La batalla que significó la pérdida definitiva del imperio, dos atentados terroristas, el nacimiento de una generación literaria, unos Juegos Olímpicos y dos golpes de Estado. Siete fechas clave que se proyectan sobre la España actual, siete jornadas fundamentales de nuestra historia reciente que vertebran todo el siglo XX y que la editorial Taurus ha convertido en una colección de breves libros en los que destacados historiadores repasan estos acontecimientos y su repercusión sobre el país.
Las dos primeras obras de la novedosa propuesta ya están en librerías: El día que nació una generación literaria, de José-Carlos Mainer, recoge las peripecias de los poetas del 27 y la cristalización de la llamada Edad de Plata de la cultura española; mientras que en El golpe que acabó con todos los golpes, Juan Francisco Fuentes reconstruye el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, aquellos "tres minutos dramáticos y diecisiete horas grotescas" en palabras de Leopoldo Calvo-Sotelo, quien iba a ser investido presidente esa misma tarde.
El Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y biógrafo de Adolfo Suárez repasa en su libro los prolegómenos del golpe, lo que sucedió en el Congreso, el protagonismo principal de Juan Carlos I como defensor del orden constitucional, las consecuencias de la intentona de Tejero y compañía y las teorías de la conspiración que se han ido gestando en las últimas cuatro décadas. La gran dificultad, asegura, es descifrar el papel del general Alfonso Armada, plagado de lagunas y contradicciones.
¿Por qué el 23 de febrero de 1981 es un día decisivo en la historia de España?
Porque pudo haber acabado con la democracia instaurada tras la muerte de Franco y porque fue el último golpe de Estado de la historia de España, el país que inventó la palabra "pronunciamiento". Por eso titulo mi libro El golpe que acabó con todos los golpes.
¿Qué es lo que le ha resultado más complejo a la hora de acometer una reconstrucción del golpe?
Por un lado, explicar la confusa situación que precede al golpe y sobre todo a la dimisión de Suárez y, por otro, dar sentido al comportamiento de Armada antes y durante el 23-F. Tenía una fama merecida de hombre inteligente —"cosa que me ha perjudicado", me dijo él mismo—, pero hay aspectos de su actuación que resultan inexplicables. Lo más difícil para un historiador es tratar con la condición humana, que es un factor fundamental y a la vez inaprehensible de la historia. Por eso el gran reto del 23-F es Armada: pura condición humana al servicio de una causa (la monarquía) por la que luchó, a su manera, por todos los medios a su alcance.
Armada parecía un claro candidato a presidir un Gobierno de concentración nacional en los prolegómenos del 23-F. ¿Esto estuvo realmente cerca de gestarse? ¿España de nuevo gobernada por los militares? ¿Quiénes apoyaban este movimiento?
La llamada "solución Armada" —al menos en la versión que circulaba en los meses anteriores al golpe— no era un gobierno militar, sino uno presidido por un "general independiente" con apoyo parlamentario y mayoría civil. Un sector del PSOE se sintió atraído por una fórmula que tenía una apariencia constitucional y podía servir para precipitar el fin de Suárez. En definitiva, la llamada "solución Armada" era la típica "coalición negativa" formada contra algo o contra alguien, en este caso Suárez.
Lo que no sabían quienes se dejaron seducir por el plan de Armada es que ellos no eran los únicos interlocutores del antiguo preceptor del rey. Armada jugaba a varias bandas al mismo tiempo, pero era muy difícil poner de acuerdo a sectores tan distintos de la vida política y de las Fuerzas Armadas. El baño de realidad se lo acabó dando Tejero cuando Armada le enseñó o, más probablemente, le leyó la composición del gobierno que pensaba formar. Tejero le dijo, poco más o menos, que él no había dado un golpe para eso.
En el libro escribe que la trascendencia de un acontecimiento se mide por las teorías conspirativas que acaba generando. El 23-F da buena muestra de ello, pero también porque resulta imposible desgranar exactamente lo que sucedió y cómo se gestó, toda la "verdad".
