Son multitud las leyendas y los misterios que se ciernen sobre la figura de los Reyes Magos. Ni la misma Biblia, que únicamente los cita en el Evangelio de Mateo, menciona cuántos eran ni cómo se llamaban; tan solo se habla de unos "magos" procedentes de Oriente que portaban tres ofrendas para el niño Jesús: oro, incienso y mirra. Entonces, ¿por qué se ha transmitido la creencia de que eran tres? Y si la historia asegura que existieron de verdad, ¿dónde se encuentran sus restos mortales?
El viaje que iniciaron los Reyes Magos tras adorar en Belén a Jesucristo -un tema muy representado a lo largo de la historia del arte- contribuye a reforzar el misterio que envuelve a estos personajes. La primera imagen que les representa aparece en un fresco del siglo II-III que se encuentra en la capilla griega de las catacumbas de Priscila, en Roma. Son tres figuras, cada una de un color diferente, que se acercan a la Virgen María, que sostiene sobre su regazo al niño Jesús.
Melchor, Gaspar y Basaltar son los nombres que se les han otorgado a los tres Reyes Magos. Hay que retroceder hasta el siglo VI y viajar hasta la iglesia de San Apolinar Nuovo, en Rávena (Italia) para hallar escrita esta denominación. Se trata, concretamente, de un friso con una imagen de los tres personajes, vestidos con prendas orientales y que conducen una procesión. Sobre sus cabezas quedaron plasmados estos nombres.
El misterio sobre los huesos
Hasta el siglo XII son muchos los interrogantes que tienen que ver con el paradero de los cuerpos de los Reyes Magos. ¿Cuándo murieron? ¿Dónde están enterrados? Según las diversas leyendas, en las que se suceden nombres de personajes como la emperatriz Santa Elena, Marco Polo o Federico Barbarroja, el lugar de sepulcro es radicalmente diferente: Constantinopla, Teherán -junto a la tumba de un sacerdote de la religión zoroastra- o Milán.
Lo históricamente cierto es que el mayor tesoro religioso que se conserva en la catedral de Colonia, Alemania, llegó a la ciudad en barco remontando el río Rin el 23 de julio de 1164: se trata los supuestos restos mortales de los Reyes Magos que el arzobispo Rainald von Dassel, tras recibirlos de Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, entregó a la localidad "para gloria eterna de Alemania y de Colonia". Los huesos procedían de Milán y ese traslado se bautizó como Translatio.
Semejante reliquia bien era digna de un sarcófago majestuoso. Las autoridades religiosas de la ciudad, por lo tanto, ordenaron la construcción de un relicario de un metro de alto y dos de largo bañado en oro y plata y adornado con piedras preciosas, que tardó más de 40 años en fabricarse. Una vez terminado, se necesitaba un edificio para su exposición y peregrinación; y de ahí el nacimiento de la catedral de Colonia, uno de los monumentos góticos más bellos de Europa.
Que los huesos conservados en el Relicario de los Reyes Magos fuesen los de los personajes nombrados en la Biblia no se discutió hasta el siglo XIX, cuando la ciencia desafió a la religión. El sarcófago fue abierto y los resultados de la investigación mostraron que ahí dentro había tres esqueletos: el de un niño de 12 años y los de dos hombres de unos 30 y 50 años.
Otro análisis más reciente sobre las telas que envolvían los huesos, llevado a cabo en 1979, aseguró que habían sido elaboradas en el siglo II o III. ¿Fueron estos paños utilizados para envolver estas osamentas cientos de años más tarde de la fecha en la que los cuerpos conservados perdieron la vida? ¿O es que esos esqueletos no son los de los Reyes Magos? No parece haber ninguna disciplina capaz de responder efectivamente a estas preguntas.
¿Eran reyes de verdad?
Como se ha detallado unas líneas más arriba, la Biblia habla de "magos" guiados por una estrella hasta Belén, pero en ningún extracto se menciona que fuesen reyes. La Biblioteca Nacional Española conserva en su colección el Auto de los Reyes Magos, una obra fundamental en la historia de la literatura española por ser el texto teatral más antiguo conservado en lengua castellana. Data del siglo XII y fue descubierta en el siglo XVIII por un canónigo de la catedral de Toledo, Felipe Fernández Vallejo, en un códice misceláneo.
En la obra aparecen los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, pero en ningún momentos son definidos como “reyes”, sino como “steleros”, es decir, astrólogos que debaten sobre el hallazgo de una nueva estrella y su posible significado, que relacionan con el nacimiento de un posible Mesías. A pesar de la inexistencia de acotaciones escénicas, el auto se suele dividir en cinco escenas, entre las que se ve a estos tres personajes visitando el palacio de Herodes, que promete adorar también al Niño, y al monarca reconociendo temer la llegada de un nuevo rey.