En la última línea de su magnífica biografía sobre Espartero, el Pacificador (Galaxia Gutenberg), el hispanista canadiense Adrian Shubert recoge una anécdota muy significativa que resume el olvido al que se ha enfrentado la figura del "español más famoso y más venerado de su tiempo, la persona que muchos consideraron la encarnación misma de la paz y el gobierno constitucional": "Ni siquiera se le ha distinguido jamás con el modesto reconocimiento de un sello de correos". Un hecho insólito para un hombre que emergió en el siglo XIX como el auténtico héroe nacional.
Solo por la breve semblanza que el historiador brinda al general y completa ese párrafo de cierre de su mayúscula obra, merecería una colección personal y específica de estampas: "Baldomero Espartero fue un fenómeno sin precedentes en la historia de España. Fue la primera figura pública moderna del país, y los españoles le hicieron objeto de un culto único, sólo igualado en Europa por los de Napoleón y Garibaldi. Nunca antes hubo tanta gente tan estrechamente identificada con una sola persona, ni tantas esperanzas depositadas en ella durante tanto tiempo, y desde luego en nadie que no fuera un monarca reinante. Y cabría sostener que no ha habido nadie igual desde entonces".
Esa deuda que todavía persistía con quien fue bautizado como campeón del liberalismo y encarnación del lema "¡Cúmplase la voluntad nacional!" al fin va a ser resuelta. El próximo 15 de julio, Correos lanzará una nueva colección que pretende rendir homenaje a un puñado de protagonistas de la historia de España. Y el primero de ellos será Baldomero Espartero, príncipe de Vergara, duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y vizconde de Banderas. O el Pacificador, como destaca Adrian Shubert, que ahora tendrá que enmendar esa línea para futuras ediciones.
El sello en cuestión se compone de tres elementos: al fondo, una H troquelada que servirá como símbolo identificativo de la serie; sobre ella, un primer plano del retrato de Espartero pintado por José Casado de Alisal y una imagen de la estatua ecuestre de bronce del militar elaborada por el escultor Pau Gibert i Roig, que fue inaugurada en diciembre de 1885 sin ceremonia y ni una sola palabra en la intersección entre las actuales calles Alcalá y O'Donnell, justo enfrente de una de las puertas que dan acceso al Parque del Retiro.
¿Pero cómo se explica el olvido de alguien que se granjeó los apodos de "el héroe Espartero" o "el inmortal Espartero"? Shubert asegura que se trata de una "figura polémica y esencialmente huérfana. Tiene críticos pero no tiene abogados". Y atribuye parte de la culpa, así como el denuesto de la tradición liberal, a "cuarenta años de denigración franquista". La vida del príncipe de Vergara es un amalgama de tropecientas batallas, enredos políticos e incluso una campaña, ya en sus últimos años, para proclamarle rey. Un personaje, en definitiva, con multitud de aristas, tremendamente complejo, que deambula por el convulso contexto español del siglo XIX.
Regencia y exilio
Nacido en 1793, Joaquín Baldomero Fernández Espartero era el noveno hijo de un carretero del pueblo manchego de Granátula de Calatrava (Ciudad Real). Tras obtener el título de Filosofía en la Universidad de Almagro, se presentó voluntario en el Ejército en 1809, cuando contaba con dieciséis años, para combatir la invasión francesa durante la Guerra de la Independencia como soldado raso. El joven supo desenvolverse a la perfección en los cuerpos de oficiales bajo el régimen antinapoléonico y pronto alcanzó el rango de teniente.
En esos años de lucha había descubierto su vocación: "No se me ocurría [que] pudiese haber ejercicio más propio del hombre que vivir con el soldado, participar de sus fatigas, escuchar sus aventuras y cuentos en el vivac nocturno y al toque de diana romper la marcha, cargando al enemigo cuando el sol iluminase el espacio", aseguraría. Cuando estallaron en América los movimientos independentistas volvió a presentarse voluntario. Allí, entre Chile y Perú, estuvo combatiendo durante casi una década, que le recompensaría con el rango de brigadier general.
La figura de Espartero emergió con el estallido de la primera guerra carlista en octubre de 1833. Él se alineó con la causa isabelina y la regencia de María Cristina y se coronó en 1836 en la batalla de Luchana, cuando ya era general en jefe del Ejército del Norte. Lo que ocurrió aquel 24 de diciembre, víspera del día de Navidad, constituye, según Shubert, el momento decisivo de su carrera, la gesta militar que le convirtió en el héroe de los españoles. En medio de una terrible nevada, febril y cabalgando de pie sobre su caballo porque los dolores le impedían sentarse, logró liberar la asediada ciudad de Bilbao.