Yo digo en el libro que una "verdad" incompleta, como la versión oficial del 23-F, siempre será mejor que una teoría conspirativa que lo explique todo. La realidad es que nunca podremos saber toda la verdad de un acontecimiento histórico. Si un relato sobre el pasado no deja cabos sueltos podemos tener la seguridad de que es falso.
¿Por qué existe esa continua obsesión de generar dudas sobre el papel del rey Juan Carlos e implicarle en la organización del golpe?
La pregunta tiene varias respuestas según el momento. En el posgolpe, quienes pretendieron implicar al rey fueron los golpistas para justificar su teoría de la obediencia debida y, de paso, debilitar a la democracia, cuya suerte estaba unida a la capacidad del rey para mantener la lealtad de los militares. Pero, con el tiempo, la tesis anti-Juan Carlos ha migrado de la extrema derecha a la extrema (o no tan extrema) izquierda y a sus amigos independentistas, es decir, a los adversarios de eso que ellos llaman el "régimen del 78" (el mismo régimen que ha hecho posible que algunos de ellos se sienten en el Consejo de Ministros).
En este sentido, ¿cuánto tiene que ver el deterioro —muchas veces exagerado— de la relación entre el monarca y Adolfo Suárez?
Aquí tengo que decir que las visiones más tremendistas, por no decir sensacionalistas, del golpe y sus orígenes se parecen bastante —por una vez— a la realidad. El deterioro de su relación fue gravísimo y tardó años en subsanarse —no sé si del todo—. El distanciamiento del rey no fue el motivo más importante de la dimisión de Suárez, pero desde luego influyó en su decisión.
¿Y qué papel cabe atribuirle en la trama al CESID? En el libro desliza la posibilidad de que un informe de finales de 1980 en el que se hablaba de varias operaciones en marcha fuese modificado después del golpe.
Un exministro de UCD me dijo que él no se creía ese documento y me hizo pensar que, efectivamente, se parecía demasiado a lo que pasó. No digo que fuera creado a posteriori, pero sí que pudo haber sufrido retoques después del 23-F. Lo cierto es que en vísperas del golpe había tantas teorías sobre lo que iba a pasar, que alguna tenía que cumplirse.
Una "verdad" incompleta, como la versión oficial del 23-F, siempre será mejor que una teoría conspirativa que lo explique todo
La situación política parece cada vez más crispada ¿Ha caducado ya el "régimen del 78" y el espíritu de pactos y concordia de la Transición?
Una democracia consolidada como la nuestra es más fuerte de lo que suelen creer sus enemigos. No digo que pueda con todo, pero hay que ver las cosas con cierta serenidad. De todas formas, el grado de crispación al que se ha llegado tiene un efecto desmoralizador en la ciudadanía, al menos en aquellos sectores de la población que no ven la política como una lucha sectaria, sino como una forma civilizada de resolver los problemas.
Viendo algunos debates parlamentarios me acuerdo de aquello que el escritor José Bergamín, superviviente de la vieja izquierda de los años 30, le dijo a Fernando Savater a principios de los 80: "Desengáñate, lo que este país necesita es otra guerra civil, pero que esta vez ganen los buenos". Personalmente, prefiero el espíritu conciliador y pactista de la Transición. Por eso espero que ningún político actual tenga que decir en el futuro lo que escribió Indalecio Prieto en la posguerra: "Pocos españoles de la actual generación estarán libres de culpa por la infinita desdicha en que han sumido a su patria. De los que hemos actuado en político, ninguno".
Los títulos de la colección
- El fin del imperio español (3 de julio de 1898), por Tomás Pérez Viejo.
- El triunfo de la literatura (17 de diciembre de 1927), por José-Carlos Mainer.
- El día que empezó la Guerra Civil (18 de julio de 1936), por Pilar Mera.
- El día en que ETA puso en jaque al régimen franquista (20 de noviembre de 1973), por Antonio Rivera.
- El golpe que acabó con todos los golpes (23 de febrero de 1981), por Juan Francisco Fuentes.
- La vuelta al mundo de España (25 de julio de 1992), por Jordi Canal.
- El día del mayor atentado de la historia de España (11 de marzo de 2004), por Mercedes Cabrera.