En la génesis de la Roma imperial, las mujeres eran un cero a la izquierda en la vida pública, carecían de acceso a los privilegios constitucionales y no podían ejercer ningún tipo de cargo. Si alguna se extralimitaba a sus funciones, se registraban constantes tentativas por frenar esa ambición, que iban desde campañas de desgaste hasta la ejecución o el asesinato. La historia del Imperio romano se ha centrado fundamentalmente en la acción de los hombres, desde Julio César a Septimio Severo, pero lo cierto es que las mujeres y esposas de los emperadores jugaron un papel fundamental que permitió la existencia y supervivencia de las dinastías imperiales.
Eso es lo que asegura el historiador británico Guy de la Bédoyere en su nuevo y valioso ensayo, Domina (Pasado&Presente). "Su función fue mucho más importantes que la de ejercer de simples componentes periféricos de la dinastía", relata el experto en la Antigua Roma. "Contribuyeron de manera decisiva —para bien o para mal— a conformar el carácter político, social y cultural del régimen, y determinaron en ocasiones el curso de la historia. Algunas ayudaron a sostener el régimen y otras estuvieron a punto de echarlos abajo. De un modo u otro, dejaron huella". Estas fueron seis de las más importantes.
Livia (58 a.C.-29 d.C.)
Es la figura más dominante de la historia de Roma. Vivir ochenta y seis años, algo tremendamente excepcional para la época, la convirtió en testigo de la caída de la República, del reinado de su marido Augusto y de dos partes del de su hijo Tiberio. Ejerció una influencia poderosísima sobre sobre Augusto en el ámbito privado y, desde la ascensión de su primogénito al poder, hizo notar su presencia de forma más manifiesta y ruidosa, presentándose en público como una suerte de princeps mujer.
Su posición dominante y escuchada la resume a la perfección una anécdota que recogió el historiador romano Dion Casio: Livia se topó en cierta ocasión con un grupo de hombres desnudos que fueron condenados a muerte de forma inmediata. No obstante, ella consiguió el perdón anunciando que "para las mujeres castas dotadas de autodominio, un varón en cueros no tenía más significación que una estatua". Tácito describe a una mujer más malévola, dispuesta a ver a su hijo Tiberio en lo más alto de Roma sin importar el precio, como asesinar a sus enemigos.
Octavia (69-11 a.C.)
Octavia la Menor fue, en palabras de Guy de la Bédoyère, "uno de los bastiones del estado augustal al acceder a cuantos matrimonios había concertado su hermano para ella y facilitar así la ampliación y continuidad de la dinastía". Es decir, actuó como un componente de vital importancia en la consolidación del poder del princeps Augusto dando herederos. Fue respetada y obediente, pero el final de su vida adquirió tintes trágicos; primero con el abandono su esposo Marco Antonio en favor de Cleopatra, y luego cuando se murió su hijo Marcelo, un hecho que la sumió en una desesperación incontrolable de la que no se recuperaría nunca y le hizo perder todo su optimismo y alegría.
Agripina la Mayor (14 a.C.-33 d.C.)
Nunca llegó a actuar como emperatriz, pero Agripina la Mayor dejó un legado excepcional: "La posteridad la presentaría como el ideal de la feminidad romana, la colmaría de admiración y la incluiría en la tradición como persona digna de respeto y admiración", resume el autor de Domina. Dio a luz a nueve hijos, uno de ellos el futuro emperador Calígula, quien, a la muerte de su madre, decidió recrear una imagen como matrona romana de condición excelsa, dándole un prestigio aún mayor del que había disfrutado en vida. Pese a todo, estuvo sometida a una continua campaña de persecución, sobre todo por parte del prefecto pretoriano Sejano.
Mesalina (h. 17-48)
"El tiempo que ejerció Mesalina de emperatriz fue breve, pero de infausta memoria. Su falta de madurez y experiencia, unida a una indiferencia imprudente ante todo sentido común, la sumergieron hasta el cuello en la corrupción y la hipocresía", relata Guy de la Bédoyère sobre la bisnieta de Octavia y esposa del emperador Claudio. Su perdición se produjo cuando contrajo un matrimonio bígamo con el cónsul Silo y ambos urdieron un plan para derrocar a Claudio. No lo lograron, siendo Mesalina ejecutada antes de conseguir suicidarse. Su jugada puso en jaque al todopoderoso Estado romano.
Agripina la Menor (15-59)
Fue emperatriz de Roma desde su enlace con el emperador Claudio, en 49, hasta que su hijo Nerón, ya como princeps, ordenó asesinarla en el año 59. Era bisnieta de Augusto y hermana de Calígula. "Su determinación no solo logró colocar a su hijo en el trono, sino que le brindó un poder y una influencia sin precedentes que la llevaron a actuar como no lo había hecho nunca una mujer de la familia julio-claudia", cuenta Guy de la Bédoyère. "Fue una mujer extraordinariamente imaginativa, manipuladora y despiadada que destruyó a sus enemigos y creó un círculo de influencia por acólitos y partidarios en el palacio imperial y en el Senado. Fue la que más cerca estuvo de toda su dinastía de gobernar por derecho propio".