Espartero, militar audaz y disciplinado y hombre honrado, contaba entonces con 43 años, y parecía en el cénit de su fama y relevancia, pero lo que ocurrió a partir de esa jornada, señala su biógrafo, "fue verdaderamente excepcional, una historia asombrosa digna de Stendhal o de Gabriel García Márquez". En agosto de 1839 puso fin a esa guerra civil con una paz negociada, conocida como el Abrazo de Vergara, "que le mereció el título no oficial, pero perdurable, de Pacificador de España. A ello siguió una excelente campaña en el Maestrazgo en que derrotó totalmente a los carlistas", destaca Shubert.
Sus ascensos siguieron siendo meteóricos: se convirtió en la figura militar predilecta del liberalismo progresista, presidente del Consejo de Ministros y regente del reino desde mayo de 1841 hasta julio de 1843. "Fue un momento en que las posibilidades de cambio se hundieron a causa de la desunión política entre los que eran en teoría sus partidarios [los progresistas], y sobre todo por los ataques resueltos e implacables de sus enemigos, que culminaron en una sublevación militar victoriosa (...) En muchos sentidos, la Regencia de Espartero puede considerarse el análogo decimonónico de la Segunda República de los años 1930. Y como ella, citando a Santos Juliá, 'no fracasó; fue... fracasada'", escribe el hispanista canadiense.
Esa insurrección militar comenzó el 27 de mayo de 1843, cuando los militares Juan Prim y Lorenzo Milans del Bosch se alzaron en Reus con la declaración: "¡Abajo Espartero! ¡Mayoría de la Reina!". Y fue a finales de ese convulso año cuando se registró uno de los episodios más polémicos de la carrera del general: ordenó y dirigió en persona el bombardeo de la Barcelona rebelde el 3 de noviembre , que se prolongó durante trece horas y en el que fueron empleados 1.014 proyectiles. La acción se saldó con 20 heridos, 464 edificios dañados y la pérdida de popularidad del regente, que debería marcharse al exilio en Gran Bretaña, donde vivió cuatro años y medio.
Los últimos años
Ante la revolución de julio de 1854, la reina Isabel II le llamó otra vez al poder. Proclamado "Generalísimo de los Ejércitos", recuperó Zaragoza, donde se había desatado otra insurrección. Allí le recibieron con inscripciones en las fachadas como esta: "Viva el primer ciudadano de la Nación / Don Baldomero Espartero / ídolo, delirio y esperanza del pueblo". "Me habéis llamado para que ayude a recobrar la libertad perdida, y mi corazón rebosa de alegría al verme de nuevo entre vosotros. Cúmplase la voluntad nacional, y para objeto tan sagrado contad siempre con la espada de Luchana, con la vida y con la reputación de vuestro compatriota", dijo el hombre que volvía a revelarse en "la personificación de la libertad, honradez y virtudes cívicas".
Pero no pasaron más de un par de años hasta que fue forzado nuevamente al ostracismo. Esta vez, a Espartero se le permitió permanecer en el país y regresó a Logroño, ciudad natal de su mujer Jacinta y lugar de adopción suyo, donde vivió el resto de su vida. Incluso logró recuperar la estima de los catalanes a los que había bombardeado, que cada 27 de febrero, día de San Baldomero, dedicaban todo tipo de festejos en honor del "pacificador de España y campeón de la libertad", como las de 1864 que tan detalladamente describe Adrian Shubert.
"Asombrosamente, el fracaso de sus dos mandatos en el poder no destruyó su popularidad", concluye el historiador. "Después que una revolución destronara a Isabel II en septiembre de 1868, se produjo una impresionante campaña para nombrar rey a Espartero, que tenía entonces setenta y cinco años; como es sabido, rechazó la invitación del Gobierno revolucionario a ser considerado para este cargo. De hecho, hasta la consolidación de la restaurada dinastía Borbón después de 1875, su vuelta a algún cargo político fue repetidamente considerada como una posibilidad". Con su muerte en enero de 1879, hasta arrancó las lágrimas de Alfonso XII. Espartero, una figura abrumadora, un héroe de carne y hueso cuyo rostro por fin aparecerá en un sello.