La tradición legendaria localiza en el municipio soriano de Calatañazor la semilla de la poética caída del temible Almanzor. En ese enclave, en el verano de 1002, el caudillo andalusí y gran enemigo de los reinos cristianos habría sufrido una humillante derrota en la que perdería su tambor y hasta las ganas de vivir. Hallaría la muerte poco tiempo después, en una madrugada del mes de agosto en la histórica villa de Medinaceli, donde también sería enterrado. La estela de esa batalla quedó registrada gracias al cronista medieval Lucas de Tuy.
Regresando Almanzor de Galicia, había lanzado una nueva aceifa que pretendía asolar las fronteras de Castilla. Pero en su camino se interpuso un nutrido ejército cristiano comandado por el conde García Fernández y el rey Vermudo II de León. "Trabado el combate —narra el llamado Tudense— cayeron muchos miles de sarracenos y si la noche no acabase con el día el mismo Almanzor hubiera sido apresado. Sin embargo, durante el día no pudo ser vencido y llegada la noche se dio a la fuga con los suyos".
Pero además, en su Chronicon mundi, el historiador medieval refiere un hecho fantasioso, inverosímil: "Cierto hombre que parecía un pescador se lamentaba ya en idioma árabe ya en español exclamando: 'En Calatañazor perdió Almanzor el tambor'. Acudían a él los infieles de Córdoba y al acercarse la figura se desvanecía ante sus ojos para reaparecer en otro lugar repitiendo la misma lamentación. Creemos que se trataba del diablo que lloraba el desastre de los sarracenos. Almanzor, desde el día en que fue derrotado, no quiso comer ni beber, y llegando a la ciudad llamada Medinaceli murió y fue sepultado allí".
No obstante, el relato de Lucas de Tuy, escrito hacia 1236 —es decir, con dos siglos de diferencia respecto a los hechos— y recogido poco después por otras fuentes como el arzobispo de Toledo Ximénez de Rada con algunas modificaciones, discurre entre las vías de la imprecisión histórica, de la presumible propaganda cristiana. En 1002 es imposible que el monarca leonés, coronado en 985, luchase contra el caudillo de Al-Ándalus porque llevaba muerto desde septiembre de 999. Lo mismo sucede con el conde castellano García Fernández, fallecido precisamente en Medinaceli incluso antes, en el año 995.
Un tercer anacronismo es el hecho de que la supuesta batalla de Calatañazor aconteciese en el momento que Almanzor regresaba de arrasar e incendiar Santiago de Compostela —se había apropiado de las campanas de la catedral y obligado a los prisioneros cristianos a cargarlas hasta Córdoba, capital del Califato—. Dicha razia se registró en agosto de 997 y no en 1002. Las crónicas de Lucas de Tuy, escritas dos siglos después de la muerte de Almanzor y que no encuentran precedentes en este sentido, no soportan la radiografía de la comparación con otras fuentes más contemporáneas al líder andalusí.
Exageración cristiana
De hecho, las fuentes musulmanas que describen la vida y las campañas militares de Almanzor no refieren ningún enfrentamiento en Calatañazor entre invasores y cristianos. Además, ofrecen una causa distinta de fallecimiento: un fuerte ataque de gota, enfermedad que arrastraba desde hacía dos décadas. Esa última aceifa, saldada con éxito, tenía como objetivo el monasterio de San Millán de la Cogolla, en La Rioja, perteneciente al reino de Pamplona. El caudillo pretendía infligir un golpe tanto al conde castellano como al monarca pamplonés, humillarlos.
Débil y enfermizo, Almanzor emprendió luego el camino de vuelta a Córdoba, pero no lograría ir mucho más allá de esos confines indefinibles que separaban los territorios cristianos y los de Ál-Ándalus. Sobre su tumba, según una fuente musulmana, se escribió: "Sus hazañas te informarán sobre él / Como si con tus propios ojos lo estuvieras viendo, / ¡por Alá!, nunca volverá a dar el mundo nadie como él / ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar".
"La leyenda de Calatañazor pudo tener su origen en la batalla de Cervera (verano de 1000), donde Almanzor estuvo a punto de ser derrotado", interpretaría el arabista Évariste Lévi-Provençal en el siglo pasado. "Este encuentro, a pesar de su resultado negativo, pudo representar por primera vez la voluntad de resistir y la solidaridad cristiana frente al poderío musulmán. Es perfectamente natural que posteriores leyendas hayan glorificado esta resistencia y deformado poco a poco la verdadera historia".
Un análisis similar ofrecería Ramón Menéndez Pidal: "Almanzor hizo la última expedición de su vida dirigiéndose a través de Castilla, hacia San Millán; fue una expedición victoriosa como todas pero tuvo que retirarse al sentirse muy enfermo. Se hacía llevar en litera, agobiado por crueles dolores. Repasó la frontera y llegó a Medinaceli, primera plaza de armas musulmana; murió el 10 de agosto de 1002. Por débil que hubiese sido la resistencia del conde Sancho, es de suponer que los caballeros castellanos molestasen esa retirada de un ejército cuyo caudillo iba moribundo, y bien se pudo creer que Almazor muere huyendo del conde Sancho".
En este sentido, según el estudioso medieval, "la gran batalla de Calatañazor es un completo anacronismo, mientras la sencilla victoria del conde Sancho puede pasar por uno de tantos recuerdos de la realidad, conservados con ligera exageración por la epopeya cristiana". Un mito más, en definitiva, de la llamada Reconquista: el intento de atribuir un final vulnerable al caudillo musulmán más temido e imbatible de su tiempo.