Adriano procedía de una familia adinerada de migrantes italianos que se habían asentado en Hispania. Conocía perfectamente, gracias a la educación clásica que había recibido, la filosofía helena y sus clásicos. Fue nombrado emperador de Roma en el año 117 d.C. y su reinado se caracterizó por reforzar las fronteras más inestables del Imperio. Además, renunció a la política militar que su predecesor había iniciado en Mesopotamia.
Trajano, su predecesor, había apostado por él en todo momento ya que eran familia —Adriano era sobrino segundo por línea materna de Trajano—. Sin embargo, su relación no siempre gozó de cercanía y afectividad.
El motivo que enfrentó a los dos familiares fue amoroso. Ambos estaban casados y a su vez era ampliamente conocido por los ciudadanos del imperio que mantenían relaciones sexuales con otras personas fuera de sus respectivos matrimonios. De esta manera, una vez nombrado emperador, Adriano tenía a Sabina como esposa mientras que a la vez tenía una gran cantidad de amantes, tanto hombres como mujeres.
El problema era que el joven sucesor del Imperio comenzó a fijarse en los jóvenes con los que yacía el emperador Trajano. Tal y como se explica en la Vida de Adriano, "estuvieron a punto de romper relaciones porque a Adriano le gustaban los jóvenes con los que se acostaba Trajano".
Trajano, último gran conquistador emperador, dedicaba su vida privada al vino y a todo tipo de vicios. Sentía debilidad por jóvenes a los que sometía sexualmente, como lo hicieran los antiguos helenos. Fue entonces cuando su sucesor trató de ganarse el afecto de los amantes, entrometiéndose directamente con su familiar y máximo dirigente de Roma.
Este hecho peligró el apoyo del por entonces emperador para nombrar a Adriano como su sucesor. Sin embargo, siempre dejó entrever que él era su favorito y según indican los historiadores Trajano eligió a Adriano como emperador del Imperio romano momentos antes de morir.
El amante al que se le rindió culto
Una vez nombrado emperador, Adriano continuó con su esposa Sabina aunque su relación con Antínoo era pública. El emperador había conocido al joven en uno de sus viajes a Asia Menor y desde entonces se convirtió en su amante favorito. Así, no solo sucedía a Trajano como emperador hispano, sino también como admirador de tradiciones helenísticas relacionadas con la pederastia.
Tal fue la devoción que sentía Adriano por Antínoo que cuando este murió ahogado cada rincón del Imperio romano se llenó de imágenes suyas; incluso fue deificado y se le rindió culto durante años.
De esta manera, numerosas esculturas con su rostro han llegado hasta nuestros tiempos, un hecho insólito teniendo en cuenta que jamás perteneció a la familia imperial. La historia de amor entre Adriano y Antínoo, además de la de Trajano con sus amantes varones, no fue la excepción.
Emilio Del Río señala en Calamares a la romana (Espasa) que "en el mundo romano existió el matrimonio homosexual". A Julio César siempre se le atribuyeron relaciones tanto con hombres como con mujeres; Calígula amó a Lépido y a Mnester y Nerón mantuvo relaciones homosexuales con su asistente personal, Tigelino.
La normalización y aceptación de la homosexualidad en el Imperio romano fue desapareciendo a raíz del auge del cristianismo. El código legal de Justiniano reiteró una ley del primer emperador romano que condenaba a muerte a los ciudadanos que "se atrevieran a practicar lujuria abominable con hombres". Así, se convirtió en el primer emperador en aplicar leyes en contra de la homosexualidad de forma contundente.