Una nueva y cruenta guerra civil estalló en los dominios del reino visigodo tras la conversión de Hermenegildo, hijo del rey Leovigildo, al catolicismo. La rebelión se gestó en Sevilla, a donde el joven había sido enviado como gobernador de la provincia Bética de la mano de su esposa, una princesa franca que no profesaba las doctrinas arrianas, con quien se había casado en el año 579. El más que posible heredero se autoproclamó monarca, renegando del poder de su padre, y dividió en dos partes los territorios visigodos en Hispania, quedándose con los del sur. Su desafío, sin embargo, sería apagado por el ruido de las espadas.
La sublevación de Hermenegildo ponía en jaque la unidad que en menos de una década había logrado Leovigildo con sus triunfantes campañas militares contra los asentamientos bizantinos en Hispania —aunque sin lograr expulsarlos— o la aristocracia hispanorromana irredenta de Córdoba y sus alrededores. El rex gothorum también había dirigido con éxito los ataques contra los cántabros y los territorios autónomos que se entendían a lo largo de la frontera con los suevos, hacia el noroeste. El resultado de todas sus empresas bélicas fue la consecución de una breve paz que sería perturbada por su propia sangre.
Leovigildo estaba casado con Goswinta, la viuda de Atanagildo, el anterior soberano visigodo, pero sus dos hijos, Hermenegildo y Recaredo, a quien le llegaría a construir una auténtica ciudad en su nombre, Recópolis, (Zorita de los Canes, Guadalajara), procedían de un matrimonio anterior. En el año 582, el padre se vio obligado a acabar por la fuerza con la rebelión de su vástago, que se había granjeado los apoyos del rey suevo Mirón y el Imperio romano de Oriente —sus tropas nunca llegarían a presentarse al combate—. El legítimo rey godo capturó Mérida, Sevilla tras un durísimo asedio y finalmente Córdoba, donde apresó a Hermenegildo.
Para enterrar al fin toda amenaza, Leovigildo certificó en 585 la conquista del reino suevo y su fiel hijo Recaredo frenó una invasión franca que pretendía infiltrarse por la provincia de la Narbonense, al sureste de la Francia actual. Si bien no logró consolidar el arrianismo como la única religión de todos sus súbditos —presionó a la Iglesia católica con persecuciones y destierros de obispos—, creó un nuevo corpus legislativo que no hacía distinciones éticas e implantó un sistema de administración territorial según el cual las provincias pasaban a estar dirigidas en el plano civil por un rector provinciae y en el militar por un dux.
Leovigildo, según Daniel Gómez Aragonés, "fue el primero que se sentó en el trono y utilizó vestiduras regias, hizo de Toledo una auténtica capital y fuer el primer rey visigodo que acuñó monedas con su efigie". Así lo desgrana el investigador y divulgador, académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, en su último libro Historia de los visigodos (Almuzara), una obra que glosa las peripecias y conquistas de los godos, sus luchas internas y las huellas que dejaron en la historia de España.
Llega el catolicismo
El rex gothorum halló la muerte en el año 586 en la sede regia toledana. El reino visigodo, a pesar de que era una monarquía electiva, pasó a manos de su hijo Recaredo, que amparándose en la aristocracia hispanogoda continuó el proyecto político emprendido por su padre. Sin embargo, en material religiosa, propició un giro de 180º en comparación con lo que había legado su predecesor: a principios de 587, llevando menos de un años en el trono, se convirtió al catolicismo, como antes había hecho su hermano Hermenegildo, que había sido ejecutado en Tarragona por un tal Sisberto poco después de su derrota.
"El monarca germano procuró atraer a muchos miembros del clero arriano a la conversión y no por la fuerza sino por el convencimiento, como indica San Isidoro [de Sevilla, una de las principales fuentes sobre esta época], señala Gómez Aragonés, autor también de Bárbaros en Hispania (La Esfera de los Libros). Sin embargo, Recaredo hubo de hacer frente a tres focos de oposición: la conspiración gestada en Mérida para asesinar al obispo católico y al duque de Lusitania; la que se desarrolló en la propia capital del reino en la que participó la madrastra Goswinta y una última en la Narbonense, donde el ejército del dux Claudio derrotó a las huestes francas rebeldes. "Nunca se dio en España una victoria mayor de los godos, ni semejante", relataría San Isidoro.
Tras el sometimiento de estas insurrecciones de corte político-religioso, se produjo una acontecimiento decisivo en la historia de España: el III Concilio de Toledo, celebrado en la primavera de 589. "Con este concilio de carácter nacional Recaredo sellaba, no solo su conversión personal, sino la de todos los clérigos de la Iglesia arriana, la nobleza goda y la gens gothorum en su totalidad", señala el investigador.
Este congreso, cuyas actas fueron firmadas tan por el soberano como por su esposa, la reina Baddo, significó la desaparición por completo en el plano oficial de la herejía del arrianismo, su liturgia y, de forma paulatina, la lengua gótica. La monarquía goda y la Iglesia católica firmaron un vínculo definitorio y el reino quedó unificado, con la única nota discordante de la comunidad judía, contra la que se legislaría en fechas posteriores.
Recaredo, además, menos beligerante que su padre, fortificó las fronteras peninsulares con los territorios bizantinos y suavizó el autoritarismo del régimen. Los últimos años de su reinado —moriría en 601—, escribe Daniel Gómez Aragonés, "estuvieron marcados por un ambiente de paz y concordia, quitando los roces con bizantinos y vascones, tras años de guerra y actividad política, administrativa, legislativa y religiosa".
El investigador destaca que ese Regnum Gothorum de Toledo fue el "germen de la España actual": "En nuestro caso, no nos ruborizamos cuando consideramos el binomio Leovigildo-Recaredo a un nivel muy similar al de Carlos I-Felipe II en lo que se refiere al peso, importancia y simbolismo en nuestra historia. Padre e hijo godos afianzaron un proyecto que en buena medida dio a luz a nuestro país, de ahí que hayamos utilizado la expresión 'padres de la patria' con todo lo que ello conlleva, máxime hoy en día".