Madame de Rémusat acababa de cumplir 22 años cuando Napoleón la nombró dama de compañía de la emperatriz Josefina. Desde entonces, 1802, no solo se convirtió en la confidente y gran amiga de la señora Bonaparte, consolando sus penas y ofreciéndole consejo de forma sabia, sino también en la compañera habitual de conversaciones de su marido, el emperador de Francia.
Esta mujer, una noble inteligente y sensata que había perdido a su padre y a su abuelo durante la revolución, casada con el conde de Rémusat, a la postre nombrado por Napoleón como su chambelán imperial, fue testigo de todas las intimidades y eventos registrados en la corte consular. Si bien Madame de Rémusat exaltó al principio de esta aventura al corso como "el Hombre del Destino", su marido y ella no mostraron reparos en darle la espalda a la causa del emperador cuando los reveses militares se iban encadenando.
A la hora de escribir su memorias, editadas ahora por la editorial Arpa bajo el título de Las guerras privadas del clan Bonaparte y con los comentarios Xavier Roca-Ferrer, Napoleón figuraba como un hombre al que ella había "amado y admirado, juzgado y temido, sospechado y finalmente odiado y abandonado". "Mis opiniones han hecho camino con él", escribe Claire de Vergennes (1737-1824), "pero siento que mi espíritu está tan lejos de los ataques de una recriminación personal que no me parece posible apartarme de la mesura que debe siempre acompañar a la verdad".
En sus memorias, redactadas tras la caída de Napoleón y cuando su matrimonio se había amoldado a la perfección a la Francia de Luis XVIII, Madame de Rémusat no solo vierte interesantes descripciones sobre los continuos choques entre los Bonaparte, la familia del emperador, y los Beauharnais, parientes de la emperatriz Josefina. Su ironía destripa las curiosidades de la corte y los comportamientos más extravagantes del propio Napoleón, un hombre "bajo y desproporcionado, de cabellos ralos, mentón corto y mandíbula cuadrada".
Ataques de cólera
El corso, según dejó por escrito la dama, manifestaba una desorbitada obsesión por la limpieza. Durante sus campañas era necesario enviarle ropa de cama y trajes a diversas localizaciones a la vez porque los ensuciaba deprisa: "La menor mancha le hacía retirar una pieza de ropa y también la menor diferencia sobre la calidad del lino. No se cansaba de decir que no quería ir vestido como un oficial de la guardia", relata Madame de Rémusat.
Hacerse la manicura era otra de las tareas de aseo a la que más tiempo y cuidados dedicaba el emperador: contaba con una gran cantidad de tijeras para cortarse las uñas, porque las rompía y las tiraba al suelo si no estaban suficientemente afiladas. En cuanto a las fragancias, Napoleón jamás hizo uso de perfume alguno, según la dama de su primera esposa —la segunda sería María Luisa de Austria—: "Le bastaba el agua de Colonia, con la cual inundaba su persona tan generosamente que llegaba a gastar sesenta garrafas en un mes". Respecto a su barba, lo pasaba ostensiblemente mal cada vez que un barbero se le acercaba, por lo que hubo de aprender a afeitarse él mismo, tarea que le resultó muy dificultosa.
Napoléon, según el relato de esta persona que vivió en su corte, era un ser ciertamente extraño e impulsivo, propenso a unos ataques de cólera "violenta y positiva" que aterrorizaba a sus subordinados. "Se acostumbró tanto a ignorar a cuantos le rodeaban que este desprecio del prójimo pasó a ser una de sus costumbres", relata. Y hay más: "Si un criado le causaba alguna impaciencia al vestirlo, la emprendía brutalmente contra él sin tener en cuenta a los presentes ni su propia dignidad y arrojaba al suelo o al fuego la prenda que se le resistía".
Entre las costumbre más extrañas del Napoleón enfurecido se hallaba también la de atizar el fuego de la chimenea con el pie, de modo que las suelas y sus botas se le quemaban. El emperador se solía levantar a las siete de la mañana y sus despertares eran "por regla general tristes": "Sufría con frecuencia espasmos convulsivos de estómago que acababan en vómito" y de vez en cuando desarrollaba brotes de pitiriasis, una descamación cutánea.
Remusát define a Napoléon como un misógino y pone en su boca cosas como: "Conviene que las mujeres no pinten nada en mi corte. No me amarán, pero yo estaré mucho más tranquilo". Asimismo, repetía que las damas "solo sabían impresionar a los hombres con los coloretes y las lágrimas". Aunque las curiosidades referidas ya resultan picantes, se echa de menos en las memorias de la dama de la corte algo más de luz sobre las supuestas cincuenta amantes que tuvo el emperador, un hombre que llegó a estar convencido de su esterilidad al no ser capaz de poder engendrar un hijo con Josefina.