"Hemos sido abandonados aquí hasta nuestra destrucción". La sentencia la escribió el teniente estadounidense Adolphus Greely en su diario en mayo de 1884, con los dedos semicongelados, en condiciones extremas de frío y hambre, en un desierto de hielo en medio del Polo Norte, con la mitad de sus hombres muertos o agonizantes y con la otra parte devorando a sus compañeros para resistir un poco más con vida. Llevaban tres años vagando por el Ártico, resistiendo a temperaturas infernales, esperando un milagro que cada día parecía más imposible.
La expedición de Greely, un militar curtido en la Guerra de Secesión fascinado por la meteorología, partió el 7 de julio de 1881 del puerto de San Juan de Terranova (Canadá) y tenía el objetivo de establecer una base científica en las costas de la bahía de Lady Franklin, a menos de mil kilómetros del Polo Norte para estudiar el clima del planeta; y ya de paso quitarles el récord de latitud más al norte, el límite del mundo, a los ingleses. Conducidos hasta allí por el ballenero Proteus, fueron dejados a su suerte, a la espera de que el verano siguiente un buque regresara en su ayuda.
Pero nunca llegó. Tuvieron que esperar tres años hasta que una misión de rescate logró dar con los seis supervivientes de los 24 hombres que integraban inicialmente la expedición. El médico que los examinó concluyó que ninguno de los exploradores, que en su mayoría eran soldados, hubiera resistido 48 horas más. "Ya no es el final lo que nos asusta, sino el camino que aún nos queda por delante. Morir es fácil, muy fácil. Lo realmente difícil es el esfuerzo, la resistencia necesaria para vivir... aquí lo difícil es vivir", había escrito Greely unas semanas antes.
La historia del oficial naval estadounidense, así como las de otros exploradores que se lanzaron a la conquista del Polo Norte, desde John Cabot, el descubridor de América del Norte, a Wally Herbert, el primero en llegar a esta esquina recóndita del planeta a pie, las ha reunido el comunicador y divulgador científico Javier Peláez en 500 años de frío. La gran aventura del Ártico (Crítica); una colección de aventuras fascinantes, de "historiones que la gente apenas conoce". "Si preguntas quién fue el primero en llegar al Polo Norte, la gente no sabe qué decirte", resume el autor. De ahí su libro.
Pero volvamos a Greely y sus hombres: "Terminaron flotando en un iceberg, luego llegaron a un sitio desértico que describían como el infierno. Morían de lo que llamaban una oscura enfermedad que no era otra cosa que hambre, dejaban los cuerpos en una suerte de cementerio y algunos de los que quedaban con vida, por la noche, se escabullían para comérselos", cuenta Peláez, que señala esta aventura como la más rocambolesca de todas.
Aunque más allá de las penalidades encadenadas —en la última etapa de su odisea se alimentaron de lo que buenamente podían: musgo, cera de las velas, pequeños insectos o algún pájaro congelado—, la expedición fue un auténtico éxito en términos científicos: aquellos soldados recogieron quinientos datos diarios de medidas de la velocidad del viento, de la presión atmosférica, de temperaturas a diferentes horas del día... es decir, el embrión que fundaría, años más tarde, buena parte de la actual ciencia meteorológica. Y todo ello en condiciones que llegaban hasta los -60ºC.
"Muchos de los recientes estudios científicos y gráficas comparativas del clima actual en el Ártico que analizan su evolución durante el último siglo, se han obtenido utilizando los datos que la expedición de Greeley recogió durante aquellos tres duros años", escribe el divulgador científico. "El conocimiento del mundo que hoy poseemos, y disfrutamos, tiene mucho que agradecer a los exploradores y marineros que durante tantos siglos arriesgaron, y hasta perdieron, su vida en las condiciones más extremas".
Moralidad y canibalismo
El comandante Greely y su tripulación, con bandera estadounidense, lograron arrebatarle el récord de latitud, el Farthest North, a Inglaterra. Al principio, los seis supervivientes fueron aclamados como auténticos héroes; sin embargo, los rumores de cómo habían logrado mantenerse con vida comenzaron a extenderse por la prensa, como el hecho de que los cuerpos de los fallecidos presentaban marcas de cuchillos, como si les hubiesen cortado en trozos. De repente, el marino pasó a ser retratado como "un monstruo devoraniños".
"Hombres valientes pero acosados por la inanición y el frío extremo, alimentándose de los cuerpos de sus compañeros muertos (...) Asistimos al capítulo más terrible y repulsivo en los anales de la exploración ártica", opinaba The New York Times. Las evidencias de canibalismo eran irrefutables, pero Greely se defendió asegurando que no tuvo conocimiento de ellas, que las hubiera castigado, como hizo con el soldado Henry, a quien ordenó fusilar por birlar comida de madrugada.
"Paradójicamente, los próximos años serían más duros para Greely que cualquiera de los crudos inviernos que pasó en el Ártico", añade Javier Peláez en su obra. "Su reputación fue pisoteada y toda su carrera se fue al garete. Lo que debería haber sido un triunfo de la voluntad humana, una de las expediciones científicas más importantes de la historia, desembocó en un debate moral que terminó relegando sus logros al olvido".