Los primeros tiros de la Guerra Civil sorprendieron a María Teresa León y Rafael Alberti en Ibiza. La isla quedó bajo el dominio de los sublevados tras las primeras horas de lucha; y ellos, voces y versos de la República, meritorios candidatos a engrosar la lista del terror caliente, se agazaparon en el monte. Pasaron veinte noches al raso, hasta el desembarco de las tropas leales del capitán Bayo el 8 de agosto de 1936, la misma jornada en la que siete siglos atrás el rey Jaime I el Conquistador había capturado esa pequeña porción de tierra para la corona de Aragón.
A su llegada a Madrid unos días después, la gente miraba a León y Alberti con desconcierto, como si hubieran resucitado. Los rumores y la confusión de las embestidas primerizas de la guerra hablaban de que que la escritora y el poeta habían sido fusilados. Incluso encontraron la puerta de su casa en la calle Marqués de Urquijo cruzada por una banda de papel en la que se leía: "Requisada para la Contraguerra". La escena era caótica: las plantas secas, las camas volcadas, los libros esparcidos por el suelo...
De ese edificio que había contemplado el trasiego de intelectuales —Unamuno, Pablo Neruda, José Bergamín...— que discurría diariamente por el piso del matrimonio, estudio anterior de Zuloaga, siempre con las puertas abiertas (a las nuevas ideas), apenas resistía el esqueleto unas semanas más tarde: el barrio de Argüelles, con vistas privilegiadas al parque del Oeste, a la línea del frente, se convirtió en el objetivo favorito de los obuses franquistas. La guerra destruía el recuerdo físico de todos esos encuentros y debates, empujaba a María Teresa León y a Alberti a coger la maleta y resguardarse bajo otro techo, a deambular de un sitio a otro. Más allá de la literatura, del combate a través de la palabra, ese fue el eje vertebrador de su vida.
Sobre todo por los 38 largos años de exilio que les tocó vivir a los dos miembros de la Generación del 27 al término de la Guerra Civil: Orán, Francia, Argentina y finalmente Roma. Allí, en su casa del Trastevere y a finales de los años sesenta, María Teresa León, autora de multitud de novelas, cuentos, biografías y ensayos, comenzó a redactar a mano y sobre cuadernos casi escolares su autobiografía. Su juicio estaba todavía lúcido, libre de esa cruel enfermedad que le nublaría la mente al completo: a su regreso a España en 1977, otra vez en democracia tras cuatro décadas de dictadura, no sabía ni quién era ni dónde estaba. El alzhéimer acabaría con su vida en 1988, en una residencia geriátrica de Majadahonda.
Pero antes de ese triste final, la brava mujer, republicana, valiente y culta, legó una obra magnífica sobre "los años irreconciliables de España", que Renacimiento rescata ahora con una nueva reedición: Memoria de la melancolía. No se trata de unos diarios cronológicos aderezados con anécdotas y justificaciones; tampoco un ensayo dominado por las píldoras políticas y la fe ciega en unos ideales. Más bien son unas memorias en su concepción más literal: los recuerdos más nítidos o más borrosos que encadena con una prosa impecable quien rebusca en su turbulento pasado, en una vida vertiginosa plagada de interrogantes, de desdicha, de nostalgia...
Pero esa amargura que sobrevuela todo el tiempo se camufla también con un collage de vivencias excepcionales, de aventuras alegres y deslenguadas canciones en las trincheras: "Estamos hasta los c... / de tanto comer bacalao, / pero lo comemos contentos / porque Stalin nos lo ha mandao", entonaban los milicianos. "Los días más luminosos de la vida fueron aquellos tres años de ojos brillantes, cuando la palabra camarada sustituyó al señor y la vida generosamente dada sustituyó a la mezquina", escribe. Es la odisea que le tocó vivir a María Teresa León, y sus memorias se erigen asimismo en una crónica brillante de una época irrepetible por la cantidad de talento que juntó, y por cómo la guerra incivil la enterró.
En su obra, la escritora desvela intimidades de Ernest Hemingway, de Pablo Picasso o de un Albert Camus que decía: "Si quiero conocer a alguien le pregunto: '¿Con quién estaba usted cuando la guerra de España?' Si me dice con Franco, no vuelvo a saludarlo". También describe estampas surrealistas del Madrid sitiado, como aquel día en que los anarquistas casi pasean al futuro Nobel Juan Ramón Jiménez al confundirlo con otro hombre del mismo nombre: le dejaron libre después de que uno de los milicianos metiese un dedo en la boca del poeta y confirmase que no tenía dentadura postiza.
"¡Ah, que Madrid este", recordaba María Teresa León años después, otra de las plumas que describió con más viveza los devastadores efectos de las bombas: "¡Qué miedo se siente en una ciudad bombardeada! Cuando tiemblan los cristales, cuando sientes que las entrañas de la calle se mueven, cuando te caen sobre el cuerpo desnudo todos los azulejos del cuarto donde te estás bañando (...) El enemigo de las puertas es la explosión de una granada. Ventanas, balcones, persianas parecen párpados trémulos. Los muros resisten, pero las ventanas parpadean. A veces, como si el pecho de un edificio se dilatase para respirar, vuelan los balcones".
Además, esta autobiografía de la autora de Una estrella roja o Las peregrinaciones de Teresa constituye un relevante testimonio histórico. María Teresa León, nacida en Logroño en 1901 y criada en la casa de sus tíos María Goyri y Ramón Menéndez Pidal, ejerció durante la Guerra Civil como secretaria de la Alianza de Escritores Antifascistas —instalada en el palacio del marqués Heredia Spnínola—, fue una de las responsable de la evacuación de las obras del Museo del Prado hacia Valencia y estuvo a la vanguardia de la promoción cultural del pueblo desde su grupo Guerrillas del Teatro, que llevó la dramaturgia a primera línea de combates, donde silbaban las balas en medio de las interpretaciones.
Antes de la guerra, León y Alberti, fundadores las revistas Octubre y El Mono Azul, epicentro cultural y del pensamiento gracias a los textos de Antonio Machado, Vicente Aleixandre, María Zambrano o Miguel Hernández, entre muchos otros, habían recorrido medio mundo, el primer y alegre episodio su aventura, que les llevaría a Dinamarca, Bélgica, Noruega, Holanda, América —a donde marcharon para dar cuentas de lo que había sucedido durante la revolución de Asturias de 1934— y a la Unión Soviética en dos ocasiones, donde se entrevistarían con Stalin.
Con melancolía y alejada de su patria evocó años después María Teresa León todos esos lugares y todos los amigos que hicieron. Dejó por escrito y con crudeza todos esos recuerdos, ausentes de fechas pero no de emoción, de profundidad, de reflexión sobre cuestiones como la violencia, la angustia del exilio o la ideología. No hay duda de que conforman uno de los mejores y más íntimos testimonios de la Guerra Civil.