El cuidado del medio ambiente es un tema que cada día que pasa capta más adeptos. La joven sueca Greta Thunberg es una de las 'culpables' de que la sociedad esté cada vez más concienciada en el movimiento ambientalista. Su iniciativa FridaysForFuture ha abarcado principalmente a los jóvenes estudiantes europeos y la existencia de partidos verdes en el panorama político es cada vez mayor.
Este movimiento, no obstante, no es una novedad histórica. Desde hace décadas los científicos han alertado a los gobiernos acerca del calentamiento global y sus consecuencias. Actualmente, el movimiento ecologista está generalizado en el espectro político de la izquierda, mientras que la derecha cataloga cualquier ley o norma que reduzca la contaminación como una amenaza a la libertad.
Janet Biehl, pensadora y ensayista estadounidense, y Peter Staudenmaier, profesor de historia alemana moderna y activista del movimiento verde, expresan en su libro Ecofascismo: lecciones sobre la experiencia alemana (Virus) cómo las raíces ambientalistas se sustentaban en buena parte en el movimiento nazi.
El misticismo naturalista alemán de finales del siglo XIX repercutió enormemente en la ideología nazi. De esta manera, también hubo una influencia directa de intelectuales como el poeta Ernst Moritz Arndt o el escritor Wilhelm Heinrich Riehl. Arndt criticó severamente la industrialización de Europa central y despotricó "contra la explotación miope y cortoplacista de los bosques y del suelo". Sin embargo, estas teorías ambientalistas escondían un virulento nacionalismo xenófobo. "Sus elocuentes y clarividentes llamamientos a la sensibilidad ecológica siempre fueron formulados en términos de bienestar del suelo alemán y del pueblo alemán".
La Alemania del siglo XX heredó el legado de estos intelectuales. El "ala verde" del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán defendía la agricultura orgánica, el vegetarianismo y el culto a la naturaleza. Su compromiso con el medio ambiente que no solo se trataba de un hábito rutinario sino que consiguieron que se aplicaran políticas de esta índole.
"Reconocemos que separar la humanidad de la naturaleza, del conjunto de la vida, conduce a la propia destrucción de la humanidad y a la muerte de las naciones (...) La humanidad sola ya no es el centro del pensamiento, sino más bien lo es la vida en su conjunto", escribió Ernst Lehmann, profesor de botánica que defendía el nacionalsocialismo como "biología aplicada políticamente".
El programa ecofasista de Hitler
"La unidad de la sangre y la tierra debe ser restaurada", era la consigna proclamada por Richard Walther Darré, quien fuera ministro del Reich de Agricultura y Abastecimientos entre 1933 y 1942. Tal era la simpatía ambientalista del nazi que hasta se enfrentó a jerarcas como Göring para implantar sus ideas —en el libro Blut und boden (Sangre y tierra) se le menciona como "el padre de los Verdes"—. Darré fue uno de los miembros más adeptos del partido y hay historiadores que afirman que fue él quien convenció a Hitler sobre la necesidad de exterminar a judíos y eslavos.
A su vez, el militar e ingeniero alemán Fritz Todt fue uno de los máximos responsables de la política tecnológica e industrial del Tercer Reich y es conocido por la creación de una gran red de autopistas en la década de los treinta. "El propósito final de la construcción de carreteras alemanas no es el alcance de objetivos meramente de transporte. La carretera alemana debe ser una expresión del paisaje circundante y una expresión de la esencia alemana", llegó a comentar.
Así, Staudenmaier comenta en el libro cómo los aspectos ecológicos de este enfoque en los trabajos de construcción iban mucho más allá de un simple énfasis en una adaptación armónica al entorno natural por razones estéticas: "Todt también estableció criterios estrictos respecto a los humedales, bosques y áreas ecológicamente sensibles".
La naturaleza habitualmente desarrolla decisiones correctivas específicas respecto a la pureza racial de las criaturas terrenales. Muestra poco amor por los bastardos
El führer, devoto de las tradiciones alemanas, defendía en su libro Mein Kampf (Mi lucha) que los pueblos deben su existencia, no a las ideas de unos cuantos ideólogos locos, sino al conocimiento y la aplicación implacable de las rígidas y severas leyes de la naturaleza. "La naturaleza habitualmente desarrolla decisiones correctivas específicas respecto a la pureza racial de las criaturas terrenales. Muestra poco amor por los bastardos", escribió en 1925.
El interés por el medio ambiente era inherentemente contraria a la inmigración y a los pueblos que no fueran alemanes. Basaban su teoría en el darwinismo social y en las teorías malthusianas que afirmaban que había una sobreabundancia de personas para la subsistencia de un entorno natural sostenible.
El llamado ecofascismo no solo se dio en la Alemania nazi. El padre del nacionalismo vasco Sabino Arana, quien moriría treinta años antes de la cancillería de Hitler, también compartía ciertas características con los alemanes del Tercer Reich, como el odio por la industrialización feroz de sus tierras. El fundador de EAJ-PNV culpaba a los españoles que trabajaban en las minas de todos los males: "Fuese pobre Bizcaya y no tuviera más que campos y ganados, y seríamos entonces patriotas y felices".
Asimismo, tanto Biehl como Staudenmaier destacan en el libro que, aunque minoritario, todavía quedan resquicios de este ecologismo xenófobo en el siglo XXI. Partidos alemanes como Die Republikaner o Deutsche Volksunion (extinto desde que formó parte del Partido Nacionaldemócrata de Alemania) han defendido el medio ambiente desde posturas anti-inmigración.
El propósito del libro es justamente alertar sobre este tipo de ecologismo para fomentar la protección de la naturaleza desde una perspectiva científica y objetiva que no esconda teorías discriminatorias: "Defendemos la importancia de la razón, la ciencia y la tecnología en la creación tanto de un movimiento ecologista de carácter progresista como de una sociedad ecológica".