Por mucho que la historia trate de olvidar el pasado es imposible borrar todo rastro de un hombre que gobernó Roma desde el 218 al 222. Pese a su brevedad y la ordenanza del Senado al damnatio memoriae —olvido por decreto—, la memoria del emperador Heliogábalo sigue vigente a día de hoy.
La colección Historia Augusta, que conforma las biografías de los emperadores romanos desde el año 117 hasta el 284, le cataloga como el peor emperador romano. Era “una bestia (…) de lujurias antinaturales”, escribió el biógrafo Elio Lampridio. Su mala fama provenía de sus actos homosexuales, inaceptables en aquella época. Sus propios soldados se arrepintieron de haber conspirado contra Macrino para nombrar emperador a Heliogábalo tras sus vacaciones invernales en Nicomedia. "¿Quién podía soportar a un emperador que absorbía placer por todas las cavidades de su cuerpo, cuando nadie toleraría un comportamiento similar ni siquiera en una bestia?", relataba uno de los seis autores de la obra Historia Augusta.
Utilizaba su poder para procurar que sus emisarios le buscaran "individuos con buenos cojones" para disfrutar de sus "cualidades" y le gustaba travestirse para realizar actos sexuales de lo más extravagantes. Como si de la diosa Venus se tratara, dejaba caer sus vestidos hasta los pies y se ponía de rodillas, desnudo, con una mano en su pecho y otra "en sus vergüenzas", echando hacia atrás sus nalgas y presentándoselas a su amante. Según el político y militar Dion Casio le gustaba ponerse pelucas y prostituirse —incluso algunos historiadores lo consideran el primer transexual de la historia—. Además, llegó a practicar los ritos de Salambo, un acto sirio que constaba de realizar orgías que incluían "el acto de castración".
Entre la variedad de amantes destacaban Heriocles, un esclavo auriga que había adquirido gran prestigio por las carreras de cuadrigas, y Aurelio Zotico, un atleta griego de Esmirna famoso por su hombría. El celoso emperador, pues así le describen las fuentes, decidió casarse con ambos —aunque el Senado terminó por no aceptarlo— y su pretensión era ejercer como esposa.
El odio de los senadores y del pueblo hacia su emperador no se limitaban únicamente a sus vicios sexuales. Vendió todo tipo de títulos, comandancias militares y demás cargos al mejor postor e intentó abolir todos los cultos que se celebraban en Roma destruyendo los santuarios religiosos. Heliogábalo quería ser adorado como un dios.
Un Senado para mujeres
El emperador más odiado de Roma, no obstante, y de manera inusual para el siglo III, defendió en cierta medida a las mujeres. El primer día que el Senado celebró su rutinaria asamblea ordenó que su madre asistiera, un hecho totalmente insólito. Cuando llegó ocupó un lugar junto al escaño de los cónsules y estuvo presente en la redacción del decreto del Senado. Así, Heliogábalo se convirtió en el único emperador bajo cuyo gobierno fue admitida en el senado una mujer, ocupando el rango propio de un hombre.
De esta manera, el emperador también institucionalizó un Senado para mujeres, emplazándolo en la colina del Quirinal —lugar en el que se celebraban las reuniones de matronas—. Finalmente, en mitad de una ferviente oposición, Heliogábalo, con tan solo 18 años de edad, fue asesinado y reemplazado por su primo, Alejandro Severo el 11 de marzo de 222, en un complot tramado por su abuela. Tal y como escribe Néstor F. Marqués, el joven emperador "fue decapitado y arrastrado por las calles de Roma. Después su cuerpo fue arrojado al Tíber por los pretorianos. Junto a él estaba su madre, Julia Soemias, que corrió su misma suerte".