Si hay un personaje de la realeza que es más conocido por las obras que se hicieron sobre su persona, ese es don Carlos de Austria. Entre Giuseppe Verdi y Schiller, Don Carlos representaba la lucha de la libertad contra la opresión política y religiosa, personificadas en las figuras de Felipe II y el Gran Inquisidor.
Lo cierto es que don Carlos, tal y como se refleja en la ópera de Verdi, siempre fue un joven débil que no supo llevar una sana relación con su padre. Felipe II, por su parte, siempre ha sido considerado austero, rutinario y muy obcecado con la religión. "En nombre de la fe su inmenso imperio no dejó de desangrarse a costa de guerras y ruinas mientras él atesoraba la mayor colección de reliquias de la historia", escribe Javier Ramos en su libro La España Sagrada. Historia y viajes por las reliquias cristianas (Arcopress).
En su veintena comenzó a interesarse por las reliquias cristianas y pronto se convertiría en uno de los mayores coleccionistas de Occidente. Tras visitar los Países Bajos en 1550, la comitiva real hizo una escala en la ciudad alemana de Colonia, donde el príncipe y los nobles adquirieron varias reliquias. Desde entonces, Alemania sería el destino ideal para buscarlas.
Su obsesión por las reliquias religiosas culminó cuando los restos mortales del fraile Diego de Alcalá fueron introducidos en la cama del enfermo don Carlos. A sus 17 años, había sufrido un accidente precipitándose por las escaleras y llevándose un fuerte golpe en la cabeza. Por aquel entonces el heredero de Felipe II se encontraba en Alcalá debido a su malestar físico —se decía que en dicha localidad el aire era más puro—.
Allí fueron enviados los mejores doctores de la corte. Todo parecía ir bien: le vendaron la cabeza, le administraron purgas y le extrajeron sangre. Sin embargo, pasados diez días, tal y como apunta el historiador Geoffrey Parker en su biografía de Felipe II, tal vez debido a la falta de esterilización del vendaje, la herida empezó a supurar y don Carlos desarrolló fiebre.
La fiebre aumentaba, acompañada de vómitos, insomnios... El monarca pidió a la población que rezaran por su hijo y las iglesias se llenaron de fieles que rogaban a Dios, con fervor, la curación del príncipe. Finalmente, el duque de Alba, decidió recurrir a Diego de Alcalá, un fraile franciscano español que tenía fama de hacer milagros. Lo insólito era que había fallecido un siglo antes. Así fue como se ordenó que lo sacasen del sepulcro y lo llevasen en procesión hasta la alcoba de don Carlos. Metieron el cuerpo del fraile difunto en su cama y cuando éste tocó sus huesos, casi de inmediato empezó a recuperarse.
La alegría del monarca por ver recuperado a su hijo fue enorme. "Felipe II se pasó un cuarto de siglo haciendo campaña a favor de la canonización de fray Diego de Alcalá, cuyas reliquias (según parecía) habían salvado milagrosamente la vida de su hijo don Carlos en 1562", relata Javier Ramos. "Al año siguiente presentó la causa ante el papa Pío IV y continuó defendiéndola hasta que en 1589 obtuvo la aprobación de Sixto V", añade.
¿Quién fue San Diego de Alcalá?
Nació en San Nicolás del Puerto (Sevilla). Muy joven se consagró al Señor en la capilla de San Nicolás de Bari, en su pueblo natal y después en la ermita de Albaida del Aljarafe (Sevilla).
Diego se trasladó a la Arruzafa, Córdoba (España) como hermano lego en los franciscanos, frailes menores de la observancia, donde hoy se encuentra el parador de Arruzafa. En 1441 fue enviado de misionero a las Islas Canarias, donde ejerció en el convento de Arrecife.
En 1445 le nombraron guardián del convento de San Buenaventura en Fuenteventura, algo excepcional por tratarse de un hermano lego. Peregrinó a Roma con ocasión del Jubileo de 1450 y de la canonización de Bernardino de Siena. Una epidemia azotó la ciudad de Roma y San Diego ejerció de enfermero del convento de Ara Coeli durante tres meses y muchos se sanaron milagrosamente. Murió el 13 de noviembre de 1463 y desde 1589, gracias a la petición de Felipe II, es considerado santo.