Los cañonazos rompieron la tensión que se cernía sobre San Sebastián cinco minutos antes de las once de la mañana del 31 de agosto de 1813. La noche anterior, como preludio del destino que le esperaba a la ciudad el día siguiente, había sido tormentosa, alterada por un violento chaparrón y constantes relámpagos que cruzaban el cielo. Uno de esos primeros proyectiles que escupió la artillería británica dirigidos al castillo de la Mota, en lo alto del monte Urgull, a 130 metros de altura sobre el nivel del mar, impactó en el mástil que sostenía la bandera francesa, condenándola al suelo. Un mal augurio para los defensores.
La reveladora anécdota la recoge el historiador José María Leclercq en su detallada investigación sobre el asedio de dos meses al que fue sometida la localidad por un ejército anglo-portugués, un episodio luctuoso de la Guerra de la Independencia que pasó de convertirse en un acto de liberación a una salvaje rapiña de las tropas aliadas. La capital donostiarra, como el conjunto de las provincias vascas y Navarra, había sido separada de la jurisdicción del rey de España por orden de Napoleón en 1810 y adscrita a Francia como gobierno militar. Pero para aquel momento en el cual se estableció el sitio, la derrota francesa parecía ya irreversible.
En junio de 1813, las tropas inglesas de Lord Wellington habían logrado una de sus grandes victorias de la contienda en Vitoria, causándoles unas 8.000 bajas a los invasores. Curiosamente, muy cerca de esa ciudad ya se habían enfrentado ambos países cuatro siglos antes, en el marco de la guerra civil castellana entre Pedro I y su hermanastro Enrique II. La batalla de Ariniz la ganaron los galos, pero en esta ocasión sufrieron una humillante derrota: perdieron 151 de los 152 cañones de los que disponían y, sobre todo, el tesoro que José Bonaparte se llevaba a París tras haber saqueado el patrimonio español, cifrado en cinco millones de francos de la época. En la comitiva real formaban también 500 prostitutas.
Los vestigios del ejército napoleónico se retiraron hacia la frontera, dejando guarniciones en San Sebastián, formada fundamentalmente por jóvenes reclutas y gobernada por el experimentado general Emmanuel Rey, Pamplona y Santoña. Sobre estas dos primeras localidades se centró entonces la siguiente fase de la ofensiva inglesa, con suerte dispar para ambos enclaves: Donostia sería asediada por su importancia geográfica mientras que la capital navarra quedaría tan solo bloqueada. Las hostilidades iniciales, en las que también participó una división española al mando del general Mendizábal, se iniciaron a finales de julio y terminaron de forma infructuosa el 25 de julio.
Lord Wellington, inquieto por las pésimas noticias, se desplazó urgentemente desde su cuartel general de Lesaca hasta San Sebastián a lomos de su caballo. Allí le informaron de las pérdidas de "consideración" de las tropas aliadas: uno 120 soldados muertos y otros tantos hechos prisioneros. Enfureció de tal manera que si no llega a ser por la carencia de pólvora y municiones, probablemente hubiera ordenado reanudar el ataque. En un despacho fechado el 23 de agosto, calificaría este desastre como el peor suceso que habían tenido las tropas bajo su mando.
El segundo asalto
Tras más de un mes de completo bloqueo que buscaba cortar las comunicaciones de los sitiados con Francia y una eventual llegada de refuerzos, el ataque definitivo para rendir la ciudad se produjo el 31 de agosto de 1813. Fue una lucha muy dura, que se saldó con 2.376 bajas para la coalición formada por británicos y portugueses. Los efectos de artillería, asimismo, terminarían provocando unas llamas que consumirían casi la totalidad de la capital donostiarra. "El incendio es muy grande, aunque no se puede ver bien desde las baterías como consecuencia de la enorme nube de humo que envuelve a San Sebastián. Parece de noche a pesar de ser las tres y media de la tarde", narra José María Leclercq en su minuciosa reconstrucción cronológica del asedio.
Aunque en el castillo seguiría acantonado un pequeño contingente de los defensores franceses durante algo más de una semana, hasta su rendición definitiva, en las calles de San Sebastián se registró un suceso inesperado para mayor sufrimiento de la población civil: los supuestos libertadores, como ya habían hecho en Ciudad Rodrigo o Badajoz, sometieron la ciudad al saqueo y el pillaje, además de humillar, violar y asesinar a sus ciudadanos. El descontrol de los soldados ingleses y lusos, su comportamiento inhumano impulsado por el continuo estado de embriaguez, se prolongaría durante varias jornadas. Incluso se dice que si los supervivientes de las tropas napoleónicas hubiesen lanzado un contraataque, habrían recuperado el control de la plaza.
El cronista Baldomero Anabitarte, en su relato de lo ocurrido aquella noche, escribe: "No hubo persona que no fuese maltratada, herida o muerta, sin que nadie pudiera dar razón de cuántos y quiénes fueron los que experimentaron esta última suerte, porque se encontraban familias enteras muertas dentro de sus propias casas, otras en los tránsitos o puertas de casa, otras en las calles y las enfermas o imposibilitadas o heridas perecieron por falta de auxilio en los incendios de las casas".
El Ayuntamiento, a través de una carta, reclamó explicaciones a Wellington: "San Sebastián, Señor Exmo. ha padecido un saqueo horrible con los demás excesos anejos a él y un incendio de cerca de seiscientas casas en el cual han consumido las llamas el valor de más de cien millones de reales de vellón. Este funesto accidente ha causado la ruina absoluta de más de mil y quinientas familias (sic) y ha reducido las nueve décimas partes de ellas a la desnudez total y a la mendicidad, en un país cuyos habitantes carecen de lo más preciso aún para su propia subsistencia a resultas de haber sido ocupado por el enemigo durante cinco años".
Wellington, según recoge Ricardo García Cárcel en su libro El sueño de la nación indomable (Ariel), justificó el horror de la rapiña y el saqueo diciendo que "los habitantes cooperaron con el enemigo en la defensa de la ciudad, disparando finalmente sobre los aliados". "La prensa liberal española atribuyó el comportamiento inglés a que Wellington, con la destrucción de la ciudad, quería eliminar la amenaza de la competencia para el comercio británico. La realidad es que había un fuerte sector colaboracionista con los franceses en la ciudad que ayudaría a la resistencia francesa", escribe el historiador.
Pero hasta los testimonios ingleses, que se refieren a San Sebastián como "un lugar de comercio considerable, populoso, residencia de muchos ricos comerciantes y conteniendo gran tesoro en el momento del asalto", reconocieron el alcance de la destrucción: "Mucho ha sido saqueado y una gran cantidad debe estar enterrada entre las ruinas (...) Las familias españolas fueron totalmente despojadas de sus vestuarios y durante el curso de varios días vi a damas comprar en las carreteras sus propias medias de seda y otros artículos a las mujeres de los soldados", dijo un testigo.
En total, hubo en la ciudad 761 muertos, 45 desaparecidos y 1.697 heridos. Un episodio negro de los últimos compases de la Guerra de la Independencia, que vería como poco después los españoles derrotaban a los franceses en la batalla de San Marcial. La derrota definitiva se registró el 31 de octubre con la rendición de Pamplona. En diciembre se firmó el Tratado de Valençay, con el que Napoleón reconocía a Fernando VII como rey de España.