En un momento dramático para la historia de España, con la sangre real derramándose y alterando las vías del destino, una frase fue pronunciada —según la leyenda— para aumentar el componente trágico del suceso: "No quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor". Aquellas palabras las pronunció, supuestamente, el condestable bretón Bertrand Du Guesclin en la noche del 22 al 23 de marzo de 1369, cuando medió en ayuda de Enrique de Trastámara en su lucha a muerte contra su propio hermano, Pedro I de Castilla.
El asesinato acabó con años de guerra civil en Castilla, con Enrique triunfante en el trono y con Pedro condenado ante la historia: desde aquel entonces, su nombre siempre fue acompañado del calificativo de "El Cruel", recalcándose todos los crímenes que había dirigido, por mucho que sus partidarios le alabasen como un monarca que defendía a los nobles, "El Justiciero", y que había sido traicionado por las gentes de su propia sangre.
Haciendo bueno en el dicho ese de que la historia la escriben siempre los vencedores, Pedro I es recordado como uno de los reyes castellanos más sanguinarios, que ejerció una violencia continua y sin miramientos para lograr sus objetivos. Por ejemplo, después de la orden de ejecución dictada contra su hermanastro Fadrique en Sevilla en 1358, se dice que se puso a comer tranquilamente delante del cadáver. Sin que se le revolviese el estómago.
Sea propaganda vertida por sus enemigos o no, la fuente más fiable sobre el reinado y el carácter de Pedro I de Castilla se encuentra en la obra Crónica, de Pedro López de Ayala, quien escribió: “Fue el rey Don Pedro asaz grande de cuerpo, é blanco é rubio, é coceaba un poco en la fabla. Era muy cazador de aves. Fue muy sofridor de trabajos. Era muy temprado é bien acostumbrado en el comer é beber. Dormía poco, é amó muchas mugeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue cobdicioso en allegar tesoror é joyas. E mató muchos en su regno, por lo qual vino todo el daño que avedes oído”.
"Mató a muchos en su reino". Esa es la sentencia que más pesa sobre Pedro I, hijo de Alfonso XI, el único legítimo de los once que tuvo y que ascendió al trono siendo todavía menor de edad a causa de la muerte de su padre, infectado por la peste negra. Es ahí, durante la infancia, cuando los expertos señalan el aparente origen de esa maldad del rey que, si bien pudo haber sido exagerada, no puede negarse.
Trastorno en la infancia
Según algunas fuentes históricas, la personalidad de su madre, María de Portugal, humillada y confinada en favor de Leonor de Guzmán, la amante de Alfonso XI, habría jugado un papel fundamental en ese carácter enfermizo de su hijo. De hecho, con Pedro I ya en el trono, en los primeros compases de su mandato, la concubina fue hecha prisionera y ejecutada de forma violenta por orden de la reina madre.
Pero hay otro argumento que puede ser más convicente, y lo explica el historiador medieval Julio Valdeón Baruque: "Los estudiosos de los restos mortales de Pedro I han llegado a la conclusión de que los males padecidos por el citado Monarca durante su infancia, en concreto una parálisis cerebral que fue causa de la muerte de un gran número de neuronas, fueron el origen de un acortamiento de la tibia izquierda, motivo de una cojera que padeció en el resto de su vida, pero sobre todo de los frecuentes trastornos de su conducta, traducidos en los numerosos crímenes que cometió a lo largo de su reinado".
¿Es verosímil esta conclusión? ¿Puede justificarse el origen de la crueldad de Pedro I por ese trastorno de la infancia? Lo cierto es que el análisis médico realizado por el doctor Gonzalo Moya concluyó que el monarca tenía una altura de 1.65 metros y que su cráneo era deforme, en concreto, el hemisferio derecho era más pequeño que el izquierdo; y esto sería el síntoma de la parálisis cerebral que, al menos desde el punto de vista de la medicina, explicaría sus publicitados crímenes.