y fueron premiadas con casi un millón de pesetas (6.000 euros), concretamente 900.333,10. Franco y Vicentón se encontraban entre los afortunados. La quiniela había nacido en 1946 y estaba administrada por el Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo-Benéficas, una "inspiración" del jefe del Estado.
El boleto de seis columnas que habían sellado por 24 pesetas estaba firmado con los nombres y apellidos del dictador. También registró su domicilio: El Pardo. "Comprobado el premio, lo cual causó al caudillo la misma alegría que un forofo, mandó a su ayudante Carmelo Moscardó a cobrarla y el boleto, como joya curiosa, lo conserva enmarcado el Patronato Nacional de Apuestas Mutuas", relata Rogelio Baon en su libro fechado en 1975.
Aunque los historiadores abrazan esta versión, Jacinto Pérez, exdirector comercial de Loterías y Apuestas del Estado, ofrece otra distinta en Historia de La Quiniela asegurando que a Franco le tocó la tercera categoría de los premios, la de diez aciertos, asegurando que fueron cuatro los partidos suspendidos y al haber errado el pronóstico de los dos de reserva.
Más anécdotas
“Resulta un poco difícil imaginarse a Hitler o Mussolini haciendo una quiniela”, reflexiona Paul Preston en Franco, su monumental biografía sobre el dictador, al analizar esta fiebre futbolística. Todos los historiadores que hacen referencia a su costumbre de sellar la quiniela hablan de, al menos, dos premios. Uno, el británico, también autor de La Guerra Civil española, lo establece en esa cifra; Moradiellos también cita "varios" o Baon, que relata alguna anécdota divertida más.
Durante una estancia en Albacete —en la casa de Mateo Sánchez—, el compañero de caza del dictador, Vicentón, se retrasó en acudir a la cena porque esperaba escuchar en la radio el último resultado que le completaba el pleno de catorce. Llegó al comedor sonriente, eufórico, con la alegría dibujándosele en el rostro, y explicó al resto de comensales el motivo de su demora.
Mateo Sánchez, envidioso de la fortuna del médico, le ofreció hasta 25.000 pesetas por el boleto premiado. Franco, que estaba presente en la conversación, le aconsejó que no aceptara: “Nada, la suerte hay que jugarla”. Dos días más tarde, al realizarse el escrutinio, se registró una multitud de quinielas con catorce aciertos. El bote estuvo tan dividido que Vicentón solo cobró 128 pesetas. Todo por seguir el consejo de Franco.
Las otras pasiones del dictador
A finales de la década de los años 60, resultaba habitual escuchar a los aficionados decir, al salir de los estadios, cosas como “Franco nos ha robado el partido”. Pero no se refería el respetable a la figura del dictador, sino a la del colegiado murciano apellidado igual que él: Ángel Franco Martínez, a quien no se le permitió pitar finales de Copa del Rey hasta la muerte del otro. Desde aquella, se conoce a los árbitros por los dos apellidos.
El balompié no sería la única pasión de Franco, aunque sí la mayor. Como comentaría en una ocasión su hermana Pilar Franco Bahamonde, el dictador “puede permitirse muy pocas distracciones: el golf, la pesca, la caza. Es muy aficionado a los toros, pero yo creo que le gusta más el fútbol”. De hecho, la caza, según confesó a su mujer en 1962, fue una actividad prioritaria durante su vida porque le divertía “como un burro en un prado verde”.
En cuanto a la pesca, según detalla Enrique Moradiellos en su radiografía del cabecilla de la sublevación de 1936, Franco la practicó durante toda su vida, tanto de interior, en la laguna de La Granja acompañado de su dentista, Iveas Serna; como de altura, durante los veranos a bordo del Azor y con la compañía habitual del padre Bulart, Vicentón, o el almirante Pedro Nieto Antúnez.
Precisamente este último le definiría así en una entrevista en 1973: “Franco es una persona fuera de serie: uno de esos hombres que surgen cada cien años. Si todos los españoles han aprendido de él por su sentido del deber y entrega al servicio, los de su lado hemos aprendido todavía más, con su conversación y sus consejos, pero también con sus silencios”. La cara humana (y deportiva) de un dictador.
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